El arte del amor. Miranda Bouzo
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Andréi era todavía el marido de nuestra hermana, Meike. Se habían separado un año antes cuando ella se enamoró del guardaespaldas de Soren. La enemistad entre ambas familias era desde entonces insalvable.
Soren iba a preguntarme algo cuando la puerta se abrió de golpe y las dos mujeres irrumpieron en el estudio.
—¡Soren, has vuelto! —gritó Nela. A la carrera se colgó del cuello de mi hermano.
Para cualquiera que conociera a Soren eso era como un milagro cada vez que lo veíamos, me alegraba por él, pero a veces el carácter de Nela desprendía tanto cariño y corazones que me ponía malo.
Detrás de ella, con cierta timidez, entró su amiga inglesa. Enseguida percibí sus mejillas rojas y el movimiento nervioso de sus manos.
—Alice, me alegra verte.
Soren la saludó desde lejos y ella no hizo ademán de acercarse. Conocía como todos las neuras de mi hermano: si él no mantenía contacto físico, nadie podía tocarlo, una de las grandes herencias que había dejado el cabrón de nuestro padre. Los tres recibíamos sus golpes, pero Soren fue su blanco más veces de las que podía recordar. Un niño solitario y callado, huía de la gente y de nosotros, hasta que Nela entró en Waldhaus.
—Yo también, Soren, te agradezco mucho que hayas permitido que os hiciera una visita. La casa es… ¡es preciosa!
Me dieron ganas de reír a carcajadas, la tímida Alice evitaba mirar en mi dirección desde que entró por la puerta. ¿Huía de mí?
ALICE
Intentaba no ver las cosas que Nela no me había contado en todo este año, los guardias armados de fuera, las obras de arte colgadas en las paredes, un lienzo en un maletín negro. Los Barday no éramos pobres, no me era desconocido el lujo ni las cosas hermosas que podía comprar el dinero, pero toda aquella casa estaba llena de obras de incalculable valor. No era ostentoso, nada sobraba en aquel lugar, pero en la casa se respiraba un aire tenso desde mi llegada. No había sido buena idea venir a Waldhaus. Cada vez estaba más convencida de que los Müller rayaban la ilegalidad. ¿Cómo encajaba Nela en todo ese mundo? ¿En qué momento sus principios habían cambiado tanto?
Helga, la mujer que al parecer se ocupaba de toda la casa, era un encanto. Rubia, de generosas proporciones y permanentes mofletes rojos, me había tratado con amabilidad. El resto de las personas que conocí en las últimas horas me trató con verdadero cariño, pero me sentía bienvenida y a la vez espiada, como si todos desconfiaran de los extraños.
Y allí estaba otra vez Jürgen, con sus inquisidores ojos esmeralda y esa sonrisa de triunfo al ver cómo lo evitaba. Colin es más guapo, con su aire elegante de inglés y sus ojos azules. Debía centrarme en pensar en Colin, no dejar que lo que ocurría en la casa me distrajera. Ahora soy otra persona, más madura y centrada, con un futuro prometedor. He aprendido a seguir las normas y todos a mi alrededor tenían razón, soy más feliz siguiendo la senda correcta, como dice mi padre. No puedo perder la cabeza por un rostro atractivo. Todas las parejas discutían y más aún a falta de unas semanas de la boda. Era totalmente normal. Este tiempo alejados ya me hacía echarlo de menos. Colin envió mensajes para ver si había llegado bien, por si era bien recibida en la casa, y lejos de molestarme su habitual forma de controlarme me reconfortaba saber que después de ser yo quien quería aplazar la boda, siguiera preocupado por mí. Él fue quien insistió en mantener la fecha, Colin pensaba que siempre podía cambiar de idea, que todo se debía a los nervios de última hora e incluso me animó a que me tomara un tiempo. Lo que no le hizo gracia fue que quisiera venir a ver a Nela y ahí estaba ese punto que siempre estropeaba las buenas acciones de Colin.
—¿Dónde están todas las muestras para el cuarto del niño? —Nela me sacó de mis pensamientos con esa pregunta inocente.
Con cuidado, los dos hermanos se miraron con una sonrisa mientras ocultaban a la vista de Nela la papelera llena de cuadernos de colores, muestras florales y tarjetas en blanco. Toda mi atención estaba puesta en el maletín al que Nela no le prestaba la menor atención, estaba abierto y un cuadro reposaba en su interior. Intentaba asomarme para ver qué era y, disimulando, di un paso hacia él.
—¿Quién ha tirado todo esto? —les regañó Nela con el ceño fruncido.
Aprovechando el momento en que estaban discutiendo, entre risas, me acerqué con paso dubitativo a echar un vistazo.
—Así que te quedarás aquí unos días.
Jürgen se interpuso entre la mesa y yo, con su cuerpo y con esa sonrisa encantadora a la vez que burlona. Para detenerme, posó sus manos en mis brazos, a la altura de los codos, y una corriente recorrió al momento mi piel desde las muñecas hasta los hombros. Al levantar la mirada hacia él, encontré esos increíbles ojos verdes profundos, con una mirada tan seria que parecía atravesar mis pensamientos. Sin pensar, di un paso atrás intimidada por su presencia.
—Eso no es de tu incumbencia —me advirtió él con voz grave al ver que mis ojos se abrían sorprendidos.
—Solo curioseaba, es lo malo que tiene trabajar en un museo, no he podido evitar ver la cantidad de obras de arte que tenéis aquí y me preguntaba si era alguna nueva adquisición.
Al fin, se relajó, sonriendo, e inclinó la cabeza hasta llegar a mi oído.
—No seas curiosa, Alice, no está bien hurgar en las cosas de los demás. Además, tú no eres restauradora, ¿no? Te ocupas de las relaciones públicas del museo, ¿verdad? —Esa voz grave y potente, capaz de sacudir cada fibra de mi ser, se acercó tanto a mi piel que retrocedí otro paso hacia atrás.
¡Poco sabía él que había hundido de verdad el dedo en la herida! Nela jamás contaría lo mucho que me dolió el día que me apartaron de la restauración, tenía poca paciencia, poca disciplina, decían. Como si de una niña se tratara, Jürgen me apartó y cerró la tapa del maletín con cuidado. ¡Como si me interesaran sus asuntos! En ese momento, al ver mi expresión, se rio con ganas y con el dedo índice en mis labios me ordenó que callara señalando a Nela y Soren.
—Silencio, están entrando en bucle. —Nela por fin había visto el maletín, el tono de ambos era bajo a la vez que iba creciendo la tensión en aquella habitación—. Ven —ordenó Jürgen con mi mano entre las suyas, arrastrándome hacia la puerta, sin opción a que pudiera resistirme, hasta sacarme fuera de la habitación. Al salir cerró despacio.
No sé si se dio cuenta de que nuestras manos seguían unidas cuando nos deslizamos hasta la salida. Era tan incómodo que necesitaba detenerme y dejar de sentir sus dedos cerrados sobre los míos.
—¿Qué haces? Suéltame de una vez.
Sin hacerme caso, atravesó la puerta de entrada con sus enormes cristaleras y bajó los escalones, pasamos entre dos árboles y cayó sobre un banco de madera apoyado en la fachada. Se trataba de un pequeño refugio en la fachada lateral, la pared cubierta de hiedra y los pequeños setos creaban la ilusión de estar en un hueco con la piedra rodeándonos por todas partes.
—Cuando se ponen así es mejor huir —rio como un niño—. Soren al final descarga su cabreo conmigo o con quien pilla más cerca. ¿No querrás que te fastidie la escapada y te mande de vuelta a casa?
Estaba anonadada, ese hombre era increíble, después de arrastrarme con él como si lo conociera desde siempre, se sentaba