El profeta pródigo. Timothy Keller
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Estas dos maneras de escapar de Dios asumen la mentira de que no podemos confiar en que Dios está comprometido a hacernos bien. Creemos que tenemos que obligar a Dios a darnos lo que necesitamos. Incluso si obedecemos de forma externa a Dios, no lo hacemos por él, sino por nosotros mismos. Si, a medida que tratamos de cumplir sus normas, Dios no nos trata como sentimos que merecemos, entonces la fachada de moralidad y rectitud puede caer de un día para otro. El distanciamiento interior de Dios que había existido durante un tiempo, se convierte en un rechazo exterior manifiesto. Nos ponemos furiosos con Dios y simplemente nos alejamos.
El ejemplo clásico del Antiguo Testamento de estas dos maneras de huir de Dios está justo aquí en el libro de Jonás. Jonás actúa por turnos tanto como el “hermano menor” como el “hermano mayor”. En los dos primeros capítulos del libro, Jonás desobedece y huye del Señor y, al final, se arrepiente y pide la gracia de Dios, del mismo modo que el hermano menor se va de casa y regresa arrepentido.
Sin embargo, en los últimos dos capítulos, Jonás obedece el mandato de Dios de ir y predicar a Nínive. No obstante, en ambos casos, trata de tener el control de los planes.11 Cuando Dios acepta el arrepentimiento de los ninivitas, del mismo modo que el hermano mayor en Lucas 15, Jonás se enfurece con una indignación de autojustificación ante la gracia y la misericordia de Dios hacia los pecadores.12
Y este es el problema al que se enfrenta Jonás, en concreto, el misterio de la misericordia de Dios. Es un problema teológico, pero al mismo tiempo es un problema del corazón. A no ser que Jonás vea su propio pecado y sea consciente de que solo vive por la misericordia de Dios, nunca entenderá cómo Dios puede ser misericordioso con personas malvadas y seguir siendo justo y fiel. La historia de Jonás, con todas sus vueltas y giros, trata sobre cómo Dios lleva a Jonás, a veces de la mano, otras veces por la oreja, para mostrarle estas cosas.
Jonás huye y huye. Pero, aunque usa múltiples estrategias, el Señor siempre está un paso por delante. Dios también varía en las estrategias que usa y extiende su gracia de forma constante de maneras nuevas, incluso si no lo entendemos ni lo merecemos.
Las tormentas del mundo

Bajó a Jope, donde encontró un barco que zarpaba rumbo a Tarsis. Pagó su pasaje y se embarcó con los que iban a esa ciudad, huyendo así del Señor. Pero el Señor lanzó sobre el mar un fuerte viento, y se desencadenó una tormenta tan violenta que el barco amenazaba con hacerse pedazos. Jonás 1:3b-4
Jonás huyó, pero Dios no le dejó marcharse. El Señor “lanzó sobre el mar un fuerte viento” (versículo 4). La palabra “lanzar” a menudo se emplea para arrojar un arma como una lanza (1 Samuel 18:11). Es una imagen vívida de Dios lanzando una terrible tormenta en el mar alrededor del barco de Jonás. Era un “fuerte” (gedola) viento, la misma palabra usada para describir a Nínive. Si Jonás se niega a entrar en una gran ciudad, entrará en una gran tormenta. A partir de este hecho, descubrimos noticias tanto desoladoras como reconfortantes.
Las tormentas unidas al pecado
Las noticias desalentadoras son que todo acto de desobediencia a Dios está unido a una tormenta. Este es uno de los grandes temas de la literatura sapiencial del Antiguo Testa mento, sobre todo, del libro de Proverbios. Debemos tener cuidado aquí, ya que no significa que toda situación difícil por la que pasamos en la vida sea el castigo por un pecado en concreto. El libro entero de Job contradice la creencia común de que las buenas personas tendrán vidas que vayan bien y que, si tu vida va mal, debe ser culpa tuya. La Biblia no dice que toda dificultad es resultado del pecado, pero nos enseña que todo pecado te llevará a una situación difícil.
No podemos tratar nuestros cuerpos de cualquier manera y esperar disfrutar de buena salud. No podemos tratar a la gente de cualquier manera y confiar en seguir siendo amigos. No podemos poner nuestros intereses egoístas por encima del bien común y seguir teniendo una sociedad que funcione. Si quebrantamos el diseño y el propósito de las cosas (si pecamos contra nuestros cuerpos, relaciones o sociedad), nos devolverán el golpe. Hay consecuencias. Si quebrantamos las leyes de Dios, estamos destruyendo nuestro propio diseño ya que Dios nos creó para conocerle, servirle y amarle. La Biblia habla a veces sobre Dios castigando el pecado (“El Señor aborrece a los arrogantes. […] no quedarán impunes”, Proverbios 16:5), pero otras habla del propio pecado castigándonos (“La violencia de los malvados los destruirá, porque se niegan a practicar la justicia”, Proverbios 21:7). Ambas son verdad al mismo tiempo. Todo pecado está unido a una tormenta.
El erudito del Antiguo Testamento Derek Kidner escribe: “El pecado […] impone cargas en la estructura de la vida que solo pueden acabar en el colapso”.1 Si hablamos de forma general, se miente a los mentirosos, se ataca a los que atacan y aquel que vive por la espada, muere por ella. Dios nos creó para que viviésemos para él por encima de todo, de manera que hay una cierta “concesión” espiritual en nuestras vidas. Si construimos nuestras vidas y valor sobre cualquier otra cosa que no sea Dios, estamos actuando en contra de la naturaleza del universo y de nuestro propio diseño y, por lo tanto, de nuestro propio ser.
Aquí los resultados de la desobediencia de Jonás son inmediatos y dramáticos. Hay una tormenta terrible que va hacia Jonás. La brusquedad y furia con la que aparece son características que incluso los marineros paganos entienden como que tiene un origen sobrenatural. Sin embargo, no siempre es así. Los resultados del pecado a menudo se parecen más a la respuesta física que padeces cuando te expones a una dosis de radiación que te debilita. No sientes un dolor repentino en ese momento. No es como una bala o espada que te rompen. Te sientes bastante normal. Hasta más adelante no experimentas los síntomas, pero entonces es demasiado tarde.
El pecado es un acto suicida de la voluntad sobre sí misma. Es como tomar una droga adictiva. Al principio, te sentirás fenomenal, pero cada vez será más difícil no tomarla. Esto es simplemente un ejemplo. Cuando te permites tener pensamientos amargos, te sientes muy satisfecho al fantasear con la revancha. Pero, poco a poco y de forma segura, aumentará tu capacidad de autocompasión y tu habilidad para confiar y disfrutar de las relaciones se debilitará y, en general, con sumirá toda la felicidad que hay en tu vida diaria. El pecado siempre endurece la conciencia, te encierra en la prisión de una actitud defensiva y de tus propios razonamientos, y te carcome por dentro lentamente.
Todo pecado está unido a una tormenta. La imagen es poderosa porque, incluso en nuestra sociedad de grandes avances tecnológicos, no somos capaces de controlar el clima. No podemos sobornar a una tormenta o confundirla con la lógica y la retórica. “Pero, si os negáis, estaréis pecando contra el Señor. Y podéis estar seguros de que no escaparéis de vuestro pecado” (Números 32:23).
Las tormentas unidas a pecadores
Las noticias desoladoras son que el pecado siempre está unido a una tormenta, pero también hay noticias reconfortantes. Para Jonás, la tormenta era la consecuencia de su pecado; sin embargo, los marineros se vieron también envueltos en ella. La mayoría de las veces las tormentas de la vida llegan no como una consecuencia de un pecado particular, sino como la consecuencia inevitable de vivir en un mundo caído, lleno de problemas. Se ha dicho que “con todo, el hombre nace para sufrir, tan cierto como que las chispas vuelan” (Job 5:7) y, por lo tanto, el mundo está lleno de tormentas destructoras. No obstante, como veremos, esta tormenta provoca que los marineros tengan una fe genuina en el Dios verdadero incluso aunque la tormenta no era culpa de ellos. El propio Jonás emprende