Un amor de juventud. Heidi Rice

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Un amor de juventud - Heidi Rice Bianca

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gracias –respondió ella con nerviosismo.

      –¿Te sangra aún la herida de la pierna?

      –Creo que no. Me he limpiado la herida con la ducha. Creo que está bien.

      –Vamos a ver –Dominic le indicó un sillón en un rincón del estudio–. Siéntate para que eche un ojo a esa herida.

      A Ally se le erizó la piel. Pensó en negarse, pero vio que Dominic no iba a aceptar un no por respuesta. Entonces, atravesó la estancia, intentando no cojear, y se sentó en el sillón. Cuanto antes acabaran con eso antes podría volver a respirar con normalidad.

      Se quedó perpleja al ver que Dominic se arrodillaba delante de ella. Se agarró con fuerza a los brazos del sillón cuando él abrió el botiquín y comenzó a hurgar dentro.

      ¿Cómo era posible que se encontrara en esa situación? ¿Cómo era posible que estuviera jugando a los médicos con Dominic LeGrand, en su mansión, en la intimidad de su estudio, vestida con un chándal de él y prácticamente nada más?

      Sintió una intensa comezón en la entrepierna.

      ¿Por qué se avergonzaba de su reacción? Los dos eran adultos. Dominic siempre la había cautivado, incluso de jovencito, y ahora era un reconocido donjuán. Lo que ocurría era que encontraba a Dominic abrumador; sobre todo, teniendo en cuenta la poca experiencia que ella tenía con los hombres.

      Entre cuidar a su madre, encargarse del sostén de la familia y los estudios, no había tenido tiempo ni oportunidades para nada más. De hecho, seguía siendo virgen. Eso explicaba por qué la exagerada reacción de ella ante una persona tan arrolladora como Dominic.

      Tras esa explicación de por qué Dominic la atraía tanto, se lo quedó mirando mientras él dejaba encima de una mesa baja unas gasas y toallitas desinfectantes.

      A pesar de estar arrodillado, su cabeza estaba casi al mismo nivel que la de ella. La luz de la lámpara alumbraba los mechones dorados de él. También se fijó en la cicatriz y se preguntó cómo se la habría hecho.

      Cuando Dominic le agarró un pie, ella dio un respingo en el asiento. Sintió un profundo calor en el sexo cuando los callosos dedos de Dominic le rodearon el tobillo.

      –¿Te duele? –preguntó Dominic clavando sus ojos color chocolate en los de ella.

      –No, es solo… –«ningún hombre me ha tocado ahí nunca. Increíble que un tobillo pueda ser una zona erógena».

      –Bien –Dominic frunció el ceño, pero no insistió–. Si te hago daño, dímelo.

      Ally asintió, el cuerpo entero le vibró cuando Dominic le subió la pernera del pantalón hasta por encima de la rodilla.

      –Una herida fea –murmuró él mientras agarraba una de las toallitas desinfectantes–. ¿Cómo te la has hecho?

      –Me crucé con tu novia cuando ella salía de tu casa.

      –¿Mira te ha hecho esto? –dijo él sin disimular una repentina cólera.

      Ally asintió, a pesar de que se arrepentía de habérselo dicho.

      ¿Para qué sacar el tema de la ruptura del noviazgo de Dominic? Al contárselo, se había mostrado pragmático, pero podía haberle restado importancia falsamente. Igual que había fingido no dar importancia a que su padre, años atrás, se hubiera referido a él como a su «hijo bastardo» durante una cena, sentados a la mesa; o igual que la falsa sonrisa de él al recibir una bofetada de Pierre, y ella tratando de defenderle.

      –Hay gente que se merece que le hagan daño, ma petit –la respuesta del padre de Dominic todavía la turbaba.

      Nadie se merecía eso y mucho menos Dominic, que aquel verano le había parecido un alma perdida, con secretos que se había negado a compartir.

      ¿Y si realmente le dolía haber roto con Mira? ¿Y si su enfado era una forma de disimular, de ocultar su sufrimiento?

      –Perdona, no era mi intención disgustarte.

      –¿Disgustarme? ¿Qué has hecho tú para disgustarme?

      –He mencionado tu ruptura, te la he recordado. Ha debido ser terrible para ti romper tu noviazgo.

      –Alison –dijo él con una nota de condescendencia en la voz–. En primer lugar, no me has causado ningún disgusto. Quien me ha sacado de mis casillas es ella con su comportamiento de insufrible niña mimada. Te ha hecho una herida…

      –Ha debido ser un accidente –lo interrumpió Ally, enternecida por la preocupación que mostraba Dominic.

      –Conociendo a Mira, lo dudo mucho –dijo él–. Y, en segundo lugar, la ruptura no me ha causado ningún disgusto. Ese noviazgo ha sido un error y habría sido mucho peor si me hubiera casado con ella.

      –Pero… has debido estar enamorado de ella en algún momento, ¿no?

      –¿Eso crees? –dijo Dominic con una cínica sonrisa–. ¿Por qué piensas que he debido estar enamorado?

      –Porque… porque ibas a casarte con ella –¿no era evidente?

      Dominic ladeó la cabeza y se la quedó mirando.

      –Ya veo que eres igual de romántica que cuando tenías diez años –declaró Dominic con un claro paternalismo.

      –No tenía diez años cuando nos conocimos, tenía trece –le corrigió ella.

      –¿En serio? –Dominic empleó un tono burlón–. Ah, tan mayor.

      Ally, sumamente incómoda, cambió de postura en el asiento. Ya no era una niña, tenía veinticinco años. Y aunque su experiencia sexual fuera muy limitada, lo compensaba con creces lo mucho que le había tocado vivir.

      –Puede que fuera romántica entonces, pero ya no lo soy –declaró Ally.

      –En ese caso, ¿por qué creías que yo tenía que estar enamorado de Mira? –preguntó Dominic como si eso fuera lo más ridículo del mundo.

      –Quizá porque tenías pensado pasar el resto de la vida con ella –respondió Ally sarcásticamente.

      –Nuestra relación no era una relación amorosa –dijo Dominic en tono pragmático mientras seguía tratándole la herida–. Necesitaba casarme, tener esposa, para asegurarme un buen negocio, y Mira cumplía los requisitos necesarios. Al menos, eso era lo que pensaba yo. Pero aunque no me hubiera dado cuenta a tiempo del error que estaba a punto de cometer, se suponía que nuestro matrimonio no iba a durar más de unos cuantos meses.

      –¿Era un matrimonio con fecha de caducidad? –preguntó ella, atónita por el cinismo de Dominic.

      –Puede que me equivocara al proponerle a Mira que se casara conmigo, pero no soy tan imbécil como para atarme a ella durante el resto de mi vida… ni a ninguna otra mujer –concluyó Dominic.

      –Entiendo –dijo Ally, aunque no lo entendía.

      De repente,

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