Suya hasta medianoche - Te enamorarás de mí - Oscura venganza. Ким Лоренс

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Suya hasta medianoche - Te enamorarás de mí - Oscura venganza - Ким Лоренс Omnibus Jazmin

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      –Por favor, déjalo ya…

      Pero no, no iba a dejarlo.

      –Se me considera un buen partido y un hombre más o menos interesante. Incluso me han puesto un mote. ¿No se te ha ocurrido pensar que si yo intentase algo tú podrías pararme los pies? ¿O es que no querrías hacerlo?

      La sangre desapareció de su cara y, por fin, Oliver se quedó callado.

      Audrey se volvió para mirar las libélulas, abrazándose a sí misma. Era eso o llevarse las manos a la cara. Tras el cristal, los otros clientes cenaban tranquilamente sin saber de la agonía que encogía su pecho.

      –¿Es eso? –preguntó Oliver después de lo que pareció una eternidad–. ¿Es por eso por lo que no quieres que sigamos viéndonos?

      Audrey tocó el cristal con un dedo.

      –Me imagino que te parecerá hilarante.

      Oliver se levantó del sofá, pero se detuvo antes de tocarla.

      –Yo nunca me reiría de ti –dijo en voz baja–. Nunca me reiría de tus sentimientos, fueran los que fueran.

      Ella se echó el pelo hacia atrás, irguiendo la espalda. Se sentía humillada, pero debía disimular.

      –Estoy segura de que habrás tenido experiencias con mujeres que no querían apartarse de ti.

      Eso era lo más humillante, ser una admiradora más del encantador Oliver Harmer.

      –Me importas mucho, Audrey. Me importas de verdad.

      –No lo suficiente como para ir al funeral de mi marido –replicó ella–. No lo suficiente como para estar al lado de tu amiga, esa que tanto te importa, en la peor semana de su vida, cuando se sentía perdida y abrumada –Audrey tomó su bolso y se levantó del sofá.

      –Espera –dijo Oliver, tomándola del brazo–. Creo que debería explicarte…

      Ella no quería montar una escena. Si aquel iba a ser su último recuerdo, no quería que la viese histérica.

      –No me debes una explicación. Por eso la situación es tan ridícula. No me debes nada.

      No debería tener expectativas. Ya no era amigo de su marido, solo era un conocido, un amigo circunstancial.

      Como máximo.

      –Yo quería estar allí, Audrey. Por ti. Pero sabía lo que pasaría si hubiera ido –Oliver tomó sus manos–. Tú y yo habríamos terminado en un sitio tranquilo, tomando una copa y contándonos un montón de historias. Cuando todos se hubieran ido, tú estarías agotada y deprimida y eso me habría roto el corazón. Te habría tomado entre mis brazos para consolarte… –añadió, respirando profundamente– y habríamos terminado en la cama.

      Audrey levantó la cabeza de golpe.

      –Eso no habría pasado.

      –Sí habría pasado porque tengo que hacer un esfuerzo de voluntad para no hacerlo ahora mismo. Te quiero en mis brazos, Audrey. Te quiero en mi cama. Y no tiene nada que ver con la muerte de Blake porque he querido lo mismo durante estos cinco años.

      Pasaron unos interminables segundos.

      –Pero nosotros no somos amantes, lo sé –siguió él–. Reducir lo que hay entre nosotros al mínimo común denominador podría ser físicamente gratificante, pero no es lo que somos. Nosotros valemos más que eso y lo que nos queda es… saberlo sin poder hacer nada.

      De modo que también él lo sentía. Y parecía tan incómodo como ella.

      –Oliver…

      –Valoro mucho tu amistad, Audrey. Valoro tu opinión, tu inteligencia y tu buen juicio. Me excito subiendo en el ascensor porque sé que voy a pasar el día contigo… el único día del año. Y no tengo intención de estropear eso.

      Audrey dejó escapar el aliento que estaba conteniendo. Pero… ¿era de alivio o de decepción?

      –Siento mucho haber dicho eso.

      –Es halagador. Me alegra que una mujer a la que valoro encuentre algo bueno en mí. Gracias.

      –No me des las gracias.

      –Muy bien, entonces intentaré disimular mi satisfacción.

      –Ah, eso te pega más –dijo Audrey. Que pudieran reírse de ello a pesar de todo era increíble–. Bueno, ¿y ahora qué?

      Oliver lo pensó un momento y luego intentó sonreír.

      –Ahora vamos a tomar el tercer plato.

      Rodajas de piña y tomate verde en crujiente de nueces de Brasil

      ¿EL MUNDO había girado al revés para el resto de la clientela de Qingting? Ninguno de ellos parecía perturbado. Tal vez el edificio estaba construido para soportar temblores.

      Porque la existencia de Oliver se había puesto patas arriba.

      Los dos se quedaron en silencio, mirando los curiosos platos. Las porciones eran diminutas, pero Audrey y él se tomaron su tiempo para degustarlos. Necesitaban tiempo porque lo último que les apetecía en ese momento era comer.

      Había estado a punto de abrazarla y respirar el aroma de su pelo. Nada más importaba.

      A partir de aquel día empezaban de cero, pero en sus ojos no había solo timidez, sino miedo. No quería sentir esa atracción por él y debería estar enfadado consigo mismo. Él era quien no podía dejar de pensar en la mujer de otro hombre. Era él quien ya no podía estar con otra mujer, por hermosa que fuera, porque todas palidecían en comparación con Audrey.

      Ella era la mejor persona que había conocido y conocía a gente estupenda. Pero Audrey era la estrella sobre el árbol de Navidad, tan brillante y tan inalcanzable.

      Hasta unos minutos antes creía que era territorio seguro porque hasta unos minutos antes no sabía lo que sentía ella. Se había acostumbrado a disimular sus inapropiados sentimientos.

      ¿Qué iba a hacer en un mundo donde Audrey Devaney estaba libre y se sentía atraída por él?

      –¿Qué pasó entre Blake y tú? –le preguntó ella de repente.

      No era una conversación que Oliver quisiera mantener. ¿Qué iba a conseguir si Blake estaba muerto?

      –Sencillamente, nos distanciamos.

      Audrey frunció el ceño.

      –No entiendo por qué no me dijo nada. O por qué no sugirió que dejase de venir a Hong Kong. Me parece raro.

      –¿Esperabas que te obligase a elegir entre los dos?

      –No, no… pero Blake sabía por qué venía y no entiendo que no me dijese nada.

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