Un beso atrevido - Las reglas del jeque. Эбби Грин

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Un beso atrevido - Las reglas del jeque - Эбби Грин Ómnibus Temático

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style="font-size:15px;">      Cielo santo.

      Para evitar mirar directamente a Ash, Karen dirigió su atención a la ampulosa zona de estar de la suite. Una fila de puertas acristaladas se abría a una terraza bajo la que se divisaba el centro de Boston, iluminado a esas horas por cientos de lucecitas.

      –Qué sitio tan agradable –comentó tras admirar el mobiliario de caoba con piezas únicas y el tresillo de cuero–. ¿Vienes aquí muy a menudo?

      ¿En qué estaba pensando? Parecía una buscona tratando de ligar en un bar en lugar de una mujer inteligente y sofisticada cumpliendo una misión. Pero Ash tenía la facultad de trabarle completamente la lengua y confundirla.

      –Por el momento ésta es mi casa –respondió el jeque avanzando un par de pasos en su dirección.

      –¿Y dónde vives normalmente?

      –Donde me lleven mis negocios. No tengo una residencia permanente.

      Como si Ash se tratara de un poderoso imán, Karen avanzó hacia él. Se sacó el bolso del hombro y lo abrazó, como si pudiera defenderla de su magnetismo.

      –¿De verdad? Resulta extraño no tener un sitio al que llamar hogar.

      –Espero instalarme en Boston.

      Ash acortó aún más la distancia que los separaba. Estaban tan juntos como habían estado el día anterior en la barra de la heladería. Karen no tenía ninguna gana de dar un paso atrás, aunque sabía que debería hacerlo.

      –¿Por qué has venido, Karen?

      –Quiero hacerte un par de preguntas.

      –¿Te gustaría tomar asiento antes? –preguntó el jeque señalando con un gesto hacia el sofá.

      –Claro –respondió ella, pensando que sentarse era una idea excelente.

      Karen tomó asiento en un extremo pensando que Ash lo haría en el sillón que estaba enfrente. Pero él se acomodó en el otro extremo del sofá, se cruzó de piernas y colocó el brazo en el respaldo. Parecía sentirse tan cómodo que Karen llegó incluso a molestarse. También le molestó el modo en que ella reaccionó a su cercanía, imaginándose que Ash la tumbaba sobre la suavidad de la alfombra que tenían a los pies.

      Karen tragó saliva. Al menos tenía claro que las hormonas no le fallarían cuando llegara el momento de concebir un hijo con él.

      –Si quieres habla tú primero –dijo Ash.

      –Eso es –respondió ella señalándolo con el dedo–. Eso es exactamente de lo que quiero hablar contigo.

      –Me temo que no te entiendo.

      –Creo que debes saber que durante los últimos treinta y un años me he expresado siempre abiertamente sin que nadie tuviera que darme permiso.

      –Encuentro que esa es una de tus virtudes más intrigantes –respondió Ash con una mueca que sacó a Karen de sus casillas–. Pero es que todo lo que rodea tu boca me parece de lo más intrigante.

      Karen sintió cómo se ponía colorada hasta la punta de las orejas. Tenía que retomar el tema.

      –Lo que quiero decir es que soy perfectamente capaz de cuidar de mí misma y de mis necesidades en todos los aspectos.

      –Yo he aprendido que algunas de esas necesidades las puede cubrir mejor otra persona.

      –¿A qué te refieres? –preguntó ella entrando al trapo inconscientemente.

      –A las necesidades íntimas –respondió Ash, cambiando la mueca por una expresión seductora.

      –Creo que en eso tienes razón –aseguró Karen imaginándose a la perfección al jeque haciéndose cargo de esas necesidades.

      –¿Ah, sí?

      –En lo que se refiere a la concepción. Y eso me recuerda que tenemos que hablar de temas importantes relacionados con la salud. ¿Padeces alguna enfermedad importante o tienes antecedentes familiares de trastornos graves físicos o mentales?

      –Mi salud es excelente. Hace dos meses me hice una revisión médica en Nueva York.

      –¿Cuáles son tus aficiones? –siguió preguntando Karen mientras trataba de recordar más cuestiones que aparecían en los formularios de la clínica.

      –Me gusta esquiar. Así fue como conocí a tu primo Daniel, en los Pirineos. En cuanto a mi educación, estudié en Francia.

      –Entonces, hablas francés…

      –Sí. Domino varias lenguas.

      Karen sabía que al menos era un experto en el manejo de la suya.

      –Si resulta que al final conseguimos que me quede embarazada, yo…

      –Lo conseguiremos. Mi padre tiene cinco hijos y tres hijas, y muchos de mis hermanos han seguido sus pasos. Nosotros tampoco tendremos problemas en ese sentido.

      –Espero que tengas razón –aseguró Karen, pensando que ella sólo quería un bebé, no un regimiento–. De ese modo sólo será necesaria una vez para que me quede embarazada.

      –Admiro tu optimismo, pero creo que será mejor si lo intentamos en más de una ocasión.

      En ese caso ella creía que no lograría sobrevivir, sobre todo si Ash hacia justicia a su calenturienta imaginación.

      –Sólo si es necesario. Y cuando consigamos la concepción, yo preferiría que mantuviéramos una relación platónica –aseguró Karen pensando que el jeque tal vez retiraría su oferta ante aquella proposición.

      –¿Quieres decir que no deseas tocarme después de quedarte embarazada?

      –Creo que será lo mejor.

      –Estaré de acuerdo en no tocarte –aseguró Ash aunque sus ojos aseguraban otra cosa.

      –Bien. Muy bien –respondió ella pensando que aquello estaba resultando demasiado fácil.

      –A menos que tú me lo pidas.

      Karen decidió dejar pasar aquel comentario.

      –Me gustaría hacerlo cuanto antes… me refiero a la ceremonia –se apresuró a aclarar.

      –¿Por qué tanta prisa?

      –Por… la fertilización –respondió ella sintiéndose algo incómoda–. El intento de concepción debe realizarse como muy tarde durante los próximos cuatro días. Creo que podríamos hacerlo en el juzgado… quiero decir la boda, no la concepción.

      –Estoy de acuerdo en que sería completamente inapropiado hacer el amor en una sala del juzgado –respondió Ash con expresión divertida.

      –Deduzco entonces que no tienes problemas para celebrar la boda en los próximos cuatro días…

      –Estaré

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