Solo por una noche. Katherine Garbera

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Solo por una noche - Katherine Garbera Deseo

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pensara que le estaba haciendo proposiciones deshonestas.

      –Voy a hacerte un ofrecimiento que no vas a poder rechazar –dijo. ¿No habían sido esas las palabras de Robert Redford?

      –¿Quién eres? ¿El Padrino?

      –No, no. Estoy intentando decir que necesito un hombre para el fin de semana, y si ese prospecto significa que estás buscando inversores, quiere decir que necesitas dinero, así que… la estoy liando, me parece.

      –¿Es una proposición indecente?

      Capítulo Dos

      Iris no pudo evitar ruborizarse.

      –Es más una proposición profesional que personal.

      No era la primera vez que le proponían algo de aquella naturaleza, pero siempre habían sido mujeres que querían entrar en su mundo de la jet set.

      –Me intrigas –confesó. Aquella mujer era preciosa, y el hecho de que le estuviera ofreciendo dinero así, sin más, era una locura; era más bien una agradable fantasía pensar que alguien como ella podía patrocinar su equipo para la Copa América, y no una corporación sin alma, o su propio padre.

      –Voy a asistir a una boda, y necesito ir acompañada. Son cuatro días y tres noches, y estoy decidida a invertir en tu proyecto a cambio de tu compañía. Sería solo para la galería. No espero que hagas nada indecente.

      –Qué lástima. La idea me gustaba.

      Qué curioso. Él iba a asistir a una boda que iba a tener esa misma duración. ¿Sería también ella una invitada en la boda de Adler?

      Le gustaba aquella mujer. Era completamente distinta a las deportistas con las que solía salir, y aunque obviamente era una mujer refinada y se movía en los mismos círculos en los que él había crecido, le parecía distinta.

      –Pues me temo que eso no entra en el menú.

      –¿Por qué quieres contratar a un tío?

      –Es una larga historia –contestó–, y no me apetece entrar en detalles. Baste decir que estaba saliendo con alguien, pero ha roto conmigo y no me apetece ir sola al evento. Van a televisarlo, y yo también voy a rodar mientras esté allí…

      –¿Tiene algo que ver con la imagen? –preguntó, desilusionado. Ya le habían engañado otras veces.

      –Sí, pero no es lo que te imaginas. Es mi profesión. Soy gurú de estilo… tengo un programa y una línea de productos, y la hermana de mi mentora ha diseñado el vestido de la novia, así que voy a rodar todo el backstage. Si fuera solo yo como invitada, no me importaría.

      –¿Quién eres? Espero que no te importe que te lo pregunte, pero he estado fuera del país y me paso la mayor parte del tiempo embarcado.

      –Me llamo Iris Collins.

      Había oído aquel nombre, en particular de labios de su hermana Mari, quien quería seguir su modelo de negocio. Es decir, que no tenía ni idea de a qué se dedicaba.

      –Soy Zac.

      –¿Me equivoco al pensar que buscas inversores para tu equipo de la Copa América?

      –No. Necesito financiación para participar. Tengo gente nueva e ideas que quiero probar.

      –Creo que puedo ayudarte con eso.

      –¿Tanto ganáis los gurús?

      –No ganamos mal –se rio–. Otra razón por la que necesito dar la imagen adecuada. Tú solo tendrías que vestirte bien y darme la mano. Puede que también darme un beso o dos, pero solo necesito que seas mi acompañante en los eventos.

      Su respuesta debía ser no. No necesitaba que Carlton Mansford, el mago de las relaciones públicas de su padre, le dijera que contratarse como acompañante no iba a valer la pena si llegaba a saberse. Y llevaba tiempo más que suficiente siendo un Bisset para saber que algo así no podría mantenerse en secreto.

      Tenía que ser sincero con ella y hacerle saber que no estaba tan desesperado.

      –Yo…

      Quería decirle que no, pero sin avergonzarla. En otras circunstancias la habría invitado a cenar, pero no era esa clase de ocasión. Ya tenía que asistir a una boda bastante problemática por su cuenta, y tenía que centrarse en conseguir inversores para su proyecto.

      –No digas nada más –le cortó, sonriendo–. Sabía que era un tiro al aire. Mi hermana me había dicho que tenía que hacer de Richard Gere y buscar un tío guapo al que llevar del brazo.

      –Tiene razón, pero es que yo no soy ese tío.

      Iris asintió.

      –Gracias por tu tiempo. Yo invito a la copa.

      Se levantó y se alejó con tanta clase y elegancia como él nunca sería capaz de conseguir.

      De pronto hubo cierta conmoción en la entrada, y vio a un cámara y a varios fotógrafos que entraban a pesar de que la maître intentaba detenerlos. Fueron directos a por Iris.

      –Señora Collins, hemos oído que Graham Winstead III ha roto con usted –gritó uno de los paparazzi–. ¿Afectará a su lanzamiento de Domestic Goddess? ¿Cómo puede decir que sabe qué es la felicidad del hogar cuando…

      –¡Chicos, por favor! Los rumores son solo eso, rumores. Ni siquiera me voy a dignar a contestarlos. Como siempre dice mi padre, tener la oreja cerca del suelo y escuchar con atención está bien, pero repetir lo que has oído es buscarte problemas –Iris dedicó su sonrisa de ganadora a las cámaras y consultó el reloj–. Me marcho. Tengo una reunión importante.

      Dio media vuelta para alejarse de los paparazzi, pero tropezó con una mesa y perdió el equilibrio. Zac se levantó antes de poder recordarse que ya había decidido que era mala idea. Pero verla mantener la dignidad con tanta gracia se lo había hecho olvidar. Quería saber más de aquella mujer. La rodeó con los brazos y ella lo miró atónita.

      –Te tengo, carita de ángel.

      Se agarró a sus hombros y sonrió de manera automática, pero convencida de que parecía el Joker de La patrulla suicida. Que la asaltaran en persona nunca le gustaba. Prefería enfrentarse a aquella clase de situaciones online, pasárselo a su asistente, sonreír y escribir una respuesta. Aún más incómodo era saber que Zac lo había oído todo.

      –Gracias –dijo, enderezándose. Pero él seguía reteniéndola.

      –Adelante –dijo.

      –¿Has cambiado de opinión? –preguntó, sin soltar sus hombros y con la mirada puesta en sus ojos azules. Aunque en parte le gustaría que no tuviese nada que ver con el acuerdo, así era más fácil. Nada de sentimientos, ni de enamorarse de alguien que acabara considerándola aburrida y gris. Simplemente un intercambio de favores.

      –Sí –contestó él en voz baja.

      Iris le rodeó

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