Suya hasta medianoche - Te enamorarás de mí - Oscura venganza. Ким Лоренс

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Suya hasta medianoche - Te enamorarás de mí - Oscura venganza - Ким Лоренс Omnibus Jazmin

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un hombre envidiado por muchos.

      Ella lo envidiaba por los límites que imponía su matrimonio.

      Y, además de eso, estaba la eterna atracción entre ellos. Se había acostumbrado porque siempre había estado ahí y porque solo tenía que enfrentarse a ella una vez al año.

      Oliver era un hombre muy atractivo, encantador, afable, buen conversador, atlético, educado, pero nada pretencioso. Nunca demasiado frío ni demasiado estirado.

      Pero había sido el testigo de su marido en la boda.

      El mejor amigo de Blake.

      Se sentiría mortificada si Oliver intuyera lo que pensaba porque inflaría su monumental ego, pero también porque sabía lo que haría con esa información.

      Nada.

      Nada en absoluto.

      Se llevaría el secreto a la tumba y ella nunca sabría si era por lealtad a Blake, por respeto hacia ella o porque una relación entre los dos era algo tan inconcebible que lo vería como una aberración momentánea en la que no había que pensar dos veces.

      Y eso sería lo mejor.

      Ella no era como las mujeres con las que solía salir. El día que más guapa estuvo fue el día de su boda. Entonces le dijeron que estaba guapísima. Oliver, claro. Oliver, que sabía lo que debía decir cuando estaba angustiada. Pero no era tan guapa como las mujeres con las que salía y no se movía en los mismos círculos. No era fea, aburrida o tonta. De hecho, tendría mejor puntuación en un test de inteligencia que la mayoría de los hombres, pero no hacía que volvieran la cabeza. Le faltaba ese algo...

      Ese algo que tenía Oliver.

      Desde que se conocieron jamás lo había visto con una mujer menos atractiva que él. Debía de ser algún principio químico lo que unía a dos personas parecidas y, cuando incluso las leyes naturales te dejaban fuera…

      –Muy bien, listo, vamos a ponernos serios de una vez –dijo, interrumpiendo tan absurdos pensamientos.

      No había sombra de dolor en sus ojos, ni una traicionera lágrima. Ella no era de las que lloraban en público. Lo único que veía en sus grandes ojos azules era compasión.

      Por él.

      De modo que o Blake había mentido y Audrey no sabía que su marido consideraba el suyo un matrimonio abierto o sí lo sabía y le daba igual.

      Pero esa horrible posibilidad no cuadraba con la mujer que tenía delante.

      Oliver fingió estudiar sus cartas, pero aprovechó la oportunidad para estudiarla. No parecía triste, al contrario. Estaba disfrutando del juego, de la comida, de la conversación, como siempre. También a él le encantaba el lujoso almuerzo-cena que compartían cada veinte de diciembre, pero era él quien insistía en comer en el mejor restaurante de Hong Kong, uno de los mejores del mundo. A Audrey le gustaban los sitios tranquilos y discretos, como ella. Era elegante más que llamativa, con el pelo oscuro sujeto en un moño alto, y tenía la costumbre de pasarse las manos por la falda, como si le gustase la textura de la prenda. Por eso la llevaba, no para él ni para ningún otro hombre. No porque abrazase sus curvas de manera casi indecente. Audrey gastaba dinero en ropa porque le gustaban las prendas de calidad.

      Y exigía calidad en todo. Por eso le costaba tanto creer que le pareciesen bien las… excursiones maritales de Blake. Eso era lo que le había dicho su amigo, pero Oliver no lo creía.

      Estaba claro que no era un matrimonio convencional, pero Audrey no parecía la clase de mujer que toleraría una infidelidad. Por las razones obvias y porque eso daría una mala imagen de ella.

      Y Audrey Devaney no era una mujer cualquiera.

      –¿Oliver?

      Oliver levantó la mirada y vio los ojos azul zafiro clavados en él.

      –Ah, perdona. Las veo –murmuró, mirando sus largas pestañas.

      ¿Conocía el secreto de Blake? ¿Sabía que su marido le era infiel en cuanto ella se iba de la ciudad y no le molestaba? ¿O inventaba viajes para distanciarse de sus infidelidades y preservar su asombrosa dignidad, que llevaba como uno de sus trajes de seda?

      Estaba seguro de que no viajaba para hacer lo mismo que Blake. Si lo hiciera, sería tan discreta sobre ello como lo era sobre otros detalles de su vida, pero su ética era tan sólida como su lealtad y, si decía que estaba en Asia trabajando, eso era lo que estaba haciendo.

      Porque, si no fuera así, él lo sabría.

      Y, si Audrey Devaney estuviera dispuesta a tener un amante, él estaría dispuesto a serlo.

      Fuera cual fuera el precio. Daba igual lo que hubiera pensado durante toda su vida sobre la fidelidad. Había pasado suficientes noches en vela tras despertar de uno de sus sueños, llenos de pasión y sentimiento de culpabilidad, con Audrey apoyada en el ventanal, frente al puerto de Hong Kong, como para saber lo que quería su cuerpo.

      Pero se conocía bien a sí mismo y sabía que reducir a una mujer que admiraba tanto a una barata fantasía era una manera inconsciente de lidiar con territorio desconocido.

      Un territorio con la única mujer que no podía tener.

      –Tu turno –Audrey echó un puñado de caramelos en el montón, interrumpiendo sus pensamientos.

      –El tuyo –Oliver tiró ases y jotas por el placer de ver el rubor que no podía disimular. Le encantaba ganar, particularmente le encantaba ganarle a él.

      Y a él le encantaba verla disfrutar.

      Audrey echó un trío de cuatros con gesto de triunfo y los ojos brillantes de alegría, y de inmediato Oliver se preguntó si brillarían de ese modo si la apretase contra el mullido respaldo del sofá para apoderarse de sus labios.

      Su cuerpo daba hurras ante ese pensamiento.

      –Volvamos a jugar –dijo, intentando borrar de su mente tales pensamientos–. Doble o nada.

      Ella se rio inclinando a un lado la cabeza y su moño, decorado con un trocito de espumillón robado del aeropuerto, se inclinó peligrosamente.

      –Sí, claro, pero pon más atención o me quedaré con todos tus caramelos.

      Audrey se quitó los zapatos y subió las piernas al sofá mientras Oliver barajaba y, de nuevo, le sorprendió que fuese una mujer tan normal. Y tan inocente. Aquella no era la expresión de una mujer que sabía que su marido la engañaba.

      De modo que su mejor amigo era un mentiroso además de un adúltero. Y un idiota por engañar a la mujer más asombrosa que ninguno de los dos había conocido nunca. Desdeñar algo tan hermoso, el regalo que el destino le había hecho a Blake en lugar de a él…

      Pero, aunque el destino era equívoco, el anillo que Audrey llevaba en el dedo era muy real. Y, aunque su marido se acostaba con medio Sídney, ella no hacía lo mismo.

      Porque ese anillo significaba algo para ella.

      Como la fidelidad significaba algo para él.

      Tal

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