Un beso atrevido - Las reglas del jeque. Эбби Грин

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Un beso atrevido - Las reglas del jeque - Эбби Грин Ómnibus Temático

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      –Tal vez yo pueda ayudarte en este asunto –dijo.

      –¿Quieres decir que estarías dispuesto a hacer una donación para que yo la utilizara? –preguntó Karen abriendo mucho los ojos.

      –No tengo ninguna intención de compartir mi afecto con un recipiente de plástico. Prefiero hacer un hijo del modo en que la naturaleza tiene previsto que procreen un hombre y una mujer.

      –De ninguna manera –respondió ella sacudiendo la cabeza–. No pienso permitir… eso.

      Ash acortó la distancia que los separaba y le apartó un mechón de cabello castaño y ondulado del hombro. Tenía la sospecha de que a Karen le gustaban los retos tanto como a él, y si tenía que utilizar aquella arma, la utilizaría.

      –¿Tienes miedo?

      –Por supuesto que no –respondió ella mirándolo de modo tan salvaje, que Ash supo que había acertado–. ¿Por qué habría de tenerlo?

      –Tal vez tengas miedo de lo que puedas llegar a sentir si me dejas hacerte el amor –aseguró él colocando una mano en el coche e inclinándose hacia delante–. De lo que podamos experimentar juntos.

      Ash la escuchó emitir un leve suspiro, la única señal de que sus palabras le habían afectado.

      –No es una buena idea, eso es todo.

      –Es una idea estupenda. Hace tiempo que considero la posibilidad de tener mi propia familia. Esto nos beneficiaría a los dos.

      –Yo sólo quiero un hijo, no una relación –respondió ella sin dudarlo un instante.

      –¿Un hijo que no conocerá a su padre? Creo que si miras en el fondo de tu alma no querrás eso para él, teniendo en cuenta lo que recientemente has averiguado sobre el secuestro de tu padre.

      –No tengo otra opción –aseguró ella mirándose los dedos de los pies que le asomaban por las sandalias–. No hay nada en este mundo que desee más que un hijo.

      Con la yema de un dedo Ash le levantó la barbilla para obligarla a mirarlo. En sus ojos vio la indecisión, no la negativa total. Aquello fue suficiente para animarlo a seguir insistiendo.

      –Yo te ofrezco otra opción. Estoy dispuesto a ser el padre de tu hijo.

      –¿Y qué esperas exactamente a cambio? –preguntó Karen mirándolo con desconfianza.

      Ash sólo le había entregado el corazón a una mujer en una ocasión, sólo una. Ya no tenía nada más que ofrecer en ese sentido. Pero podía darle a Karen el bebé que deseaba, un hogar confortable y un futuro seguro.

      –Quiero que seas mi esposa.

      –Eso es una locura –aseguró ella frunciendo el ceño–. No nos conocemos.

      –¿Y qué mejor manera de conocernos?

      –No quiero casarme. Casi cometo ese error no hace mucho tiempo –dijo Karen con tristeza, como para sí misma.

      Ash no tenía motivos para sentir celos del hombre que hubiera gozado en el pasado del afecto de Karen, pero para su propia sorpresa los sentía. No importaba. Llegado el caso intentaría hacerle olvidar cualquier relación anterior, sobre todo aquella que parecía haberle causado dolor. Pero para ello tendría que convencer a Karen de que el matrimonio era algo conveniente para ambos.

      –Tal vez podríamos llegar a un acuerdo. Si decides no seguir adelante con el matrimonio no tendrás ninguna obligación. Serás libre para marcharte tras el nacimiento de nuestro hijo.

      –¿Estás hablando de divorcio?

      Aquella palabra sonaba muy fuerte a oídos de Ash. Iba en contra de todas sus convicciones.

      –Sí.

      Karen se mordió el labio inferior repetidas veces antes de hablar.

      –Si no he entendido mal, tú quieres formar parte de la vida del bebé aunque el trato termine.

      Ash haría todo lo que estuviera en su mano para asegurarse de que no hubiera que discutir sobre la custodia del niño. Haría todo lo humanamente posible para evitar que su matrimonio fracasara.

      –Por supuesto. ¿A ti te parece mal?

      –Supongo que es lo mejor.

      –Entonces, ¿trato hecho? –preguntó él sin poder evitar una sensación de victoria anticipada.

      –No –respondió Karen estirándose y volviendo a colocar el asa del bolso en el hombro–. Tengo que hacerme la revisión y sopesar todas mis opciones antes de tomar una decisión.

      Ash se apartó del coche y señaló con un gesto en dirección al edificio, aunque no estaba dispuesto a aceptar una derrota.

      –Entra con mis bendiciones, Karen. Y mientras estés allí piensa en mí –dijo deslizándole el brazo por la cintura–. En nosotros. Considera lo que te estoy ofreciendo, un padre al que tu hijo conocerá. Y los medios para crear vida a través de un acto que nos proporcionará placer a ambos.

      Ash la atrajo hacia sí y la besó. Era un beso destinado a convencer, a persuadir, a meterse en su cabeza para que Karen no se olvidara de él. Ella tenía los labios firmes contra los suyos, pero tras unos segundos de breve resistencia, se abrió finalmente a él y Ash aprovechó la oportunidad para deslizar la lengua en la suave humedad del interior de su boca. Fue sólo una vez, pero bastó para intuir cómo podrían ser las cosas entre ellos.

      Haciendo un gran esfuerzo Ash dio un paso atrás para apartarse de ella, sacó una tarjeta de visita del bolsillo y se la puso en la palma de la mano acompañando el gesto con una suave caricia en la muñeca.

      –Aquí están los números en los que puedes encontrarme cuando tomes tu decisión. Piénsatelo bien.

      Karen se quedó quieta como una estatua mientras Ash se alejaba con la esperanza de que ella encontrara lógica su oferta y aceptara su proposición. En caso contrario tendría que seguir intentando convencerla.

      Capítulo Dos

      Aquel hombre no tenía vergüenza.

      Karen no podía creerse que Ash Saalem la hubiera besado aquella tarde en un aparcamiento. No podía creer que se hubiera ofrecido a ser el padre de su hijo. Y no podía creer que ella estuviera considerando la posibilidad.

      Se sirvió una copa de vino tinto, entró en el salón y se dejó caer sobre el sofá con la esperanza de aclararse la mente. Le encantaba aquel apartamento situado en la cuarta planta de la casa que los Barone le habían ofrecido generosamente. Gina había decorado el lugar con sofás de seda italiana, un escritorio antiguo y alfombras persas. Era precioso, pero aquellos muebles y complementos tan elegantes no casarían bien con un bebé que diera sus primeros pasos.

      Pero estaba yendo demasiado lejos. Primero tenía que concebir, y luego ya pensaría en cambiar la decoración. En aquellos momentos la concepción tenía que ser su principal prioridad. Eso y la oferta de Ash, no su boca experta. Tenía que sacarse aquel beso

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