Destinados a amarse. Annette Broadrick
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Destinados a amarse - Annette Broadrick страница 10
–Sí, señor, respondió Clay automáticamente y colgó el teléfono.
Se sentía como si acabara de tumbarse en la cama. Se obligó a abrir los ojos y miró la hora: eran casi las ocho de la mañana. Al menos había dormido algunas horas.
Se tumbó boca arriba y entonces recordó que estaba compartiendo la cama con Melanie. ¿Le había hecho el amor la noche anterior, o lo había soñado? No lograba establecer la diferencia. Recordaba haber tenido un sueño, pero no sobre Melanie. Había soñado con…
Se sentó en la cama y apartó las sábanas. Tenía que bajar a desayunar. Ese día le asignarían oficialmente su pareja de trabajo, una mujer a la que había deseado no volver a ver nunca.
Se giró hacia atrás y vio la horrorizada mirada de la mujer que estaba en la cama con él.
Clay cerró los ojos, debía de estar alucinando. Melanie tenía los ojos negros y los que lo miraban en ese momento eran de un azul cristalino.
Sólo conocía a una mujer con esos ojos.
Pamela McCall.
Capítulo Tres
Clay miró conmocionado a la mujer que estaba en su cama.
–¿Qué estás haciendo tú aquí? –preguntaron los dos al unísono.
Clay salió de la cama como una exhalación y entonces se dio cuenta de que estaba completamente desnudo. «¡Maldición! ¿Cómo…?», pensó, pero los nervios no le dejaron seguir pensando. Sabía que esa vez tenía un auténtico problema. Se había metido en la cama con los calzoncillos puestos y sólo había una razón para que ya no los tuviera.
El sueño que recordaba había sido mucho más real de lo que debería.
Levantó la sábana de su lado de la cama completamente y gimió al encontrar los calzoncillos a los pies de la cama. Se los puso y sólo entonces se giró hacia ella. Pam se incorporó en la cama, tapándose con la sábana. Incluso en aquella situación tan desafortunada, estaba de lo más sexy. Aunque su expresión era todo lo contrario.
–Quiero saber qué estás haciendo en mi habitación –le exigió ella secamente.
–Esto… yo… ¡Maldita sea, no lo sé! –exclamó él–. Creía que ésta era mi habitación. No creerás que vine aquí anoche deliberadamente para…
Se detuvo, incapaz de enunciar lo que había sucedido.
–No sé qué pensar, Clay. Prácticamente me ignoraste toda la noche y luego tú… te metes en mi cama y…
Ella tampoco podía poner palabras a la situación.
–Sé que tenemos que hablar de esto –dijo él al cabo de un rato de silencio–, pero ahora no tengo tiempo. Tengo que ir abajo.
Estuvo a punto de preguntarle por qué, pero si ella no sabía que iba a tener que trabajar con él, él no quería ser quien se lo anunciara. La situación ya era suficientemente delicada tal cual estaba. Clay recogió la ropa que había dejado por el suelo. Ni siquiera recordaba haberse desvestido antes de meterse en la cama.
¿Cómo podía haber cometido un error tan estúpido?
Encontró su maleta y sacó lo primero que encontró, que fueron unos vaqueros desgastados y una camisa. Sin mirar hacia la cama, se metió en el cuarto de baño. Se dio una ducha rápida y se vistió. Luego se puso unas deportivas y se marchó de la habitación.
¿Qué demonios hacía él en la habitación de Pam? ¿Acaso Melanie no le había dicho que estaría en la habitación 937? De pronto se detuvo y se masajeó la cabeza, que comenzaba a dolerle. ¿O Melanie le había dicho la 973?
Maldición, él debía de haberse confundido de número. Y de todas las personas con las que podría haber compartido la cama, ¿por qué había tenido que coincidir justamente con Pamela McCall?
Clay pasó por delante de la habitación 973 y llamó a la puerta. Melanie la abrió, vestida con un camisón casi transparente y con una expresión de confusión. Y tenía toda la razón.
–Buenos días, Clay –dijo advirtiendo su nuevo atuendo y enarcando una ceja–. Cuando anoche dijiste que te acostarías tarde no bromeabas…
Él se apoyó en el quicio de la puerta y se masajeó el rostro.
–Sé que está siendo una cita terrible. Te lo explicaré todo cuando regrese de otra reunión –dijo él y se irguió intentando pensar en una disculpa creíble–. Sé que cuando escuches mi historia verás el humor que tiene, pero ahora ya llego tarde a la reunión y…
–Tus reuniones se están interponiendo en nuestro encuentro –le advirtió ella mirándolo con cautela–. Menos mal que no he detenido mi vida esperando a que mantuvieras tus promesas, Clay.
–No sabes lo mucho que lo siento –murmuró él sacudiendo la cabeza y le apretó la mano cariñosamente–. Estaré de regreso en cuanto pueda.
Se apresuró al ascensor y sintió alivio al verlo vacío. ¿Qué demonios iba a hacer? ¿Cómo podía explicarle a Melanie lo que no podía explicarse ni a sí mismo? Y además, todavía tenía que enfrentarse a Pam.
Al llegar a la cafetería, Clay divisó a Carruthers sentado a una mesa en una esquina y se dirigió allí. Estaba hablando con otro hombre a su lado. Cuando Clay llegó a la mesa, los dos hombres dejaron de hablar. Sam lo saludó con la mirada y le sirvió café.
–Siéntate –le dijo el coronel con una medio sonrisa–. Tienes aspecto de necesitar esto.
«No sabes cuánto. Ojalá pudiera volver atrás veinticuatro horas», pensó Clay.
–Clay Callaway, le presento a Joe Chávez. Joe es uno de los mejores expertos en reconocimiento que conozco. Amablemente, se ha ofrecido voluntario para ayudarnos en nuestra investigación.
Clay le estrechó la mano.
–¿Así que voluntario, eh? –preguntó Clay.
–El coronel tiene un fino sentido del humor –respondió Joe en tono plano.
–Dejemos los cargos –les recordó Sam–. No tenemos que tratarnos con formalidad, ya que se supone que somos amigos del ejército pasando unos días de vacaciones.
Joe puso los ojos en blanco y Clay se sintió mejor al ver esa reacción. Así que él no era el único al que habían obligado a aceptar esa misión.
Sam miró su reloj.
–Por fin he hablado con Pamela McCall, hace unos minutos. Ha dicho que vendrá lo antes posible, pero que vayamos desayunando.
La camarera les tomó nota y en cuanto se fue, Sam retomó la conversación.
–Joe ya está al corriente de lo que