Amianto. Alberto Prunetti

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Amianto - Alberto Prunetti Sensibles a las Letras

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(Corazón cansado), de Nada Malanima.

      In un palazzo di giustizia (En un palacio de justicia), de Piero Ciampi.

      QUÉ FRÍO HACE

      Me habría gustado que esta historia no hubiera sucedido realmente. Que fuera producto de la fantasía del autor, como se suele decir. Sin embargo, es la realidad la que llama a la puerta en estas páginas. La imaginación ha rellenado los huecos como yeso de poco valor y ha redibujado ciertos episodios para reflejar mejor la historia de una vida y de una muerte. De una biografía obrera.

      El relato debería sostenerse como un racor que une numerosos tubos diversos. Él siempre lo decía: ponle cable de cáñamo, que resiste más que el teflón. Solo debes tener cuidado de respetar el sentido del trenzado y ligarlo todo con un dedo untado en masilla verde. Después aprieta con fuerza, pero sin ensañamiento. No debe perder.

      Así lo he hecho, con la pluma. He tratado de respetar el trenzado de la historia, sin forzar el ritmo de los acontecimientos, sin estrangulamientos. He usado la masilla de la fantasía y he apretado, sin ensañamiento pero con firmeza, el orden del discurso. No gotea: he colocado un cartón debajo y las lágrimas se han secado. Era preciso soldar de este modo la plomería de las grandes instalaciones y la memoria de los hombres que unieron kilómetros de tuberías y acero durante toda una vida. Para llevar la presión sanguínea a los canales de la existencia, para bombearla a los depósitos de la memoria y verla gotear día tras día fertilizando la página.

      Él viste una funda verde y guantes de gamuza. Dobla una pierna y se apoya en el suelo de gravilla de la fábrica. Empuña la radial. Con un golpe de mazo en la cabeza de un destornillador de mango romo, en dirección contraria al sentido de rotación, afloja la abrazadera que fija el cepillo e inserta un disco de corte. Luego, con el pulgar enguantado, empuja el interruptor hacia arriba. El disco comienza a girar de inmediato, a una velocidad de diez mil revoluciones por minuto. Lo acerca al tubo gris. Al entrar ambos en contacto el ruido cambia, se transforma en un chillido metálico, seguido por una explosión de chispas y la proyección hacia arriba de una ducha seca de partículas fibrosas y regulares. Son pequeños dardos cristalinos. Saetas invisibles capaces de descender a lo largo del esófago, de penetrar en los pulmones y permanecer pegadas a la pleura durante veinte, treinta, incluso cuarenta años, provocando una herida mal cicatrizada que el organismo no logra erradicar y que da paso a un proceso de degeneración celular. Un tumor.

      Él despliega un alargador industrial que se extiende por el perímetro de un tanque lleno de hidrocarburos. El terreno está empastado con un aceite denso y viscoso de un color negro tirando a azul cobalto. Conecta el grupo de soldar al enchufe, fija la pinza de masa sobre un elemento de metal, inserta en la segunda pinza un electrodo y a continuación la apoya en el suelo. Empuña con la mano izquierda una pantalla de soldador y la acerca a su rostro. Otro obrero coge una lona gris sucia y la desenrolla sobre él. Ahora se halla completamente a oscuras. Sostiene la pinza con la mano derecha, acerca el electrodo al metal. Lanza la luz, violenta, amortiguada por las lentes ahumadas de la máscara: nievan chispas desde la punta del electrodo, que se consume velozmente derritiendo y coagulando el metal alrededor de otro metal. Cuando el electrodo se ha fundido completamente, el hombre, bajo la lona, aferra el mazo y a oscuras detecta fácilmente el grumo todavía incandescente pero ya cuajado. Con la cabeza del mazo golpea el grumo y rompe la corteza de escoria alrededor del punto de soldadura.

      Un trabajo peligroso eso de soldar a pocos centímetros de un tanque de petróleo. Una sola chispa puede hacer detonar una bomba capaz de llevarse por delante una refinería. Por eso te dicen que utilices esa lona gris, sucia, que resiste altas temperaturas debido a que se fabrica con una materia ligera e indestructible: el amianto. Con ello las chispas quedan atrapadas y tú quedas atrapado con ellas, y bajo la lona de amianto respiras las sustancias liberadas por la fundición del electrodo. Una sola fibra de amianto y en veinte años estarás muerto.

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