La vida como centro: arte y educación ambiental. Ana Patricia Noguera de Echeverri
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Descartes había realizado una segunda reducción lógica: si el sujeto era sujeto de la razón, es decir, su esencia era la razón, todo humano sería simplemente sujeto. Con esta segunda reducción las ciencias humanas se redujeron a ciencias que validarían el sujeto y la subjetividad, condicionando o mejor, sujetando lo humano al sujeto, la humanidad a la subjetividad, la sociedad a la intersubjetividad, la cultura a un apartado de la sociedad y la política a la soberanía del sujeto y la intersubjetividad sobre lo que el sujeto considerara no humano.
Esta reducción lógica se desplegó no sólo en el ámbito interno de las ciencias humanas, sino en el ámbito de la ciencia moderna, donde las ciencias naturales se escindieron de las sociales y humanas en tanto éstas se dedicaban al estudio del hombre y de la sociedad desde el concepto de sujeto, que estaba esencialmente constituido por la razón, mientras que las ciencias naturales se dedicaron al estudio de la naturaleza desde el concepto de objeto, también esencialmente constituido por la materialidad cuantificable.
Lo humano entonces sufriría una tercera reducción que tendría efectos deplorables sobre la naturaleza y sobre lo humano de lo humano. Lo humano ya no sería naturaleza en sentido epistemológico, lo cual ha sido fundamental en la investigación científica moderna que ha encontrado su soporte en la relación sujeto-objeto, donde el sujeto es quien ordena el objeto, como lo expresaran las leyes de la mecánica de Newton.
Pero además, y sobre todo, lo humano como sujeto-subjetividad, racionalidad ordenadora de mundo desde la metafísica, perdió la naturaleza al objetivarla y cosificarla. Olvidó, gracias a la racionalidad cartesiana, kantiana y newtoniana, que lo que hace que la naturaleza sea naturaleza, son sus coligaciones, sus despliegues, sus metamorfosis, sus creaciones, una de ellas, lo humano. Asentado en la tierra, como lo expresa el “Newton” de William Blake, curiosamente el humano moderno olvidó que había emergido de ella, que estaba hecho de ella y por ella; que era su hijo. La naturaleza fue reducida a recurso para la economía, dejando de ser para el hombre, obra de arte y creadora de sentidos. La obra de arte fue lanzada por la razón calculante, a los cielos de la metafísica. Así, al perder la tierra, perdimos el arte en tanto sentido de existencia.
Figura 3.1. William Blake, “Newton” (1795-1805). Galería Tate, Londres.
Esta pérdida, atroz, ingrata y sin paz, es expresada en la voz de los poetas. El Romanticismo y sus maravillosas expansiones se convirtió en una angustiosa búsqueda del paraíso perdido: la naturaleza. Hölderlin en su novela Hyperión o el eremita en Grecia (2006: 25) le cantará a la naturaleza los versos más bellos jamás escritos por ningún poeta:
¡Pero tú brillas todavía, sol del cielo! ¡Tú verdeas aún, sagrada tierra! Todavía van los ríos a dar en la mar y los árboles umbrosos susurran al mediodía. El placentero canto de la primavera acuna mis mortales pensamientos. La plenitud del mundo infinitamente vivo nutre y sacia con embriaguez mi indigente ser.
¡Feliz naturaleza! No sé lo que me pasa cuando alzo los ojos ante tu belleza, pero en las lágrimas que lloro ante ti, la bienamada de las bienamadas, hay toda la alegría del cielo.
Aún y todavía, son dos palabras que hay que sentipensar. El poeta, profeta de la tierra, aquel que hace que permanezca la tierra como ser, como poeta de poetas, como creadora de la vida, no se da por vencido. La esperanza desesperanzada fluye en su escritura. Aún la naturaleza verdea, brilla; aún los ríos van a la mar; aún es posible la vida. Hoy añadiríamos al verso de Hölderlin, las palabras pese a todo, pese a la guerra, pese a las atrocidades que comete el humano moderno, permanentemente, sobre la tierra, la naturaleza, lo vivo. Aún la naturaleza verdea, aún brilla el sol del cielo, aún los ríos van a la mar.
Para que este aún, y este todavía permanezcan, el poeta propone “…ser uno con todo lo viviente, volver en un feliz olvido al todo de la naturaleza” Retornar a la tierra, a la naturaleza, al seno de la vida misma. Aún podemos ser Dédalo y no Ícaro. Aún, trágicamente, podemos habitar poéticamente la tierra.
Retorno a la Tierra
Augusto Ángel (1932-2010), filósofo ambiental colombiano, creador del pensamiento ambiental como posibilidad de reunir lo escindido, exhorta a comprender lo humano como emergente de la naturaleza, como naturaleza misma; propone que este regreso se realice introduciendo en los estudios ambientales su propuesta “ecosistema-cultura” (1996: 93), que es la propuesta de investigación ambiental donde pueden comprenderse los problemas ambientales a partir de la relación entre las diversas culturas con sus ecosistemas. Para Ángel Maya (1996), la cultura no es una creación de la sociedad sino una red simbólica emergente de la naturaleza, de la cual emerge lo humano. La sociedad (categoría de la sociología moderna desde el siglo xviii), es una construcción cultural, que genera transformaciones culturales; pero es la cultura no como sustantivo, sino como hacer, crear, imaginar, pensar, la que construye, deconstruye y reconstruye sistemas de organización social, desde la perspectiva del pensamiento ambiental. La educación (ambiental), es ante todo una reforma permanente del tejido simbólico de la cultura. Una estética que permita sentir la tierra, sentir de la tierra, sentirse tierra.
Michel Serres (1991), filósofo francés, ecólogo, politólogo, navegante, caminante, matemático y antropólogo, propone otra salida (política) del circuito de los discursos medioambientales internacionales: un cambio en la dirección de la cultura. Propuesta subversiva que, en tonalidad similar a la de Augusto Ángel, desenmascara aquello que constituye el suelo de la crisis ambiental: la crisis de una cultura y una civilización, que cree saber la hora gracias a la reducción del mundo de la vida al mundo del cálculo, la producción y la mercancía. Medirlo todo, reducirlo todo a dimensiones, analizar la naturaleza, cuando ella no se puede separar, explicar la vida, siendo ante todo enigmática y misteriosa, reducir a cuentas los procesos de la vida que sólo pueden ser comprendidos a partir de cuentos, relatos, narraciones; ha constituido el proyecto de modernidad. Sin embargo, Serres se atreve a proponer un nuevo contrato en sentido político: el contrato natural. Cree en la posibilidad de un orden jurídico instaurado por la Naturaleza y no por una concepción metafísica de la cultura.
Edgar Morin (2006) propone una reforma profunda –esta espistemológica y compleja– de nuestras maneras de pensar configuradas a partir de la ficción epistemológica sujeto-objeto, y del pensamiento logocéntrico, reduccionista y lineal. Reformar profundamente el pensamiento exige su descolonización. Pensar complejamente es también, asumir una posición subversiva ente el orden jerárquico, lineal, objetivista y matemático que ha pretendido explicar la crisis ambiental.
Lo común de Augusto Ángel Maya, Michel Serres y Edgar Morin, es que sin declararse decoloniales ni creadores de epistemes-sur, han buscado en el afuera del circuito sujeto-objeto, maneras –otras, ocultadas por el sujeto, el objeto o la verdad modernas, de pensar-nombrar-habitar la tierra–. En estas claves, pensar ambientalmente es pensar el devenir en tiempos geográficos complejos, de las densas relaciones entre los cuerpos entramados de la naturaleza biótica y los cuerpos entramados de la naturaleza cultural (simbólica) en sus mezclas, sus emergencias, sus afectaciones y efectuaciones (Noguera, 2004).
En bucle de complejidad creciente (Morin, 2006) el pensamiento ambiental se ocupa entonces de lo vivo y de la vida en tanto simbólico-biótica (Noguera, 2004). Sin límite entre lo uno y lo otro; sin reducción a lo uno o a lo otro, el pensamiento ambiental es simbólico en tanto manera singular de lo vivo pensado, signado, humanado, cultivado, cuidado y es