Dos adultos en apuros. Emma Goldrick

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Dos adultos en apuros - Emma Goldrick страница 4

Автор:
Серия:
Издательство:
Dos adultos en apuros - Emma Goldrick Jazmín

Скачать книгу

      «Es una profesora hábil y trabajadora», había dicho el director del centro al consejo escolar, «pero completamente incapaz de mantener la disciplina en una clase de veinticinco estudiantes».

      –Entonces… –contestó el tío Ralph–, Eddie, lleva las bolsas de la señorita Hope a su dormitorio. Y tú, Melody, llévala a…. Pero en el nombre de Dios, ¿qué es eso?

      Era Rex, por supuesto. El perro se estiró, se puso en pie y se acercó a Hope. Era enorme.

      –Es Rex –dijo ella–, mi guardián. Mi madre ha dicho que no puedo quedarme aquí a pasar la noche sin perro.

      –¿Tu madre? ¿Te refieres a esa diminuta… eh… mujer bajita que vino ayer?

      –La misma –replicó Hope–. Es juez del Tribunal Superior de Justicia, ¿sabes?

      –No, no lo sabía. ¡Vaya aguafiestas! Así que mima mucho a su hijita, ¿no? ¿Te tiene superprotegida? ¿Tienes que volver a casa a las once? –inquirió haciendo una pausa para reflexionar sobre el resto de cosas que había dicho Hope–. ¿Has dicho el Tribunal Superior de Justicia?

      –Y mi hermano es muy fuerte y tiene ideas anticuadas –añadió Hope dándose aires de superioridad.

      –¡Dios mío! ¿Hay más en la familia?

      –Sí, y todos son mucho más grandes que yo –confesó Hope–. Pero, quitando a Michael, todas están casadas.

      –Creo que será mejor que vuelva a trabajar –contestó él mirándola con expresión grave.

      Parecía estar reflexionando. Luego sonrió a los niños y subió escaleras arriba. Hope lo observó.

      Era un hombre delgado y esbelto, como de un metro setenta y nueve. En su entorno, de gente enorme, resultaba bajito, pero para Hope tenía una medida muy adecuada. Podía mirarlo levantando la cabeza, pero sin necesidad de acabar con dolor de cuello. Era musculoso, la camiseta que llevaba lo demostraba. Cintura y caderas estrechas embutidas en los vaqueros, hombros anchos, cara cuadrada y cabello rubio rojizo. Bien, se dijo Hope, sabía que tenía que haber algún hombre de su talla en este mundo. Ralph se paró al pie de la escalera y se dio la vuelta.

      –La comida es a las doce, hay un horario en la pared de la cocina. Y ten cuidado con Eddie.

      Antes de que Hope pudiera formular ni una sola pregunta Ralph se había ido. ¿Que tuviera cuidado con Eddie? Melody era una muñequita, pero Eddie… era otra historia. Hope observó el reloj colgado de la blusa de la niña. Faltaban tres horas para la comida, tenía que resolver qué preparar.

      –Bueno, vamos –dijo Eddie recogiendo la maleta y comenzando a subir las escaleras.

      El niño era alto y fuerte para su edad, pero Melody era diferente. La niña se acercó a ella y la tomó de la mano. E inmediatamente rompió el hechizo diciendo:

      –Creo que hasta mi madre es más grande que tú –luego, al llegar al descansillo de las escaleras, añadió–: Bueno, tú eres más grande de arriba. ¡Mucho más!

      Hope se miró y estuvo a punto de dar un traspiés. Ella usaba una talla de sujetador más grande que la mayor parte de las mujeres de su estatura. Recordaba perfectamente cómo se le quedaban mirando los chicos en el instituto.

      –Algún día tendrás que contármelo –dijo Melody.

      –¿El qué? –preguntó Eddie.

      –Eso de ser… –comenzó a decir la niña.

      –Eso tendrá que explicártelo tu madre –alegó Hope dando por terminada la conversación. Era lo último: darles una clase sobre sexo. Tenía veinticuatro años, pero aún se sentía cohibida al hablar de ese tema–. Mi madre me lo explicó todo cuando cumplí los trece.

      –¿Explicar qué? –insistió Eddie.

      –Cosas de chicas –contestó su hermana.

      –Esta es tu habitación, Hope –dijo Eddie agarrando el picaporte.

      –No, esa no –dijo Melody–, la siguiente, la que tiene cuarto de baño.

      Eddie se encogió de hombros, cerró la puerta de un golpe y siguió por el pasillo hasta otra puerta más allá. Iba a tener su propio baño, era estupendo. El corredor era largo y recto, casi tan largo y estrecho como la pista de una bolera, y tenía ocho o nueve puertas cerradas que impedían que le llegara la luz y una pequeña y sucia ventana en cada extremo. Aquel lugar necesitaba una buena limpieza. Eddie abrió la puerta siguiente y la hizo entrar en una habitación decorada en marrón. Luego miró a su alrededor como si no pudiera creerlo.

      –¿Esta? –le preguntó a su hermana. La niña asintió. Eddie se encogió de hombros y soltó la bolsa de Hope–. Vamos –le ordenó a su hermana.

      Ambos bajaron al salón, la niña lo seguía sin pestañear. Rex se puso de pie para seguirlos.

      –¡Rex! –lo llamó Hope. El perro se detuvo, miró a su alrededor y volvió a su lado–. ¡Condenado perro! –Rex giró una o dos veces sobre sí mismo y se dejó caer en la alfombra–. Bien, desharé la maleta, tomaré una ducha y miraré a ver qué pongo de comida.

      Deshacer la maleta le llevaría poco tiempo: apenas llevaba dos o tres cosas, pero en cuanto a la comida… ¿Sándwiches y leche, quizá? Algo así, pensó. Era fácil contentar a los niños.

      Hope se quitó el suéter y se desabrochó la blusa. Entonces escuchó un estruendo. Primero un golpe, y después una especie de ruido continuo, como si algo estuviera rodando. Melody gritó. Eddie gritó pidiendo ayuda. Rex se puso en pie y miró hacia la puerta. Hope se tomó unos segundos y por fin salió al pasillo justo cuando la bola que rodaba por él chocó contra la pared del fondo. La casa tembló.

      La camisa, abierta, cayó al suelo. Los niños estaban de pie frente a ella, agarrados de las manos.

      –Ha sido un accidente –afirmó Melody.

      –Ha sido ella –dijo Eddie señalando hacia el rincón.

      Junto a la pared, una enorme bola de jugar a los bolos.

      –¡Dios mío! –suspiró Hope.

      –¡Dios mío, es cierto! –exclamó el tío Ralph bajando las escaleras desde la tercera planta–. Te he dicho que vigiles a Eddie.

      –¡No me digas! ¿Y por qué iba a querer un niño de su edad hacer una cosa así?

      –¡Pero si yo no he sido! –insistió Eddie.

      El tío Ralph esbozó una expresión de confusión. Melody, sintiendo que necesitaba protección, se agarró a la pierna de Hope con ambos brazos.

      –¡Yo no he sido! –exclamó.

      –Por supuesto que no –aseguró Hope.

      –Bien, tengo trabajo –dijo el tío Ralph. Acto seguido se dirigió hacia la escalera y comenzó a subir, pero enseguida añadió en voz baja, para que no lo oyeran los niños–: Señorita Latimore, apreciaría mucho que

Скачать книгу