Lo que la mafia ha unido, que no lo rompa el Gonorrea. Angy Skay

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Lo que la mafia ha unido, que no lo rompa el Gonorrea - Angy Skay Mafia de tres

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coño! Estoy intentando convencerme. ¡No me toques la seta!

      Angelines pasó por mi lado, dejándola por imposible, Ma se metió en casa y Kenrick se marchó con Boli y Roberto a tirar la basura. Lo último que atisbé antes de que desapareciese fue una sonrisa en sus labios, sabiéndose ganador el muy rufián. Había puesto los huevos sobre la mesa, o sobre el asiento del avión, y desde entonces a Ma, por muy hormonada que estuviera, se le habían bajado los humos.

      Dejé el manuscrito sobre los escalones, me desaté la cuerda del pantalón de deporte y me lo bajé sin miramientos. Patrick descendió las escaleras gruñendo por teléfono, me echó un breve vistazo y se encaminó hacia su novia. Yo, impasible, di unos pasos hasta llegar al borde de la piscina, muy cerca de Alejandro, y me senté mirando el agua.

      Extrañado por mi comportamiento, me contempló. Notaba sus ojos clavados en mi espalda. Cerré los míos con fuerza, elevé mis manos un poco y junté mis dedos pulgares con los índices, cada uno en su respectiva mano. Las levanté un poquito, dejándolas suspendidas. Con la flexibilidad que mis padres me habían dado, crucé mis piernas, colocando la derecha sobre la izquierda, y apoyé los codos sobre ellas. Espalda recta, mentón al frente, cuerpo relajado. Lo que venía siendo una postura de meditación total.

      —¿Por qué se queda en bragas? —escuché a Alejandro en un susurro mientras daba algún golpe en los guantes de Angelines.

      Juraría que sus ojos no dejaban de mirarme, los sentía. Y no hizo falta jurar nada, pues mi amiga me sacó de dudas:

      —Alejandro, aquí. Si no giras la cabeza hacia mí, voy a partirte la mandíbula en un segundo, y te darás cuenta cuando entres por la puerta del hospital de Torrecárdenas.

      —Estoy atento —gruñó.

      —No. Estás más pendiente de las bragas rojas de encaje que lleva tu vieja.

      El corazón me latió rapidito al escucharla. ¿Por qué le había dicho eso? ¿Acaso habían hablado de mí? No podía ser que Angelines no me lo hubiese contado. Tenía que preguntarle. Me lo anoté mentalmente y la meditación se fue a la mierda con tal de escuchar lo que decían entre golpe y golpe. Tuve que agudizar el oído para conseguirlo, así que puse todo mi empeño. Mientras tanto, fingía que no apreciaba nada.

      —No es mi vieja. ¿A qué viene eso?

      —Venga ya, Alejandro. Que se os ve el plumero.

      —¿De qué habla esta?

      Supuse que Hulk le había preguntado a Patrick, porque él le contestó:

      —No lo sé. Tú eres su best friend, brother —le dijo el alemán con tonito de guasa—. Así que tú sabrás qué le has contado o qué no para que eche esa imaginación. Además, te recuerdo que aquí el único asombrado por ver a Anaelia meditar en bragas eres tú. Suele hacerlo a menudo y a todas horas. Bueno, el Pulga también se asombra a veces, cuando la espía desde la ventana de la cocina, pero ya sabemos que su sorpresa tiene otros motivos.

      —Sobre todo cuando está agobiada —intervino Angelines, aclarando el tema anterior.

      —Cuando las cosas la sobrepasan y no sabe por dónde cogerlas, necesita el contacto con la naturaleza —apostilló el alemán.

      —Pero ¿por qué en bragas? —siguió preguntando Alejandro. Para interesarle poco, bien que cotilleaba.

      —Pues eso, contacto directo con la naturaleza. Su piel la toca y su cuerpo la siente. No existe nada más, solo el aquí y el ahora. Cuerpo y mente. Fuera problemas, fuera estrés, fuera inquietudes —recitó Patrick con sorna, repitiendo mis explicaciones como si estuviera fumado.

      No lo veía, pero aseguraría que Alejandro estaba con una ceja levantada.

      —Y cuando tiene a un hombre desnudo de cintura para arriba entrenando en el jardín de su casa… Eso la despista de su trabajo.

      Abrí los ojos de sopetón y me levanté para pedirle explicaciones a mi amiga. ¿Cómo había dicho eso? Me los encontré a los tres mirándome. Angelines y Patrick a los ojos; Alejandro, a mis bragas.

      Coloqué mis brazos en jarras y esperé a que dijesen algo, pero ninguno se pronunció.

      —¿A qué viene eso de que yo me distraigo?

      —Eres una cotilla —añadió Angelines con tonito vacilón, y me crispé al darme cuenta de que lo había hecho aposta, sabiendo que estaba como la vieja del visillo.

      Fui a contestar, pero la reja de la entrada se abrió y aparecieron el Linterna y el Pulga con unas sonrisas deslumbrantes. Me pareció que estaban buscando a alguien y me di cuenta de a quién. Habían pasado varios días en los que Andy no había cesado en su empeño por recuperar la amistad de Angelines. Se había tomado al pie de la letra la amenaza en el avión, y aunque mi amiga no le había dado más importancia al asunto, parecía que él sí.

      Llegó con algo largo, liado como si fuese un salchichón y con un envoltorio horrible. Lo alzó en el aire y rio con fuerza antes de decir:

      —¡¡Argelines!!

      La aludida se giró, olvidándose de mí. Menos mal.

      —Es Angelines, Linterna. Angelines, con ene.

      —Yo traer una sopreess para you. Para hacer la pace con you.

      Mi amiga se acercó a él, soltó un suspiro de cansancio y cogió su mano con delicadeza, tanta que me asombró en ella.

      —Andy, se dice «hacer las paces contigo». Y no, no tengo que perdonarte nada. Mientras tengas tu nabo lejos del mío, nos llevaremos bien. ¿Entiendes?

      —Mi banana fuera de amigou alemán. Sí, sí, entender perfect. Pero yo querer un regalo para you.

      Angelines sonrió y Patrick resopló. Era todo muy cómico. Y más cómico se volvió.

      De repente, mi amiga agarró lo que el Linterna le ofreció y sus brazos cayeron un poco debido al peso. Al abrirlo, una gran barra de chorizo ibérico apareció tras el envoltorio, y me dio un ataque de risa que casi me ahogué. Lo que no entendí fue por qué Angelines no se reía.

      ¿Por qué no lo hacía? Di un paso, sujetándome la barriga, y llegué a su lado cuando Patrick también lo hacía.

      —¿Estás bi…?

      Pero al alemán no le dio tiempo a terminar de formular la pregunta, pues a Angelines se le cayó el chorizo al césped y corrió hacia el primer macetero que encontró para vomitar. Cómo se notaba que la casa era suya. Llegamos a estar en otra y el potuco habría caído directo en los pies del novio. Como si estuviera viéndolo.

      Corrí en su dirección. Alejandro y Patrick también lo hicieron, y el Pulga y el Linterna se asustaron.

      —¿No gustar regalo? —El Linterna cogió el chorizo y se lo llevó a la nariz para olerlo.

      Angelines apoyó las manos en el borde del macetero, elevó sus ojos llorosos y me miró con miedo; un miedo que me traspasó y provocó que diese un paso atrás.

      —No

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