Suya hasta medianoche - Te enamorarás de mí - Oscura venganza. Ким Лоренс

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Suya hasta medianoche - Te enamorarás de mí - Oscura venganza - Ким Лоренс Omnibus Jazmin

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juro que tú no podrías haber hecho nada de otro modo. No es culpa tuya.

      –¿Y cómo lo sabes? ¿Es que Blake te habló de nuestra vida sexual?

      Esa sería una humillación intolerable.

      –No, no lo hizo. Pero sí hablaba frecuentemente de… sus otros encuentros. Hasta que le cerré la boca.

      Audrey se dejó caer sobre una otomana y se tapó la cara con las manos.

      –Me siento como una tonta. ¿Cómo no me di cuenta?

      –Él no quería que lo supieras.

      –Pero debería haber notado algo –Audrey se levantó–. Estábamos juntos todos los días. Debería haber sospechado algo.

      –Tú siempre buscas lo mejor en la gente.

      –No, ya no.

      –No hagas eso, no dejes que él te cambie. La gente juzgará a Blake por lo que hizo, no a ti.

      «¿La gente?».

      –¿Cuánta gente lo sabe?

      –Unos cuantos. Parece que no era muy sutil.

      Audrey se imaginó a Blake paseando por Sídney con una pechugona jovencita. Todo lo que ella no era: joven, bien dotada, delgadísima y con una experiencia en la cama que ella no tendría nunca.

      Y lo hacía delante de todos. Tal vez quería que lo descubriesen. ¿No era eso lo que decían los expertos sobre los hombres adúlteros? Tal vez lo habría descubierto si hubiera prestado más atención a su matrimonio.

      Era la verdad. Estaban destinados a ese final desde el día que su trabajo, sus amigos y sus aficiones se volvieron más importantes que su matrimonio.

      –Audrey, sé lo que estás haciendo –le advirtió Oliver.

      –¿Qué estoy haciendo?

      –Estás pensando que esto es culpa tuya.

      La conocía tan bien… ¿Cómo era posible?

      –Tiene que ser en parte culpa mía.

      –No, no lo es. Tú no podrías haber hecho nada a menos que… cambiases de sexo.

      –¿Qué?

      –Blake no te engañaba con mujeres.

      Audrey lo miró en silencio durante unos segundos, hasta que por fin lo entendió.

      –No… –empezó a decir, atónita.

      –Creo que Blake lo supo siempre. Lo sabía cuando salíais juntos y cuando os casasteis. No podía ser lo que no era…

      –¿Estás defendiéndolo?

      –Estoy defendiendo su derecho a ser quien era en realidad, pero no defiendo lo que hizo. Engañar es engañar y te hizo daño, por eso rompí mi amistad con él.

      –¿Y él lo sabía?

      –Perfectamente. Se lo dije a la cara.

      –¿Estuviste en Sídney? ¿Por qué no me dijiste nada? No, déjalo, está claro.

      En ese momento sonó un golpecito en la puerta, muy suave, casi como un arañazo. Una camarera del restaurante le llevaba un precioso kimono azul bordado en hilo de plata.

      –Para que te cambies de ropa –dijo Oliver–. Tu traje será lavado y planchado. Te lo devolverán antes de que te vayas.

      La joven sonrió, mostrando unos dientes perfectos a juego con una perfecta cinturita de avispa. Audrey tomó el kimono, le dio las gracias y se volvió para buscar el baño.

      –La segunda puerta a la derecha –dijo Oliver.

      Debía de haber comprado el kimono en alguna de las boutiques del edificio, pensó Audrey. Era largo, de corte oriental, tan ajustado que acentuaba sus curvas. El azul era asombroso y el hilo de plata iluminaba su cara.

      Suspirando, se apoyó en la pared de azulejos. La vida secreta de Blake explicaba muchas cosas. Su a veces enigmático comportamiento, su indiferencia. Jamás era grosero, pero siempre parecía un poco distante. Y su rutinaria vida sexual.

      Técnicamente correcta, pero ninguno de los dos ponía el corazón.

      Y, por lo visto, había una buena razón para que fuera así.

      Y no era ella.

      Su alivio era eclipsado por la sorpresa de descubrir que su marido era gay. Qué triste que Blake no hubiera sido capaz de reconciliarse con esa parte de sí mismo. Qué triste que hubiese mentido a todos y qué pena que ella no hubiese podido ayudarlo porque no sabía nada. Si Blake hubiese confiado en ella, lo habría apoyado. Después de romper con él.

      Esconderse en un matrimonio no era la manera de ser feliz.

      Audrey se miró al espejo...

      «Hipócrita».

      También ella tenía secretos. No tan destructivos como los de Blake, ni tan colosales.

      –¿Audrey? Abre un momento.

      –¿Qué? –murmuró ella, asomando la cabeza.

      –He pensado que necesitarías esto –Oliver le ofreció su bolso.

      –Ah, gracias.

      Saltó una chispa de electricidad estática cuando sus dedos se rozaron… pero no podía ser electricidad estática porque el suelo era de bambú.

      Tuvo que mojar una toalla y pasársela por la cara para buscar un poco de calma antes de darse un toque de colorete y arreglarse el pelo. Luego se miró al espejo por última vez antes de salir del baño para volver a reunirse con Oliver.

      Palitos de jengibre y limón

      –¿CÓMO estás? –preguntó Oliver, incómodo al pensar que debían retomar la conversación.

      Sin responder, Audrey pasó a su lado para ir a la cocina, que parecía recién salida de las páginas de una revista. Y también como si nunca hubiera sido usada. ¿Y por qué iba a haber sido usada si en el edificio había servicio de habitaciones?

      –¿Por qué crees que habrán puesto dos fregaderos?

      Estupendo, hablar de otro tema.

      Había dos fregaderos, cada uno a un lado de la cocina. Ninguno de los dos estaba frente al ventanal, de modo que no era para admirar la vista mientras lavaban los platos.

      –Tal vez los ricos necesitan estas cosas.

      –Lo dices como si tú no fueras uno de ellos.

      –Yo

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