Un beso atrevido - Las reglas del jeque. Эбби Грин
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Pero incómoda no era la palabra. Karen estaba fascinada. Fascinada por la estampa tan sensual que él componía. Fascinada porque estuviera ya absolutamente excitado.
Dejó su bolso de viaje en el sofá y se dirigió al cuarto de baño.
–Necesito darme una ducha –murmuró pensando que lo que le hacía falta era un tanque de oxígeno.
–Te tendré lista una copa de champán para cuando regreses –dijo Ash sujetándola por una muñeca cuando pasó a su lado.
–Bien –respondió ella sin atreverse a mirarlo por miedo a olvidarse de la ducha–. ¿Y te importaría poner algo?
–¿Música?
–No. Algo de ropa encima de tu cuerpo.
–Si eso es lo que quieres, llevaré la bata puesta cuando regreses. Y me encantará que me la quites.
–Regresaré en unos minutos –dijo ella por toda respuesta.
Al llegar al dormitorio, Karen cerró la puerta y apoyó el cuerpo contra ella. Se abrazó a sí misma para controlar los escalofríos, pero fue inútil. Tampoco estaba muy segura de que las piernas le respondieran, pero tenía que moverse. Tenía que ducharse y prepararse para la concepción. Prepararse para lo que Ash le tenía dispuesto aquella noche, fuera lo que fuera.
Ash no entendía por qué Karen estaba tardando tanto en el baño. Suponía que tal vez estuviera nerviosa. Tal vez la había escandalizado sin pensarlo con su desnudez, aunque lo cierto era que le había advertido. Pero quizá no debería olvidar que todavía no tenían confianza, aunque él se encargaría de cambiar aquello cuando Karen regresara.
Lo cierto era que estaba experimentando una cierta sensación de incomodidad a pesar de que ver a Karen entrar por la puerta, aunque fuera completamente vestida, había avivado su deseo por ella.
Ash recorrió de arriba abajo la habitación pensando en la razón oculta de su propia intranquilidad. Normalmente no tenía ningún problema a la hora de hacer el amor. Había aprendido a una edad relativamente temprana a proporcionar placer a una mujer y a recibirlo durante el acto amoroso.
Pero aquella noche temía no ser capaz de derribar la resistencia de Karen y que ella estuviera dispuesta a recibir sin tabúes lo que él le ofrecía. Ash tenía miedo de que sólo viera el acto como un medio para conseguir un fin, que no fuera capaz de verlo de otro modo que no fuera como un semental haciendo un servicio. Y él deseaba que lo viera como un hombre, no como un príncipe. Un hombre que quería tenerla toda entera, incluidos su confianza y su respeto.
Aquello era muy importante para él, y era algo que no deseaba desde hacía muchos años. Quince años para ser exactos. Pero aquella noche no pensaría en ello. Volcaría toda su energía en las necesidades de Karen.
–¿Ash?
El jeque se dio la vuelta y se encontró con su esposa vestida con un camisón de encaje del color de la rosa del desierto que dejaba entrever las curvas de su cuerpo. Llevaba el cabello castaño suelto, enmarcándole el óvalo de la cara en suaves ondas.
La visión de Karen de espaldas a la luz del fuego y la certeza de que era suya, al menos por aquella noche, provocó que Ash se pusiera duro como el acero bajo la bata que se había puesto. Todos los músculos de su cuerpo se tensaron con el deseo de poseerla allí mismo.
Pero cuando vio la incertidumbre reflejada en los ojos de su esposa recordó que tenía que tranquilizarse, mantener el control y tratar de persuadirla suavemente, olvidando lo desesperado que estaba su cuerpo por vaciarse.
–Ven aquí –dijo estirando el brazo hacia ella.
Karen avanzó lentamente en su dirección y tomó la mano que le ofrecía. Cuando la condujo hasta el sofá y la sentó a su lado, ella frunció el ceño.
–¿Qué tiene de malo el dormitorio?
–Más tarde –aseguro Ash sirviéndole una copa de champán–. Tal vez deberíamos hablar un poco antes.
Cuando le ofreció la copa se dio cuenta de que a ella le temblaban ligeramente las manos. Él también experimentó un estremecimiento, pero no tenía nada que ver con los nervios. El suave pico de sus pezones se marcaba bajo la tela de encaje que cubría sus senos redondos. Ash se esforzó para ganar la batalla del control.
–¿De qué quieres hablar? –preguntó Karen mirando fijamente su copa de champán y recorriendo el vidrio suavemente con un dedo.
«De lo que voy a hacerte esta noche», pensó.
–Del día que has pasado –dijo moviéndose casi imperceptiblemente para guardar la distancia entre ellos y mantener atado su deseo–. Pareces cansada.
–Lo estoy –confesó Karen bebiendo un sorbo de champán–. Ha sido un día muy largo.
–Túmbate –dijo entonces el jeque sujetándole la copa.
–Ash…
–Sólo quiero ayudarte a que te relajes.
Los ojos de Karen, que parecían de oro bajo el reflejo del fuego, mostraban desconfianza cuando colocó la cabeza sobre el brazo del sofá y se cubrió los pechos con las manos. Ash le colocó las piernas encima de su regazo con cuidado de no acercarlas demasiado a su erección. El más mínimo contacto en aquella zona podría hacerle olvidar su voto de paciencia.
Comenzó entonces a masajearle los pies, aquellos pies tan finos con las uñas pintadas del mismo color rojo que el camisón. Trabajó el interior, los talones y aquellos pulgares delicados que encontraba tan intrigantes. Cuando comenzó a subir por las pantorrillas Karen se puso tensa. Y cuando le deslizó las yemas de los dedos en la cara interna de los muslos abrió los ojos de par en par.
–¿Estás más relajada? –preguntó Ash sin dejar de acariciarle las piernas con movimientos certeros.
–No exactamente.
–Dime qué puedo hacer para ayudarte.
–No lo estás haciendo mal –respondió Karen exhalando un medio suspiro cuando él subió los dedos unos milímetros.
¿Que no lo estaba haciendo mal? Aquello no iba para nada con Ash. Se bajó del sofá con gesto decidido y se puso de rodillas delante de ella. Tenía los labios dibujados de un rojo profundo parecido al de las uñas. Muy tentador, pero Ash no estaba todavía preparado para besarla. Al menos no allí.
–¿Qué hacemos ahora? –preguntó ella con incomodidad.
–Tienes que recordar dónde estás y disfrutar.
Ash le bajó uno de los tirantes y depositó suavemente los labios sobre el hombro desnudo. Luego procedió a hacer lo mismo con el otro tirante. Podía sentir el corazón de Karen latiendo con fuerza en el punto en que su pecho se encontraba con sus senos y supo que en cierto modo estaba triunfando con su seducción.
–Eres muy hermosa –susurró