Suya hasta medianoche - Te enamorarás de mí - Oscura venganza. Ким Лоренс
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Se acostaría con Oliver, pero probablemente no se repetiría; después de todo, solo se veían una vez al año y muchas cosas podían cambiar en doce meses.
Sexo como venganza, había sugerido. Y tenía derecho a vengarse. No se había lanzado sobre Oliver cada año por lealtad a un hombre que la había traicionado desde el primer día, que estaba deseando que llegara el veinte de diciembre para ser el hombre que era en realidad.
¿No merecía vengarse?
¿Y no se sentiría como nueva después? Como un ave fénix renaciendo de sus cenizas.
Audrey respiró profundamente. Y al ver que los dedos de Oliver temblaban ligeramente se le encogió el corazón.
Aquello no era sucio o feo. No era un revolcón barato y no había un montón de chicas dispuestas a empujarla contra la pared del servicio por atreverse a apuntar alto.
Era Oliver.
Y la deseaba.
Audrey clavó la mirada en los ojos pardos y enredó los dedos con los suyos.
Capítulo 10
Cocodrilo curado a la lavanda con ensalada de melón al eneldo, servida con una emulsión de lima
–¿OTRA vez?
Tumbada en la cama, desnuda y sudorosa, Audrey lo miraba lascivamente.
La risa se le atragantó.
–Voy a tardar un ratito en volver a hacerlo, cariño.
–¿Ah, sí? ¿No eres de los que lo hacen tres veces seguidas?
–¿Nunca has oído hablar del período de recuperación? Además, un hombre que tiene que hacerlo tres veces seguidas es que no lo ha hecho bien la primera vez.
Pero lo habían hecho muy bien. La primera y la segunda vez.
La primera había sido ardiente y sudorosa. Ni siquiera habían llegado al suntuoso sofá. Él bromeaba, pero había tenido que hacer un esfuerzo sobrehumano para mantener un ritmo que no la asustase.
O lo avergonzase a él.
La segunda vez se habían convertido en nómadas, usando todas las superficies planas, explorando y aprendiendo la geografía del cuerpo del otro, tirando jarrones y copas a su paso. Oliver estaba decidido a hacerlo mejor, a aguantar más, demostrando que el adolescente revolcón en el sofá no era todo lo que podía ofrecer. Y Audrey estaba a la altura como la diosa que era.
Hasta que por fin cayeron sobre la enorme cama, donde pudo demostrarle de dónde había salido su mote.
–Estabas de broma, ¿no?
–Claro que sí, estoy agotada.
Eso era lo que un hombre quería escuchar. Con la poca energía que le quedaba, Oliver levantó una mano y le dio un azotito en el trasero.
–Aguántate, Blake –bromeó ella–. De modo que no era yo.
–Ya te lo dije.
–Sí, es verdad.
–¿Me crees ahora?
–Sí –Audrey suspiró–. Te creo.
Oliver se quedó mirando al techo, pensando en las palabras que nunca había querido pronunciar y avergonzado de su cobardía.
¿Qué iba a pasar a partir de ese momento?
Eso era lo que quería saber. Por un lado lo temía y por otro sería un crimen no repetirlo. Había tenido a la mujer que más deseaba jadeando debajo de él…
Pero él no tenía relaciones largas, no se atrevía. No sabría hacerlo. Había desperdiciado años esperando a otra mujer con la mezcla perfecta de cualidades: curiosidad, inteligencia, simpatía, elegancia, una sensualidad salvaje y un corazón de oro.
No iba a encontrar a otra mujer en el planeta mejor que Audrey.
Podía disfrutar del maravilloso regalo que le había dado el universo, pero no podía conservarlo.
Porque Audrey era demasiado preciosa como para arriesgarse con alguien tan dañado como él.
El sexo cambiaba a la gente, a las mujeres especialmente. Y a las mujeres como Audrey mucho más. No era virgen, pero estaba seguro de que aquella había sido su primera experiencia sexual gratificante y cuando pasaba eso las mujeres pensaban en el futuro, empezaban a hacer planes.
Y él no hacía planes con una mujer. No podía hacerlos.
Había muchas maneras de engañar en una relación y él había sido falso con todas por no decirles que no estaban a la altura de otra mujer. Por no decirles que lo que había entre ellos solo podía ser algo superficial.
Era tan infiel como lo había sido su padre, pero sin engañarlas con otra. De modo que se había especializado en relaciones cortas. Reservaba las más largas para mujeres que no cambiaban de la primera cita a la última. Mujeres previsibles que no buscaban nada más en una relación. Con ellas salía durante meses enteros.
Audrey no era una mujer a la que pudiera decir adiós en unas semanas. Era alguien que le importaba de verdad y lo que pasara a partir de aquel momento era fundamental para su relación.
Pero nunca le haría daño. Él sabía lo que sufría una mujer con un hombre incapaz de amar.
Hacer infeliz a Audrey, ver cómo se entristecía cada día por su culpa, porque se alejaba como hacía siempre…
No, eso era algo que no podía hacerle a la mujer que él consideraba perfecta, a la que podría amar si supiera lo que significaba eso.
Y, dada su genética, las posibilidades de que lo descubriera eran mínimas.
Pero ahogarse en lo que no podía ser no iba a llevarlos a ninguna parte y sería mejor hablar claro, afrontar la angustia de una vez.
«Pregúntale».
–Bueno, ¿qué va a pasar ahora?
La pregunta más complicada de su vida.
–Depende de la hora que sea.
–Casi las seis.
Y eso significaba que llevaban ocho horas juntos.
Audrey se puso de lado, apoyando la cara en una mano.
–Aún tenemos que disfrutar de la degustación.
¿Estaba pensando en comida mientras él se sentía como un adolescente?
–¿De verdad? ¿El sexo no ha sido un buen sustituto?
Su sonrisa de Mona Lisa no la delataba.
–Tú mismo has dicho que tenemos que recargar las pilas. Deberíamos