Charada. Julianna Morris
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Su rancho de Montana… ¡Como si fuese tan fácil comprarle el rancho a su abuelo, siendo una mujer! Todo el mundo la presionaba para que encontrase pareja. Incluso ella misma veía difícil casarse algún día, cuando estuviera al mando del Bar Nothing Ranch.
–¿Por qué estás tan seria? –preguntó Logan con curiosidad.
–Mmh, por nada.
–Venga, cuéntame cosas del rancho de tu familia –dijo Kincaid, mientras ella comprobaba como el joven podía leerle el pensamiento.
–Es precioso. Mi madre es hija única, por lo tanto mi abuelo no tiene un heredero directo. Mis hermanos Cody y Daniel no tienen mucho interés por la vida en el rancho. Lianne tampoco. Luego, quedo yo. Pero mi abuelo, que está chapado a la antigua, es muy rehacio a dejarme la propiedad. Dice que el nuevo milenio le pilla muy viejo, para modernizar sus ideas.
–O sea, que sois Lianne, Cody, Daniel y tú.
–Sí. Aunque mi madre quería un quinto hijo, después de que naciera Lianne, mi padre pensó que eran suficientes cuatro vástagos.
Logan hizo una mueca de rechazo: para él un bebé ya era una molestia, o sea que cuatro hijos le parecían un exceso completo.
–¿Tu abuelo ha pensado en retirarse?
–Sí, de vez en cuando. Dice que le gustaría vender el rancho y marcharse con mi abuela a un lugar cálido, donde el invierno sea menos duro que en Montana.
–Claro… –dijo Kincaid mientras seguía curándole las heridas a Merrie.
La joven no podía evitar sentir el agradable olor que emanaba de su atlético cuerpo. Tras unos instantes que a Merrie le parecieron una eternidad, Logan terminó con los primeros auxilios.
–¡Ya estás lista!
–Supongo que querrás que te devuelva la camisa –dijo la joven, aún dolorida por el batacazo.
–Si te digo que sí, ¿me vas a pegar?
–Evidentemente.
–Pues, entonces quédatela por el momento… –dijo Kincaid cubriendo cuidadosamente las curas de la espalda, con la prenda masculina.
De nuevo, la joven tuvo que hacer un esfuerzo, al sentir el suave encanto de Logan.
Quizá fuese su propia naturaleza la que le advertía, que si quería tener hijos tendría que darse prisa en crear una familia. En efecto, los hombres podían ser padres a cualquier edad, pero eso no servía para las mujeres.
–No te preocupes por el aspirador. Contrataré a alguien que venga a ocuparse de la casa.
–No –dijo Merrie, tercamente–. No voy a dejar que otra persona ocupe el lugar de mi hermana.
–¿Quién ha dicho que voy a prescindir de Lianne?
Merrie se quedó pensando un rato y exclamó:
–Ya lo tengo. Si nos vamos a Montana los dos mataríamos dos pájaros de un tiro. Tú tendrías un lugar donde pasar las vacaciones, y no habría que preocuparse por tu casa. No descansarías en una exótica playa del Caribe, pero el rancho puede ser la mejor solución para eliminar el estrés. Además, está de moda pasar el tiempo libre ensuciándose con los caballos.
–No me importa mancharme, pero…
–Es la mejor solución. El abuelo estará encantado con un invitado más.
La joven estaba encantada porque a Logan le iba a venir muy bien una temporada en Montana, para bajarle un poco los humos. La verdad es que los vaqueros de la propiedad cuidaban muy bien a los turistas; sin embargo, Merrie no pensaba ocuparse de él. Sería exponerse demasiado a sus encantos: de hecho muchas mujeres harían cualquier tontería por estar a su lado. Por lo tanto, la vaquera se mantendría lo suficientemente alejada de él como para que las vacaciones transcurriesen placenteramente.
Kincaid todavía no había dicho una palabra a favor o en contra. Sin embargo Merrie no paraba de hacer planes.
–La estancia es cara, pero me imagino que está dentro de tus posibilidades –comentó alegremente Merrie–. Normalmente, viajo hasta Montana en coche, pero para no perder tiempo, podemos ir en avión. Tengo una amiga que trabaja en una agencia de viajes, le puedo pedir que nos prepare dos billetes para Rapid City. Está en Dakota del Sur, pero es el aeropuerto más cercano al rancho.
–Sí, ya se donde está Rapid City…
–Podríamos salir mañana mismo… ¡Sería estupendo! Estoy segura de que te va a encantar el sitio. Además, el abuelo te hará un descuento especial si te quedas el mes entero.
Pero, Logan Kincaid negó con la cabeza. Se había criado en el este de Washington, en una zona ganadera y había trabajado allí durante dos veranos, para costearse los estudios universitarios. Ni las manadas de vacas, ni el Lejano Oeste le tentaban lo más mínimo.
Sin embargo, se acercó a la vaquera, y la miró a los ojos. Era una persona impulsiva y totalmente inapropiada para el medio en el que él se desenvolvía normalmente. Cualquier hombre cabal huiría de ella, si tuviese dos dedos de frente. No como él, que no sólo no era prudente, sino que además tenía ganas de acariciar su abundante melena y besar su impetuosa boca.
–No tengo ningún interés en pasar las vacaciones en el rancho, y mucho menos un mes –dijo Logan lentamente.
–¿No?
–No –repitió el joven, intentando encubrir lo que parecía una sonrisa.
Se estaba fijando en lo tentadora que estaba Merrie, sentada en el cuarto de baño con su minúsculo pantalón corto y la melena cayéndole sobre sus hombros. Esa melena… Estaría preciosa esparcida por su almohada, después de hacer el amor.
Pero eso no era posible.
Los Fosters eran una familia anticuada, con fuertes vínculos y estrechas relaciones que él no podía comprender. Lianne era una mujer que no podía pensar en otra cosa que no fuese su familia y sus hijos. Merrie podía soñar con poseer el rancho, pero en lo que respectaba a sus relaciones, tenía la marca del «para siempre» como si de un tatuaje se tratase… sobre todo en lo que se refería al matrimonio.
Si había algo que Logan tenía claro era que a él no le iban las relaciones estables. Sólo le interesaban las aventuras ocasionales.
Al fin y al cabo no era un bicho raro. Las mujeres con las que salía eran como él: detestaban el matrimonio. Gloria era únicamente una excepción y no le interesaba en absoluto.
–¿Estás catatónico o qué te pasa? –le interrogó Merrie, enarcando una ceja.
–Estaba pensando…
–En Gloria, ¿no? –sonrió Merrie, con picardía.
–Más