Amianto. Alberto Prunetti

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Amianto - Alberto Prunetti Sensibles a las Letras

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en los supervivientes: la de un mundo que se desvanece con cada fábrica cerrada, un sistema económico pero también político y social en que la hegemonía obrera era posible en el espacio productivo.

      LA VIDA

      Los trabajadores que protagonizan Amianto están vivos, no son figuras de un belén obrerista. Y lo están más allá de la vida laboral, aunque esta estructure decisivamente sus existencias y las haga en último término narrables: contar a Renato es desarrollar su currículum, su biografía obrera, la relación de oficios, empresas, ciudades, jornadas, obras. Reconstruir una vida que parece comenzar con la temprana entrada en el mundo laboral que clausura la infancia, y concluye con el retiro del mismo mundo que apenas deja unos años finales de enfermedad y de vacío antes de morir «como una máquina inservible». El hilo narrativo es una sucesión de contratos, fechas y lugares.

      Pero sin reducir la vida del trabajador a su vida profesional: aquí está la vida plena, en toda su complejidad y riqueza, con sus servidumbres laborales, su cansancio y su desgaste, pero también sus momentos felices, su orgullo, su tristeza y sus fiestas, y por supuesto la amistad, la camaradería, la solidaridad, los vínculos surgidos en la misma intemperie techada de la fábrica, el autocuidado entre obreros y entre familias obreras, la esperanza colectiva, la lucha unida.

      Inevitable, al leer Amianto, al reconstruir la vida de Renato a partir de su currículum, inevitable pensar en nuestras propias vidas laborales, descompuestas, fragmentadas, discontinuas, inciertas; y la manera en que estas vidas laborales resultan en nuestros relatos de vida, en la forma en que podemos (o no podemos) contarnos, cada uno y en colectivo. ¿Quién puede hoy contarse a partir de su currículum como todavía lo hacía la generación de Renato? Sin haber sido un obrero estático (recorrió media Italia agarrado a su herramienta de soldar), él siempre pudo responder a la sencilla pregunta de «dónde estarás dentro de diez años»: estaré soldando, aquí o allí pero soldando tubos, trabajando en lo mío. ¿Cuántos de nosotros podemos hoy responder a la misma pregunta, cuántos podemos imaginar nuestras vidas a medio, incluso a corto plazo? ¿Sabes con seguridad en qué trabajarás el año que viene? ¿Conserva aún sentido la vieja pregunta que todavía hacemos a los niños: qué quieres ser de mayor? ¿O se ha convertido en una pregunta subversiva, un recordatorio de que la precariedad y la incertidumbre es la seña de identidad de las nuevas generaciones?

      Amianto, en su reconstrucción de la vida de Renato a partir de su vida laboral, nos habla de esas vidas perdidas, de esos relatos ya imposibles para tantas y tantos trabajadores hoy. La pérdida de la narración que dio sentido a tantas vidas durante generaciones, el relato que estructuraba, daba continuidad, sentido y futuro, y creaba también solidaridad, conciencia de clase, acción colectiva, fraternidad. Lo hace desde el actual relato roto, escribe desde una nostalgia que no es sentimental sino política, la conciencia de una pérdida, de una derrota. Es decir, de una lucha pendiente, que nos interpela con fuerza.

      LA CLASE OBRERA

      Habrá quien quiera leer Amianto como una novela histórica, casi arqueológica: testimonio de una época perdida, un mundo perdido, y una clase perdida, extinta: la clase obrera. Y es cierto que es un formidable retrato de la clase obrera italiana y europea durante las décadas posteriores a la posguerra. En el ecosistema productivo en que se mueve Renato es muy fácil señalar cada parte, distinguibles a simple vista: aquí la clase obrera, aquí el capital con su fábrica, aquí la burguesía propietaria, aquí el Estado que administra sus intereses. Hasta podríamos caer en la nostalgia, como en toda mirada al pasado reciente: qué tiempos aquellos en que todo estaba tan claro, cuando la solidaridad de clase, como escribió Hobsbawn, estaba «inserta en el código ético» de los trabajadores desde generaciones.

      Pero Amianto está escrita también, o sobre todo, para la clase obrera de este año 2020. Sí, dejen de leer boquiabiertos: sigue habiendo clase obrera, no se extinguió, no fue aplanada por el rodillo clasemedianista que nos convirtió a todos en una totalizadora clase media. Es muy probable que usted que lee este prólogo y se dispone a leer Amianto sea clase obrera. Sigue habiendo Renatos entre nosotros, incluso Renatos que empuñan herramientas para soldar tubos, Renatos con callos y con enfermedades laborales, hasta Renatos muertos en accidentes laborales. Pero también hay, son mayoría, los Renatos que han diversificado y seguramente vuelto más confusa la clase obrera hoy: todas aquellas trabajadoras y trabajadores, nacidos aquí o emigrados, que seguimos sin tener otro medio para vivir que nuestra fuerza de trabajo.

      Empezando por el autor, Alberto Prunetti, que se adscribe a ese precariado cognitivo que en muchos casos —en el suyo por descontado— es hijo de la clase obrera fabril o campesina, y que a la vuelta de unas décadas se pregunta cómo es posible que hoy tenga menos derechos y bienestar que sus padres. El autor tal vez no tiene callos en las manos, como no los tendrán muchos de los lectores; pero sí otros destrozos de un tiempo de hiperproductividad, intensificación, flexibilidad, incertidumbre y ansiedad.

      En la discusión actual sobre cómo redefinir la lucha de clases, son necesarias lecturas como esta, que toman la memoria de la clase obrera pasada y la infiltran en nuestra conciencia (de clase).

      EL CAPITALISMO

      Escribe Prunetti que el amianto es un «asesino silencioso», un «asesino en serie implacable» con una larga historia de «crímenes blancos»; «un culpable rodeado de indicios y numerosos cómplices que niegan cualquier tipo de responsabilidad»; «sin un final feliz, porque la amenaza aún sigue a nuestro alrededor, libre»; «un asesino protegido por una legión de médicos, ingenieros, asesores, empresarios…»; un material empleado en industrias altamente contaminantes, que envenenan por igual a los trabajadores y las tierras, ríos, aires y mares de la provincia; y que provocó un «genocidio de trabajadores» durante años…

      Añadan a todo lo anterior que el amianto no es pasado, sigue presente en nuestras vidas, está presente en muchas construcciones y continúa envenenando silenciosamente.

      Crímenes blancos, impunidad, asesino protegido por muchos cómplices, que envenena vidas y territorios… Cualquiera diría que estamos hablando del capitalismo, de su ya largo historial de crímenes contra la clase trabajadora y contra la naturaleza, y del actual turbocapitalismo en su última vuelta de tuerca.

      ¿Es el amianto una metáfora del propio capitalismo? El mismo amianto que se cuela inadvertido en el organismo y ennegrece las células hasta formar un tumor, ¿se parece a este capitalismo que ha conquistado hasta el último resquicio de nuestras vidas, nuestras comunidades, y por supuesto nuestros cuerpos?

      La historia de Renato, su entrega total al trabajo, su capacidad de esfuerzo y su ética del trabajo, para a cambio ser machacado físicamente, enfermado y finalmente asesinado por ese «asesino en serie implacable», es un retrato exacto de un sistema que lleva siglos alimentándose de Renatos.

      Y alimentándose de la naturaleza, esquilmándola y envenenándola. Un buen recordatorio en momentos de conciencia ambiental ante el deterioro global y el cambio climático: no hay capitalismo sostenible, respetuoso con el medio ambiente; y las luchas de los obreros por sus derechos, y de los ecologistas por el planeta, son la misma lucha.

      LA HISTORIA

      A partir de una historia particular, «la historia obrera de un tipo cualquiera, una historia como tantas», Prunetti nos desvela una parte de la Historia con mayúscula de los últimos setenta años. Siguiendo la vida (laboral) de Renato encontramos las vidas de tantas y tantos trabajadores, pero también las transformaciones económicas, productivas y laborales que han liquidado un mundo, aquel en que comenzó a trabajar Renato, y nos han dejado un nuevo mundo: este

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