Un beso atrevido - Las reglas del jeque. Эбби Грин
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Pero con Maria camino de Montana la tienda se quedaba en cuadro. Y Karen había prometido cuidar del negocio en ausencia de su prima.
–Mimi, tú y yo sabemos que esta noche esto va a llenarse hasta la bandera.
–Por eso he llamado a Verónica, la del pelo teñido de platino. Es un poco lenta, pero a los hombres les encanta.
–Cierto, Verónica no es muy rápida. Por eso tengo que quedarme al menos un rato más. Te prometo que me marcharé a las ocho, cuando esto esté más tranquilo.
Para entonces tal vez estuviera preparada para reunirse con Ash. Estaría menos nerviosa. Tras acabarse la taza de capuchino que tenía entre las manos tendría probablemente la dosis de cafeína suficiente como para afrontar la situación.
En ese momento sonó el teléfono y Karen agradeció la oportunidad de distraerse de sus pensamientos.
–Baronessa –dijo descolgando el aparato.
–Me estoy empezando a preguntar si mi mujer se reunirá conmigo alguna vez.
Karen dejó la taza sobre el mostrador y agarró con fuerza el teléfono. Le sudaban las palmas de las manos.
–Creo que tardaré al menos un par de horas más.
–Eso es mucho tiempo para que un hombre espere en su noche de bodas –respondió Ash exhalando un suspiro que se escuchó desde el otro lado de la línea.
–Lo siento, pero va a empezar a llegar la gente y la situación se va a volver incontrolable.
–Espero que cuando llegues las cosas se vuelvan también por aquí un poco incontrolables. En un sentido placentero.
Karen no quería reaccionar ante la insinuación, pero no pudo evitar la mezcla de escalofrío y calor que le recorrió el cuerpo. Al menos él no parecía enfadado. Al menos le hablaba.
–Estaré allí lo más pronto que pueda.
–Espero que no tardes. El champán está enfriándose, pero me temo que el hielo se derrite a medida que pasa el tiempo.
Igual que le sucedía a Karen al escuchar su voz profunda y ronca.
–No creo que yo deba tomar champán. Se me sube a la cabeza.
–No tengo ninguna objeción en que se te suba un poco. Tengo que reconocer que yo me siento un poco así en estos momentos al imaginarme que te quito la ropa.
Karen miró por encima de su hombro a Mimi, que fingía no estar escuchando.
–¿Algo más?
–Sí. Quiero advertirte que yo ya me he desnudado por completo. Y que he encendido el fuego de la chimenea para que estemos más a gusto.
La imagen de Ash desnudo ante las llamas irrumpió en el cerebro de Karen como una bomba.
–Eso suena… interesante –aseguró exhalando una leve respiración.
–Estoy convencido de ello. Más interesante de lo que tú o yo podamos imaginar.
La concepción debía ser la única preocupación de Karen, pero no podía evitar pensar en el placer que Ash le estaba sugiriendo. Así que, ¿por qué no se dejaba llevar y disfrutaba del proceso? Después de todo, ella era una mujer y él un hombre. Un hombre viril, seductor y misterioso.
Aquella noche, y sólo por una noche, se permitiría a sí misma la libertad de perder un poco el control para conseguir satisfacción y con un poco de suerte un hijo. Aquella noche, y sólo por una noche, se entregaría por completo al jeque, al menos físicamente hablando. Emocionalmente tendría que mantenerse fuerte.
–Karen, ¿quieres que te cuente qué más he imaginado?
Ella volvió a mirar a Mimi, que no paraba de hacer gestos. Karen colocó la mano en la puerta de la nevera que albergaba los helados y la retiró inmediatamente. En caso contrario corría serio peligro de derretir hasta el último gramo.
–No es realmente necesa…
–Tengo gran curiosidad por sentir tu piel desnuda bajo las manos. Y en averiguar cómo sabrás. Toda tú. Y en cómo te rendirás cuando te lleve hasta…
–Tengo que colgar.
Karen colgó bruscamente el auricular y se giró de golpe al escuchar la risa cínica de Mimi.
–Vaya, vaya, señorita… o el teléfono quemaba o has decidido que de repente tienes mucha prisa en marcharte de aquí.
El único fuego que había estaba en el rostro de Karen.
–Ash ha preparado la cena –se disculpó sonrojándose–. Creo que no me gustaría hacerle esperar, y…
–Vamos, márchate –la interrumpió Mimi haciendo un gesto con la mano–. Nos las arreglaremos perfectamente, igual que tú te las arreglarás perfectamente con tu marido. De eso estoy segura.
Otra carcajada acompañó a Karen durante el trayecto hasta la puerta de Baronessa.
Durante todo el camino, Karen fue charlando con sus ovarios. Si decidían colaborar entonces terminaría el trabajo aquella misma noche. Pero en caso contrario tendría que seguir haciendo el amor con Ash un poco más.
¿Y por qué no le parecía aquello una perspectiva terrible? Karen sabía por qué. Durante la conversación telefónica había conseguido excitarla con un par de palabras bien escogidas pronunciadas en un tono de voz capaz de convencer a un santo para que pecara. Por supuesto, Ash podría ser todo palabras y nada de acción… y seguro que también alguien podía aparecer en la puerta de su casa para regalarle un millón de dólares.
Karen llegó al hotel considerablemente pronto teniendo en cuenta el tráfico denso y su incapacidad para concentrarse en la conducción. Al llegar a la puerta de la suite dudó unos instantes. ¿Y si Ash no hubiera estado bromeando? ¿Y si le abría la puerta desnudo como vino al mundo? Si eso ocurría, trataría de mantener la vista arriba y no desmayarse en el pasillo.
Exhaló un profundo suspiro e hizo el amago de llamar a la puerta. Entonces recordó que Ash le había dado una tarjeta para abrir la habitación. Revolvió su bolso hasta encontrarla al fin. Entonces la introdujo en la cerradura con dedos temblorosos y abrió la puerta. La habitación estaba en silencio y prácticamente en penumbra a excepción de la tenue luz de la chimenea que había en la zona de estar.
Karen siguió el fuego con la mirada hasta detenerla en el sillón que estaba colocado enfrente y en el que estaba sentado su marido. Su marido desnudo.
Tenía que reconocer que era un hombre de palabra. Un hombre de palabra con un cuerpo capaz de derretir la nieve de Montana.
Karen posó los ojos inmediatamente sobre su pecho desnudo, un territorio de bronces interrumpido únicamente por unos mechones de pelo oscuro que al descender se transformaba en un sendero viril que viajaba por su vientre hasta…