Destinados a amarse. Annette Broadrick

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Destinados a amarse - Annette Broadrick elit

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sacudió la cabeza. No quería hablar de Clay Callaway con nadie, ni siquiera con alguien tan comprensivo como Adam. Debería haberse imaginado que él acudiría a la fiesta, pero después de mucho años sin saber nada de él, había logrado sacárselo de la cabeza. O eso era lo que ella se creía.

      Los doce años desde la última vez que se habían visto parecieron desvanecerse mientras ella daba cuenta de los cambios que él había experimentado. Entonces él tenía diecinueve años. Ahora era puro músculo, todo un hombre adulto.

      Pam cerró los ojos un instante. Verlo después de todo ese tiempo no iba a suponer un problema; ella no permitiría que supusiera un problema.

      –¿Quién es él? –le preguntó Adam al ver que ella no reaccionaba.

      Pam hizo una seña hacia la mesa del bufé.

      –¿Ves al hombre junto a la despampanante rubia del vestido rojo? Ése es él.

      –Vaya, vaya. Forman una pareja muy atractiva –comentó Adam.

      Pam observó a Clay y a su cita apartarse del bufé con los platos llenos y dirigirse a una mesa en la que ella no había reparado antes. Carina y Cody estaban allí sentados, lo que significaba que ella tendría que acercarse allí en algún momento de la noche a saludarlos. Bebió otro sorbo de champán y decidió posponer ese encuentro lo más posible.

      –¿Estás lista para ir a por algo de comer? –le preguntó Adam varios minutos después.

      Con una renovada determinación de divertirse, Pam le sonrió agradecida.

      –Por supuesto. Vayamos allá.

      Después de comer más de la cuenta, a Clay lo invadió una sensación de sosiego. El hecho de que rellenaran la copa cada vez que la vaciaba un poco contribuía a ese estado de placidez. Melanie y él bailaron varias veces antes de que algún otro hombre le pidiera salir a bailar.

      Clay sonrió con aquiescencia y se sentó junto a su madre, que acababa de regresar del tocador.

      –Pareces molesta –le comentó él en voz baja–. ¿Algo no marcha bien?

      –No es eso. Es sólo que algunas veces me enfurezco por cómo funcionan las cosas.

      –¿Como cuáles?

      –Acabo de encontrarme con Katie. ¿Sabes que ese canalla de Arthur Henley sigue haciéndoselo pasar mal aunque llevan seis meses divorciados?

      –¿Te refieres a Katie la hija de Cole?

      –Sí.

      –No sabía que se había divorciado. ¿Cómo sucedió?

      –Ella descubrió por fin que él derrochaba el dinero a espuertas, que tenía amantes, que cometía muchos errores en su trabajo. En cuanto ella le pidió el divorcio, Cole lo despidió porque muchas de sus decisiones como gerente habían costado millones a la compañía –dijo ella y bebió un sorbo de su copa–. Arthur acusó a Katie de haber perdido su trabajo. Supongo que se consideraba alguien invencible por la forma en que vivía y su forma detestable de comportarse. Seguramente nunca pensó en que Katie podría hartarse un día de su comportamiento y abandonarlo. Y por lo que acaba de contarme ella, él está haciendo todo lo posible por acosarla, molestarla o intentar ganarse su simpatía.

      –¿Y por qué se casó con él?

      –Ya conoces a Katie. Entre sus ganas de vivir y su necesidad de cuidar de todo el mundo con quien se encuentra, se metió de lleno en su idea de ayudar a Arthur a desarrollar todo su potencial. Hay que admitir que el hombre es encantador cuando quiere serlo, y muy inteligente. Se centró en alimentar la debilidad de ella de sentirse necesitada y le mostró a un hombre valiente que se esforzaba por superar su pasado de pobreza. Te juro que quería que Katie se sintiera culpable porque él hubiera nacido en una familia pobre. Recuerdo que ella lo excusaba todo el rato. Pero con el tiempo, incluso nuestra optimista Katie tuvo que rendirse. Antes o después, cada uno tenemos que responsabilizarnos de nosotros mismos en lugar de echarles la culpa a los demás.

      –¿Qué edad tienen ahora Trisha y Amber?

      La expresión de Carina se suavizó.

      –Tienen cinco años y son absolutamente adorables. Me recuerdan a Katie cuando tenía su edad, están tan llenas de vida…

      –¿Y dónde está Katie ahora? –preguntó él echando un vistazo a su alrededor.

      –Creo que está sentada con sus padres. La he encontrado llorando en el tocador. Seguramente Arthur se ha pasado por aquí el tiempo suficiente para alterarla e intentar arruinarle la noche, y luego se ha marchado. Ella estaba furiosa por haberse dejado afectar tanto por él –dijo y la vio moviéndose entre las mesas–. Ahí va.

      Clay se excusó de la mesa y fue al encuentro de su prima. Llevaba muchos años sin verla. Se le había oscurecido ligeramente el pelo a un caoba claro y sus hermosos ojos ya no tenían la chispa de antaño. Él no conocía a Arthur Henley, pero se le atravesó por haberle hecho sufrir a Katie.

      –Hola, prima, ¿te apetece bailar? –le preguntó acercándose a ella.

      Katie, que parecía diez años más joven de los cuarenta que tenía, lo miró sorprendida.

      –¿Clay? ¡Madre mía, no puedo creerlo! Has crecido mientras yo me he girado un momento.

      Él la condujo a la pista de baile.

      –Me alegro de verte de nuevo, Katie. ¿Dónde estás viviendo ahora?

      –En Austin.

      Él se sorprendió al tomarla entre sus brazos y darse cuenta de que era muy menuda; aunque llevaba zapatos de tacón, apenas le llegaba a él por el hombro.

      –Estás muy guapa esta noche. El negro resalta tu belleza natural –dijo él.

      Era cierto. Su piel clara, ojos ámbar y pelo pelirrojo destacaban más a causa del vestido negro.

      Ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas.

      –Eres bueno para mi ego, Clay –susurró ella y desvió la mirada.

      –No puedo creer que las gemelas ya tengan cinco años. Recuerdo cuando nos anunciaste su nacimiento. Supongo que he estado fuera más tiempo del que me parece. Quizá vaya a verlas esta vez.

      Ella lo miró sorprendida.

      –¿No tienes que regresar a tu misión enseguida?

      –Tengo un permiso de treinta días, así que estaré por aquí unas cuantas semanas.

      Ella sonrió ampliamente.

      –¡Perfecto! Entonces, ¿por qué no nos haces una visita la semana próxima? A las niñas les encantará verte.

      Él quería preguntarle por Henley, pero decidió que no era el momento adecuado. En lugar de eso, mantuvo una conversación alegre y superficial. Para cuando terminó el baile, Katie reía y en sus ojos se adivinaba algo del brillo de antes.

      Él la acompañó

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