Suya hasta medianoche - Te enamorarás de mí - Oscura venganza. Ким Лоренс

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Suya hasta medianoche - Te enamorarás de mí - Oscura venganza - Ким Лоренс Omnibus Jazmin

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ocultar nada.

      –¿De verdad tienes hambre?

      –Claro. Me has hecho sudar.

      Audrey Devaney de verdad era la mujer perfecta.

      Era lógico que la adorase.

      –¿Quieres que nos sirvan aquí?

      –No, volvamos al restaurante… bueno, espera un minuto o dos.

      Tenía hambre, pero sobre todo quería volver al restaurante con Oliver.

      Por el placer de hacerlo. Porque había cambiado, porque ya sabía lo que era hacer el amor con un hombre como Oliver Harmer.

      –¿Estás bien?

      Ella sonrió, coqueta. Dios, ¿cuándo se había convertido en Marilyn Monroe? Parecía una mujer acostumbrada a darse un revolcón entre plato y plato. Y había sido el mejor de su vida. Seguía ardiendo, con el cuerpo sensible en algunas zonas, encantada consigo misma.

      –¿Seguro que estás bien?

      –No sé cómo hacerlo –admitió ella.

      –¿A qué te refieres?

      –A volver al restaurante después de… el plato extra.

      Oliver se rio.

      –No creo que haya ninguna etiqueta en especial. Tendrás que improvisar.

      –Me siento extrañamente transformada.

      –Si la gente te mira, será por el vestido.

      Claro. No llevaba un tatuaje en la frente que dijera «¿A que no sabes dónde tenía la boca hace cinco minutos?».

      Bajaron al restaurante y entraron juntos, de la mano.

      Qué raro que, a pesar de todo lo que se habían hecho el uno al otro en las últimas horas, eso le pareciese tabú. Como cruzar al lado oscuro. Se sentó en el sofá, del otro lado por primera vez en cinco años, mientras él la miraba fijamente.

      Debía de parecer a punto de salir corriendo y se estiró como una gata.

      –Este también es muy cómodo.

      –A mí siempre me ha gustado.

      –De hecho, creo que este es mejor.

      –Estoy de acuerdo, tiene muy buena vista –respondió Oliver, mirándola a los ojos.

      Qué encanto. Aterrador, pero un encanto.

      Oliver le hizo un gesto a un camarero y, segundos después, el hombre apareció con dos copas de vino blanco.

      Audrey sonrió mientras miraba el tanque de las libélulas, que normalmente estaba tras ella, y las puertas que llevaban a la cocina.

      –Siempre había pensado que sabías por intuición cuándo llegaba un nuevo plato, pero me estabas engañando. Puedes ver la cocina desde aquí.

      –Parece que esta noche vamos a desvelar todos nuestros secretos.

      –Sí, es verdad.

      –¿Quieres hablar de ello?

      «Ello».

      –No quiero estropearlo –murmuró Audrey. Ni gafarlo–. Pero tampoco quiero que pienses que intento evitar la conversación.

      –¿Quieres que hablemos de otra cosa?

      «Desesperadamente».

      –¿De qué?

      Oliver se arrellanó en el sofá, con su copa de vino en la mano.

      –Háblame del Testore.

      Los instrumentos que buscaba por todo el mundo eran algo que la emocionaba y podía hablar de ello hasta que le dolieran los oídos.

      –¿Qué quieres saber?

      –¿Cómo fue robado?

      –Directamente de la cabina del avión, entre Helsinki y Madrid, mientras el propietario usaba el lavabo.

      –¿Delante de los tripulantes?

      –No lo sé, debieron de aprovechar un descuido.

      –¿Es muy valioso?

      –Sí, mucho. Tal vez alguien de la tripulación recibió un soborno para mirar hacia otro lado. Buscaron por todas partes, pero había desaparecido.

      –¿Y cómo piensas encontrarlo?

      Eso era lo que hacía; lo que le encantaba hacer, además. No sería difícil aburrir a Oliver con los detalles de la búsqueda, pero él no se aburría fácilmente y cuarenta minutos después seguían hablando del asunto.

      Descalza, con los pies sobre el sofá, se sentía como una geisha con el vestido de seda, tomando trozos de cocodrilo y melón.

      –¿Puedes hablar de esto? ¿No hay ningún impedimento legal?

      –No te he contado nada que sea confidencial –Audrey sonrió–. Además, sé que puedo confiar en ti.

      –Tu paciencia me asombra. Y que estés tan cerca de encontrarlo cuando empezaste de cero.

      No tenía ni idea de lo paciente que podía ser. Había estado años ocultando sus sentimientos por él.

      –Voy un paso por detrás del ladrón y el plan es seguir adelante hasta ponerlo en manos de las autoridades.

      –¿Por qué ese ladrón no ha guardado el chelo en un sótano durante diez años, por ejemplo, hasta que se perdiera la pista?

      –Los delincuentes no son pacientes con el dinero y, además, su negocio está lleno de soplones. Si robas algo como un Testore y no te mueves rápidamente, uno de tus colegas podría robártelo.

      –La verdad es que no lo entiendo.

      –Yo tampoco –admitió ella–. ¿Por qué comprar cosas robadas si no puedes mostrárselas a nadie?

      –Me sorprende que los ladrones no hayan intentado comprarte a ti.

      –Oh, lo han intentado, pero mi sentido de la justicia me impide hacerlo. Además, veo los instrumentos un poco como si fueran niños, víctimas inocentes. Lo único que quieren es ir a casa de una persona que los quiera de verdad, los valore y explote su potencial.

      ¿Porque eso era la vida para ella, explotar el potencial? ¿Estar a la altura de las expectativas?

      El marrón de sus ojos se volvió más intenso, casi de color chocolate. Y estaba mucho más cerca. ¿Quién de los dos se había movido? ¿O habían gravitado naturalmente hacia el otro?

      –¿Quieres

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