Destinados a amarse. Annette Broadrick

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Destinados a amarse - Annette Broadrick elit

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de sorprenderlo. Cole era afortunado de tenerla a su lado.

      Clay abrazó a Mel por los hombros.

      –Estoy hambriento. Busquemos una mesa y acabemos con el bufé.

      Allison rió.

      –Creo que tu madre espera que te sientes con ellos –le dijo señalándole una mesa en mitad de la sala.

      –Fabuloso –comentó él y tomó a Mel de la mano–. Vayamos a la mesa, compañera. Espero que estés preparada para esto.

      –Si no te conociera, diría que estás nervioso de volver a ver a tus padres –señaló ella entre risas mientras se dirigían al centro del salón.

      –Nervioso exactamente, no. Es sólo que llevan años intentando que venga a casa y hasta ahora no lo he hecho. Normalmente quedo con ellos en algún otro lugar durante sus viajes.

      –¿Así que los va a sorprender verte aquí esta noche?

      Él rió pero sabía que sonaba forzado.

      –Parece que yo soy el único sorprendido –dijo volviendo la vista hacia Cole–. A veces se me olvida lo poderosa que es esta familia.

      Cody, el padre de Clay, se puso en pie cuando los vio acercarse a la mesa. Sonreía ampliamente.

      –Me alegro de que hayas podido venir, hijo –le dijo dándole un gran abrazo–. No sé por qué, pero esperaba verte de uniforme.

      –En el aeropuerto he aprovechado para afeitarme y ponerme el esmoquin. Te aseguro que no te hubiera gustado verme cuando me he bajado del avión hace un rato –le dijo y luego abrazó a su madre, Carina–. Es increíble, mamá, cada año pareces más joven.

      Les presentó a Melanie.

      –A las hermanas de Clay les va a hacer mucha ilusión conocerte, Melanie. Deben de estar al llegar –dijo Carina y lanzó una mirada a Clay que lo dijo todo–. No sabíamos que Clay te conocía.

      Con una elegancia de lo más loable, Melanie rió y respondió:

      –Sólo soy uno de sus muchos oscuros secretos, ¿no lo sabían?

      Clay supo que era el momento de cambiar de tema.

      –¿Habéis pasado por el bufé? –les preguntó a sus padres.

      –No, estamos esperando a que no haya tanta gente en la fila –contestó Carina.

      –Es evidente que no os habéis saltado tantas comidas como yo para llegar aquí –replicó Clay y se dirigió a su acompañante–. ¿Qué te parece, Mel? ¿Crees que puedes obligarte a comer algo?

      Ella lo amenazó con el puño en broma y luego se giró hacia sus padres.

      –Veamos si esta bestia se calma comiendo, ¿no les parece? –dijo y precedió a Clay hacia el bufé dándole la oportunidad de admirar su fabulosa figura envuelta en un vestido rojo pasión que resaltaba cada una de sus curvas.

      Se colocaron en la fila del bufé y Clay le acarició la espalda.

      –¿Te he dicho lo exótica que estás con este vestido? –le susurró al oído.

      Ella se apoyó ligeramente en él y giró la cabeza para encararlo.

      –Empezaba a pensar que no te habías dado cuenta –contestó con una sonrisa picante.

      –Puede que esté bajo los efectos del jet lag, pero no estoy muerto.

      –De eso ya me he dado cuenta –señaló ella frotándose levemente contra él.

      Él soltó una carcajada.

      –¿Hace cuánto que no nos veíamos?

      –No llevo la cuenta, pero algo así como ocho meses, cuatro días… y seis horas y media –respondió ella.

      –Desgraciadamente van a pasar algunas horas más hasta que podamos estar a solas. No sé cuánto tiempo durará la reunión de esta noche.

      –Debe de ser importante para tu tío que la reunión sea esta noche.

      –Desde luego que sí –afirmó él–. Si no, Cole no se hubiera tomado tantas molestias para traerme aquí.

      –Te estaré esperando, ven cuando puedas –dijo ella.

      Él sonrió y le rozó los labios con un dedo.

      –Cuento con ello.

      Desde un extremo del salón, Pamela McCall contemplaba a la multitud y deseaba estar en cualquier otro lado salvo en aquella fiesta benéfica. Le resultaba extraño estar de nuevo en Texas junto a muchos de los electores de su padre. Ella siempre había evitado la vida política, de la que su padre formaba parte desde hacía años, pero había respondido a la invitación por lealtad hacia los Callaway, sobre todo hacia Carina y Cody. Su niñez hubiera sido muy solitaria de no haber sido por Carina, que cubrió el vacío dejado por la madre de Pam al morir.

      Pam sabía que acudir a la fiesta era una forma de devolverles algo de lo que ellos habían hecho por ella, independientemente de que le gustara estar allí o no.

      Aparentemente, la fiesta se ofrecía para recaudar dinero para varios proyectos de caridad, pero cualquiera que conociera a los Callaway sabía que esa reunión era una declaración de la familia: «Nadie puede con nosotros».

      Su padre, un senador de Estados Unidos por Texas, había enviado a uno de los miembros de su gabinete, Adam Redmond, para que la acompañara esa noche. Pam siempre había luchado por mantener su independencia frente a su dominante padre, pero no tenía por qué ser brusca con Adam, que era un tipo agradable; era alto, de piel oscura, guapo y encantador… y sólo los más cercanos a él sabían que era homosexual.

      Adam era además un buen amigo suyo. Pam lo miró y sonrió.

      –Me alegro mucho de que estés aquí, Adam. Hubiera sido horrible venir a algo así sola.

      –Creía que conocías a algunas de estas personas, sobre todo a los Callaway –comentó Adam.

      –Y los conozco. De hecho, prácticamente me crié con los hijos de Carina y Cody desde la escuela primaria. Sus hijas son como mis hermanas –le explicó ella mientras observaba detenidamente a los asistentes–. Por cierto, todavía no las he visto y… ¡oh, no!

      –¿Hay algún problema?

      Pam intentó quitar importancia al momento.

      –Realmente no. Sólo que no esperaba verlo a él aquí esta noche –contestó ella colocándose de espaldas a la sala y mirando a Adam.

      Adam rió.

      –¿Y ese «él» no tiene nombre?

      Pam recurrió a su sentido del humor para conservar su equilibrio emocional.

      –Disculpa –dijo forzando una sonrisa–. Se llama Clay Callaway, es el único

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