Un amor de juventud. Heidi Rice
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–No deberías fumar, es malo para la salud. Papá se va a enfadar contigo –le había dicho ella.
–Ve y chívate si quieres, Allycat. A él le va a dar igual.
Entonces había sonreído de la misma manera que estaba sonriendo ahora, pero entonces ella había notado tristeza en su mirada y se había dado cuenta de que el insulto le había dolido más de lo que aparentaba. Sin embargo, ahora no veía tristeza en los ojos de Dominic, solo humor por la ingenuidad de ella.
Dominic acabó de vendarle la herida.
–Bueno, ya está –anunció él pasándole una mano por la pierna, y ella tembló–. ¿Qué tal?
–Bien –respondió ella, y se sonrojó cuando Dominic lanzó una ronca carcajada. ¿Se había dado cuenta Dominic de que no estaba pensando solo en su pierna?
Una sonrisa sensual curvó los labios de él.
Sí, lo sabía.
Dominic apoyó ambas manos en los brazos del sillón para incorporarse, encajonándola durante unos segundos.
El corazón le latía con una fuerza vertiginosa, igual que otras partes de su cuerpo, cuando él le ofreció una mano.
–Vamos a ver qué tal andas –dijo Dominic.
Cruzaron la estancia para ver qué tal andaba.
–¿Sigues bien? –preguntó Dominic sonriendo.
–Sí, todo bien –respondió ella, devolviéndole la sonrisa.
–¿Te apetece una copa? –Dominic le soltó la mano para acercarse al mueble bar que tenía entre las estanterías.
–¿Has dicho en serio eso de pedirme un coche para que me lleve a casa? –preguntó ella, porque no quería beber y después ir hasta el East End de Londres en bicicleta.
–Por supuesto.
–En ese caso, me encantaría tomar una copa. Gracias.
–¿Qué te apetece? Tengo whisky, ginebra, brandy… –Dominic abrió la puerta del mueble bar y añadió–: ¿Una copa de Merlot? ¿Un refrescante Chablis?
–Cómo se nota que eres francés –bromeó ella.
–Cést vrai. Soy francés. Me tomo el vino muy en serio –declaró Dominic enfatizando su acento francés, y la hizo sonreír.
–El Merlot suena bien –contestó Ally.
Dominic sirvió una copa de vino y le rozó los dedos al dársela. El brazo volvió a picarle, pero esta vez ni la asustó ni se avergonzó de ello. Estaba excitada.
–¿Bon? –preguntó Dominic.
–Muy bueno.
Dominic apoyó la cadera en el mueble bar y se cruzó de brazos, y Ally pudo ver la contracción de sus pectorales a través del tejido de la camisa blanca de lino.
–¿Tú no bebes? –preguntó Ally.
–Ya me he tomado un whisky esta noche. Además, quiero mantener la cabeza despejada.
–¡Ah!
Quería preguntarle por qué sentía la necesidad de mantener la cabeza despejada, pero la sensual sonrisa de Dominic se lo impidió.
Se distrajo con la sorprendente belleza del rostro de Dominic, sumamente viril. Tomó otro sorbo de vino y dejó que el calor del alcohol se extendiera por su torso. Aquello era mucho mejor que pedalear hasta Whitechapel en medio de un chaparrón.
–¿Te gusta la vista? –preguntó él con voz profunda y en tono burlón.
Ally parpadeó, cegada por el ardor de esa sonrisa. Momentáneamente.
Las mejillas le ardieron.
«Por favor, Ally, deja de mirarlo y di algo, cualquier cosa».
–¿De qué negocio se trata? –preguntó ella.
–¿Negocio? –Dominic arqueó las cejas.
–Sí, el negocio por el que estabas dispuesto a casarte sin amor.
–Un negocio sumamente importante para mí –contestó Dominic–. Hay un extenso terreno urbanizable frente al paseo marítimo de Brooklyn, el único de esas características en los cinco distritos. Quiero hacerme con él y construir; principalmente, casas. Por desgracia, es propiedad de un grupo de hombres que se niegan a entrar en tratos con alguien que consideran… Cómo lo diría… ¿de dudosa moral? Durante la primera etapa del proyecto sobre todo, mi vida privada debe dar la impresión de ser sólida y estable. Tenía pensado divorciarme una vez que lo tuviera todo bajo control.
–Así que ibas a casarte por dinero, ¿no?
–El dinero es importante, como debes saber muy bien –dijo Dominic, y ella se ruborizó–. Pero no, no se trata solo de dinero. Quiero ampliar mi negocio, dar un salto cualitativo. Este proyecto serviría para lograr que LeGrand Nationale dominara el mercado del desarrollo inmobiliario en Estados Unidos.
No, no era solo una cuestión de dinero, sino también de prestigio. ¿Tan sorprendente era que eso fuese tan importante para Dominic, cuando había tenido que demostrar su valía desde muy joven? No podía echarle en cara su ambición, a pesar de que su cinismo la entristecía.
–Bueno, dejemos de hablar de mis negocios –murmuró él descruzando los brazos y acercándose a ella. Al llegar a su lado, le acarició la mejilla con la yema de un dedo, y un intenso calor se agolpó en su entrepierna–. Háblame de ti. ¿Cómo es que estás de mensajera en una bicicleta? ¿Tan mal te ha ido en la vida, Allycat?
El apodo de antaño le inflamó los sentidos, pero la atención que él le estaba prestando era aún más potente. Debía tener cuidado, aquello era solo una conversación, nada más.
–No muy mal –mintió ella–. Trabajo de repartidora porque se paga bien y puedo compaginarlo con los estudios. Yo… estoy estudiando en la universidad.
–Así que eres lista además de bonita –Dominic le pasó el dedo pulgar por los labios y ella, instintivamente, abrió la boca y suspiró.
–Si te pidiera permiso para besarte, Alison, ¿qué responderías?
Ally asintió sin pensar.
Besar a Dominic no era una buena idea, pero Ally era incapaz de controlar la euforia que le corría por las venas. La idea de que Dominic la deseara era aún algo más tóxico que su aroma o el hecho de que le estuviera acariciando el cuello.
–Debes responder en voz alta.
–Sí.
«Por favor».
–Merci –el ronco agradecimiento le provocó nudos en el estómago.
Se dio en la pared