Un beso atrevido - Las reglas del jeque. Эбби Грин

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Un beso atrevido - Las reglas del jeque - Эбби Грин Ómnibus Temático

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del día. En la clínica la habían advertido del procedimiento que llevarían a cabo y de sus costes tanto emocionales como físicos si no conseguía quedarse embarazada tras los primeros intentos. Había estudiado los perfiles de los posibles donantes, y la mayoría eran estupendos. También había visto a varias parejas en la sala de espera con aspecto ansioso, esperanzado… y enamorado.

      Tal vez Ash tenía razón. ¿De verdad quería ella traer al mundo un bebé que no conociera sus raíces, teniendo en cuenta que ella misma había crecido sin saber la verdad respecto a las suyas? ¿Podía confiar en que los donantes de esperma fueran completamente sinceros? Después de todo, había aprendido recientemente que muchas de las cosas que creía de su árbol familiar no eran ciertas.

      Karen dejó el vaso sobre una mesita auxiliar y se tumbó en el sofá. Si decidía seguir adelante con la inseminación tenía que arreglarlo todo en menos de tres días, el tiempo que faltaba para el momento más fértil en su ciclo. Lo mismo ocurría si decidía aceptar la oferta del jeque.

      El solo hecho de pensar en hacer el amor con Ash le provocó una mezcla de escalofrío y destello de calor. No podía negar que la idea le parecía atractiva. Tampoco podía negar que el beso que le había dado había dejado huella en su libido.

      En ese instante sonó el timbre de la puerta. Karen se levantó del sofá precipitadamente sintiendo una punzada de pánico. Tal vez Ash había decidido ir a visitarla en busca de una respuesta que ella no estaba preparada para darle.

      Pero cuando observó por la mirilla y distinguió a Maria, se sintió por un lado aliviada y por otro un poco desilusionada de que Ash no hubiera ido a verla para convencerla con más besos.

      –Hola –saludó Karen a su prima con una sonrisa cuando abrió la puerta–. ¿Estás bien? –le preguntó con preocupación, al verla con un aspecto tan cansado–. ¿Qué te ocurre?

      Maria se dejó caer sobre el sofá y al instante las lágrimas comenzaron a rodarle por las mejillas, pillando a su prima completamente por sorpresa.

      –¿Qué ocurre, Maria? –repitió sentándose a su lado en el sofá.

      –Es una historia muy larga y muy triste, Karen.

      –Tengo toda la noche –aseguró ella tomándola de la mano–. Por favor, dime qué te pasa. Me tienes preocupada.

      –Esto es lo que pasa –respondió Maria levantándose la camisa blanca y colocándose la mano sobre el vientre.

      Karen percibió un bulto prominente bajo la cinturilla de los pantalones negros de Maria. Al instante se dio cuenta de que aquello no tenía nada que ver con que su prima hubiera engordado un par de kilos tomando helado.

      –¿Estás…?

      –¿Embarazada? Así es. Nadie lo sabe. Nadie debe saberlo excepto tú.

      Más confundida que nunca, Karen dejó transcurrir unos segundos para asimilar aquel impacto.

      –¿Quién es él?

      –Alguien a quien estoy viendo en secreto desde enero –respondió Maria con un suspiro.

      –¿En secreto? ¿Está casado, Maria?

      –Peor que eso. Es un Conti.

      Karen se quedó de nuevo impactada y trató de asimilar la información. Su prima acababa de decirle que estaba embarazada de un hombre que pertenecía a una familia enemiga de los Barone desde hacía décadas. Ambos clanes, los Conti y los Barone, parecían decididos a continuar con las antiguas rencillas. No cabía duda de por qué Maria no quería que nadie se enterase.

      –Se llama Steven –continuó diciendo la joven–. Es guapísimo y cariñoso y estoy totalmente enamorada de él.

      –Suena maravillosamente, Maria. Aparte de la cuestión familiar, ¿cuál es el problema?

      –El problema es la cuestión familiar. Últimamente han sucedido muchas cosas: el sabotaje del helado, el incendio de la fábrica… y algunos miembros de la familia creen que los Conti están detrás de esos incidentes. Nunca aceptarán nuestra relación. Si se enteran de la verdad, sólo servirá para separarnos y que las familias se separen todavía más.

      –Tal vez vuestra relación y este niño sirvan para acabar con todo esto.

      –No me imagino que eso pueda suceder, al menos no por el momento. Quiero marcharme una temporada de la ciudad para pensar bien en todo esto. Y quiero hacerlo ya mismo, porque empieza a notárseme. Estoy de cuatro meses.

      Otra sorpresa para Karen. Pero pensándolo bien, Maria había empezado a sacarse la camisa por fuera del pantalón, algo a lo que ella no le había dado ninguna importancia hasta aquel momento.

      –Si puedo hacer algo por ti, dímelo.

      –Necesito que te encargues de la tienda en mi ausencia.

      –Por supuesto –aseguró Karen al instante, satisfecha de poder corresponder en cierto modo a todo lo que su prima había hecho por ella–. ¿Le has contado a Steven tus planes de marcharte?

      –Ni siquiera sabe lo del bebé. No sería justo cargarle con esto ahora, al menos hasta que yo decida lo que voy a hacer.

      –No estarás pensando en deshacerte del bebé, ¿verdad? –preguntó Karen súbitamente alarmada.

      –¡No! –exclamó su prima con gesto ofendido–. Quiero a este niño, y si las cosas no salen bien entre Steven y yo al menos tendré siempre conmigo una parte de él.

      –¿De verdad tienes tan pocas esperanzas de que lo vuestro funcione?

      –Me gustaría ser más optimista, Karen, de verdad que sí, pero me temo que esta relación está condenada al fracaso. Hay demasiados obstáculos.

      –¿Y a dónde quieres ir?

      –Por eso he venido. ¿Sigues teniendo tu antigua casa de Montana?

      –Se la he vendido hace poco a un amigo de la familia –respondió Karen tomándose unos instantes para pensar una alternativa–. Pero tengo dos buenos amigos en Silver Valley, los Calderone. Poseen un rancho maravilloso y estoy segura de que les encantará tenerte como invitada el tiempo que te apetezca.

      –¿De verdad? –preguntó Maria con expresión iluminada.

      –Estoy casi segura, pero los llamaré mañana a primera hora para asegurarme.

      –Me has salvado la vida, Karen –afirmó Maria poniéndose en pie tras darle un abrazo–. Te echaré de menos. Pero prométeme que no le dirás nada a Steven. Ni a nadie de la familia. No quiero que sepan que me he marchado.

      –Pero todo el mundo se preocupará… –protestó su prima.

      –Dejaré una nota a la familia explicándoles que necesito marcharme una temporada –aseguró dirigiéndose a la puerta–. Y a Steven también. Gracias por todo.

      Karen cerró cuando Maria se hubo marchado y sintió lástima por ella, porque no podía compartir su alegría con el padre de su hijo y con su familia. Recordó los eslabones perdidos de su propio árbol genealógico y no pudo negar la importancia

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