Demasiado sexy. Victoria Dahl
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Demasiado sexy - Victoria Dahl страница 13
Al ver que la puerta no se abría, Dawn miró el pomo un largo rato, con cara de pocos amigos. Después, se giró a mirar directamente a la cámara.
A Charlie se le puso la carne de gallina.
En el vídeo, Dawn fruncía el ceño y, después, se alejaba. Charlie rebobinó la cinta y la detuvo.
Aquella no era una de esas cámaras que se utilizaban en las tiendas veinticuatro horas. Era una cámara digital que proporcionaba unas imágenes nítidas. Ella había podido ver con toda claridad la tensión que desprendía la mirada de Dawn. La expresión furtiva de su boca.
La gente siempre se sorprendía al saber que Charlie trabajaba en aquel sector, pero la seguridad ya no era cuestión de tener en nómina a unos tipos grandes con armas escondidas. Bueno, no era solo cuestión de eso, aunque aquellos tipos todavía tenían su parte en el ecosistema. Hoy día, sin embargo, lo más importante era la prevención, y no los agentes. A ella se le daba muy bien analizar a la gente. Percibía las interferencias que alteraban la normalidad, y las pequeñas señales que revelaban las intenciones de las personas, y sabía adelantarse a ellas.
Después de la trampa que le habían tendido en Tahoe, había perdido un poco de confianza en sí misma, pero no era necesario ser muy experta para entender lo que estaba pensando Dawn. Su mirada era de irritación y arrogancia hacia la cámara: «Si no fuera por esa dichosa cámara, podría utilizar la llave maestra para entrar».
Pero… ¿por qué? ¿Por qué quería entrar? Era cierto que ella se había reunido con el marido de Dawn para tomar una copa, pero si Dawn estaba tan paranoica pensando que ella pudiera ser una mujer fatal, ¿por qué le había dado aquel trabajo? No tenía sentido.
En el instituto, a pesar de que tuvieran aficiones distintas, eran amigas. Ella ocupaba su tiempo con el voleibol, el atletismo y las tutorías, y Dawn era la presidenta del consejo de estudiantes y la directora de la sociedad del honor, y se había encargado de dirigir la mitad de las organizaciones de voluntariado de los estudiantes. Sin embargo, tenían una cosa en común: ni Sandra, ni Dawn, ni ella, ni otras cuantas chicas trabajadoras y estudiosas como ellas, tenían éxito con los chicos. Mientras otras chicas estaban bebiendo cervezas alrededor de una hoguera con vaqueros adolescentes y llenos de lujuria, su grupo y ella estaban, normalmente, en el colegio. Se decían las unas a las otras que preferían reservarse para el matrimonio, y que esas chicas tan fiesteras no iban a llegar a ninguna parte. Y cabeceaban con indignación por su falta de sentido común.
Sin embargo, también las envidiaban, en secreto. Al menos ella que hacía de tutora para aquellos chicos en la biblioteca después de las clases. Algunas veces, incluso había ido a sus casas y se había sentado en sus habitaciones con ellos. Sin embargo, nunca había corrido el peligro de convertirse en una descarriada. Ella era solo Charlie, era como uno de los chicos. Otra de las corredoras del equipo de atletismo. Más alta que la mayoría de ellos, y con el pecho plano, además. Ellos salían con ella como si fuera uno más. Le pedían que les dejara copiar sus deberes. Le daban un empujón con el hombro cuando hacían una broma y, después, se iban a ligar con las otras chicas.
Así que ella decía que no quería tener nada que ver con ellos, ni con sus manos inquietas, ni con sus bocas malhabladas, pero ¡vaya si no se imaginaba cosas!
Por suerte, cuando se había marchado a la universidad había conocido a un grupo de amigos nuevos, y había adoptado otro papel. Y había pensado que Dawn, también. Sin embargo, ahora se daba cuenta de que lo único que había hecho Dawn era volverse todavía más tensa y estirada.
Charlie cabeceó y volvió a poner la grabación en marcha. Vio el resto de las horas, pero no había sucedido nada más. Se le llenaron los ojos de lágrimas.
En Tahoe, su instinto había fallado, pero no iba a permitir que volviera a suceder. Dawn estaba celosa, eso era todo. Tal vez su marido hubiera hecho algún comentario estúpido sobre el trasero de Charlie, o algo por el estilo. Tal vez Dawn esperaba que ella siguiera siendo la misma persona que en el instituto. Fuera cual fuera el motivo, aquel era un problema de Dawn, no suyo. Ella no iba a permitir que la implicara. Dawn había empezado a espiarla y a hacer comentarios sobre sus idas y venidas, y dando a entender que era una roba maridos, así que ella había tenido que dejar el estudio y buscarse otro alojamiento. Punto.
No iba a ponerse paranoica, no iba a asustarse. No iba a convertirse en una de esas personas que se dejaban arrastrar por la vida, que se llevaban revolcones y golpes cada vez que la corriente era demasiado fuerte. Como su madre, que nunca era capaz de sujetarse a nada, que nunca había podido encontrar un asidero.
No. Ella iba a trabajar mucho. Dejaría que se olvidara el escándalo de Tahoe. Pagaría las facturas de los abogados y, después, buscaría otro trabajo en otro sitio, lejos de Meridian Resort.
Sin embargo, por el momento, era suficiente con tener el apartamento en la Granja de Sementales. Se sentía un poco más fuerte, un poco más confiada. Aunque hubiera tocado fondo, había vuelto a levantarse, y no estaba dispuesta a dejar atrás las mejores partes de sí misma.
Capítulo 5
–¡Maldita sea! –gritó el capataz del rancho–. ¡Tirad!
Walker se enrolló la cuerda con más fuerza en la muñeca y tiró con ambas manos, mientras la vaquilla luchaba por salir del barro, con los ojos desorbitados por el pánico. Walker tiró con más fuerza e instó a los demás hombres para que siguieran tirando cuando ya querían parar. La pobre vaquilla iba a morir congelada si no la sacaban. Su destino era el matadero dentro de uno o dos años, cierto, pero no había ningún motivo para que muriera así, helada, muerta de miedo y temblando.
–A la mierda –murmuró el vaquero que estaba a su lado.
–Ya casi ha salido –dijo Walker, agarrando la cuerda con fuerza. En realidad, parecía que se estaba hundiendo más, pero él no iba a rendirse–. Vamos, con un par de tirones más, lo conseguimos.
Al final, hicieron falta unos cuantos tirones más, pero consiguieron sacarla de la charca. El animal salió tambaleándose, recorrió unos cuantos metros y cayó de rodillas.
Allí no tenían nada con lo que limpiarla, y estaban a un kilómetro y medio del rancho, así que Walker le pasó la mano enguantada por el flanco una y otra vez para quitarle el barro. Estaba temblando, pero había dejado de mugir de miedo. Cuando él se puso en pie y fue hasta su caballo para agarrar una manta, la vaquilla respiraba casi con normalidad. Se puso en pie y dio unos pasos hacia él.
–Vaya, mirad eso –dijo uno de los vaqueros, riéndose–. Qué bien se te dan las mujeres.
Otro de los hombres echó a reír.
–Yo había oído decir que te siguen como si fueran gatas en celo, pero, demonios, no sabía que las vaquillas también.
Walker se rio de las bromas y se fue a frotar un poco a la vaquilla para que entrara en calor. Después de unos minutos, ya estaba alerta, y se fue corriendo hacia el rebaño. Con suerte, se mantendría cerca de las demás reses y el calor colectivo haría el resto.
–Muy