Un beso atrevido - Las reglas del jeque. Эбби Грин

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Un beso atrevido - Las reglas del jeque - Эбби Грин Ómnibus Temático

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a Dios que se las había arreglado para salir de allí a toda prisa.

      Ashraf Saalem no tenía ninguna intención de permitir de Karen Rawlins se fuera. Desde el momento en que puso los ojos sobre ella en la fiesta de bienvenida, desde el instante en que la besó espontáneamente, la deseaba. Seguía deseándola y pretendía hacerla suya aunque para ello tuviera que ejercitar su paciencia hasta el límite.

      La paciencia no era una de las virtudes de Ash. Nunca habría conseguido su fortuna personal si no hubiera sido persistente. Nunca habría dejado la seguridad del negocio familiar ni se hubiera marchado a América si hubiera estado dispuesto a aceptar las exigencias de su padre.

      –Maldición…

      La queja suave de Maria Barone captó la atención de Ash.

      –¿Hay algún problema?

      –Karen tenía tanta prisa que se ha dejado esto –dijo la joven mostrándole un bolso de cuero negro.

      Ash vio el descuido de Karen como una oportunidad para continuar con su estrategia de convencerla para que volvieran a verse, a ser posible a solas.

      –Estaré encantando de llevárselo.

      –¿Ahora?

      –Sí. Supongo que lo necesitará, seguramente tendrá ahí el carné de conducir y la cartera con el dinero.

      –Tienes razón –reconoció Maria pensativa–, pero no estoy muy segura de que le haga gracia que te diga adónde va.

      –Mencionó algo de una visita al médico –dijo sin especificar que aquella información se la había sacado con sacacorchos.

      –Ayer me preguntó cómo ir al número doscientos de la calle Blakenship –intervino entonces una mujer menuda de cabello gris–, así que supongo que es allí dónde va.

      –Mimi, no creo que a Karen le guste que des esa información –aseguró Maria mirando a la camarera con frialdad.

      –Necesita su bolso, ¿no? –preguntó la mujer poniendo los ojos en blanco– Además, no creo que él le robe las tarjetas de crédito.

      –Puedes confiar en que encontraré a la señorita Rawlins y se lo entregaré sano y salvo –intervino Ash agarrando el bolso que Maria le tendió vacilante–. Hasta pronto, señoras. Volveremos a vernos.

      –De eso estoy segura –aseguró Mimi con una sonrisa–, ya que Karen trabaja aquí. Esa chica es muy guapa.

      Sin decir nada más y despedirse con una inclinación de cabeza, Ash salió de la tienda con una sonrisa en la cara, agradecido por su buena fortuna. Tenía algo que Karen Rawlins necesitaba, y ella tenía algo que él deseaba. A ella. Al menos era un principio.

      Con aquella idea en mente, Ash se metió en su Rolls-Royce plateado que estaba aparcado en la entrada y se puso en marcha. Notó cómo se iba impacientado mientras circulaba entre el denso tráfico de aquellas horas. Tras un rato que se le hizo interminable giró por la calle que la camarera había mencionado y se acercó a un edificio de ladrillo rojo que parecía una clínica.

      Ash detuvo el coche en el aparcamiento y cuando leyó el cartel del Centro de Fertilidad Milam pensó que se había equivocado. Pero cerca de la entrada vio un coche pequeño de color azul que se parecía al que se había subido Karen cuando salió de Baronessa.

      Aparcó, agarró el bolso de cuero y se sentó en un banco desde el que podía ver el coche azul. Pensó que Karen ya habría entrado y decidió esperar hasta que saliera aunque tardara varias horas. Tenía muchas preguntas que hacerle, sobre todo por qué había escogido una clínica en la que ayudaban a las mujeres a quedarse embarazadas. Entonces se abrió la puerta del coche de Karen y ella salió.

      Ash vio el cielo abierto y atravesó el aparcamiento para ir a su encuentro. Se detuvo un instante para observar el balanceo de sus caderas y la belleza de sus piernas estirándose bajo la falda cuando ella se inclinó para buscar, al parecer, el bolso.

      –¿Estás buscando esto?

      Karen se golpeó levemente la cabeza al darse la vuelta bruscamente para mirarlo.

      –¿Qué estás haciendo aquí? –le preguntó tuteándolo casi inconscientemente.

      –He venido a darte esto –dijo el jeque mostrándole el bolso.

      –Gracias –contestó Karen agarrándolo–. No me di cuenta de que me lo había dejado.

      –Ahora te toca a ti responder a la misma pregunta –afirmó Ash señalando hacia la clínica–. ¿Qué estás haciendo aquí?

      –Ya te dije que…

      –Que tienes una cita. Lo sé. ¿Pero qué te trae a un sitio así? ¿Has venido a una entrevista de trabajo?

      –Por supuesto que no –aseguró ella cerrando la puerta del coche con un leve golpe de trasero–. Esto no es asunto tuyo –dijo algo molesta.

      Ash se sentía frustrado por su reticencia. Sabía que no tenía derecho a interrogarla, pero tenía que saber por qué estaba allí.

      –Tengo enorme interés en comprender la razón por la que has venido a este lugar.

      –No tienes por qué comprenderlo. Esto es cosa mía, no tuya.

      –Es cosa mía si tienes una relación con alguien con quien planeas tener un hijo, si esa es la razón por la que estás aquí.

      –¿Y por qué sería eso cosa tuya?

      –Porque entonces dejaría de insistir en quedar contigo. No quiero introducirme en el territorio de otro hombre.

      –Para tu información, jeque Saalem, yo no soy el territorio de ningún hombre –aseguró Karen con sus ojos verdes y dorados encendidos en fuego–. En estos tiempos una mujer no necesita un hombre para tener un hijo, al menos no al hombre entero.

      Ash se llevó la mano a la mandíbula y se la acarició pensativo, sin saber muy bien qué pensar de las palabras de Karen.

      –Así que planeas tener un hijo tú sola…

      –Así es –reconoció ella alzando la barbilla en gesto desafiante–. Inseminación artificial.

      Aquello no le parecía bien al jeque. Entendía la necesidad del procedimiento en algunos casos, pero no en aquel.

      –¿Quieres decir inseminación con el esperma de un desconocido?

      –No tengo intención de hablar de esperma con un jeque –aseguró Karen sonrojándose.

      –Pero tienes intención de tener el hijo de un hombre del que no sabes nada.

      –Sí, esa es mi elección. Tengo treinta y un años y no me voy haciendo precisamente joven. Es el mejor momento de mi vida para hacer esto.

      Ash sopesó sus palabras, su propósito. Sí. Estaba claro que él tenía algo que Karen necesitaba. Un servicio que estaría dispuesto a ofrecerle con gran placer. Y ella tenía también algo más que él quería. La habilidad de

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