Destinados a amarse. Annette Broadrick
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Clay nunca olvidaría los entrenamientos en Georgia ni el hecho de que el coronel Carruthers era el instructor más duro de todos.
–Era fácil hacerlo formar parte del grupo y disponerlo todo para enviarlo a su casa –continuó Carruthers–. Supuse que usted querría estar en esta misión, dado que afecta a su familia. ¿Estoy en lo cierto, capitán?
–¡Sí, señor! –respondió Clay.
Carruthers sonrió levemente.
–Me lo figuraba. Claro que eso nos deja con el dilema de por qué ha regresado a casa. No queremos que nadie sepa que está en una misión.
–Estoy de permiso, señor. Como me debían uno, me han dicho que o lo usaba ahora o lo perdía.
–Eso nos servirá –afirmó Carruthers–. Supongo que sobra decirles que nadie debe saber que el Gobierno tiene una investigación privada en marcha, ¿verdad? Estoy seguro de que todos ustedes comprenden que debemos pasar lo más desapercibidos posible. Por tanto, yo también voy a realizar la misión de incógnito, así que durante la investigación me llamarán Sam.
–Sí, señor… digo, Sam –dijo Clay sintiéndose como un tonto al ver sonreír a los demás.
–Yo no estoy de acuerdo con la postura del Gobierno en este asunto, coronel –comentó Cole–. Hemos mantenido una estricta seguridad en las pruebas del combustible. Salvo la explosión de la plataforma de perforación, ninguna de las otras explosiones tiene nada que ver con el Gobierno. Confío en que su investigación busque también quién puede querer vengarse de los Callaway.
–Sí, hemos comentado su teoría en la reunión de la que vengo. Supongo que, con lo cuidadoso que es usted, habrá comprobado las referencias de sus empleados.
–Llevamos haciéndolo desde hace varios años –intervino Cameron–. Ésta no es la primera vez que nuestra familia es blanco de ataques. Y dudo que sea la última.
–Los comprendo –contestó Sam–. Dada la situación, he requerido a una de las mejores investigadoras del FBI para que realice unos perfiles sobre quién podría estar interesado en perjudicar a su familia. Pamela McCall me ha dicho que conoce a los Callaway y a eso se añade que ha vivido bastante tiempo en Texas. Ella dice que está deseando formar parte de este equipo.
El coronel se giró hacia Clay, que de pronto se sentía como si lo acabaran de golpear en el pecho, le faltaba el aire.
–Clay, Pamela y usted formarán pareja en esta misión. Nuestro otro hombre llegará mañana por la mañana; en cuanto esté aquí nos reuniremos todos. Mientras tanto, creo que a todos nos vendría bien dormir un poco –continuó Sam–. En nombre del Gobierno, sepan que apreciamos su colaboración en este asunto y que pretendemos llegar al fondo rápidamente.
–Nosotros también apreciamos su ayuda, Sam.
Carruthers se puso en pie y estrechó la mano de los demás. Luego se giró hacia Clay.
–Lo llamaré por la mañana para desayunar juntos. Creo que se aloja en el hotel, ¿no?
El anuncio de que iba a trabajar con Pam había dejado a Clay tan conmocionado que apenas había seguido el resto de la conversación.
–Sí, señor –respondió Clay saliendo de su estupor–. Es la habitación 937, señor. Esperaré sus noticias.
Clay salió de la habitación sin poder creérselo: ¡Sam Carruthers lo había solicitado para esa misión! Ese hombre era de lo más respetado en los Comandos Especiales. Clay lo admiraba profundamente y agradecía no haber sido nunca blanco de sus comentarios mordaces. También sabía que no podía pedirle no trabajar con Pam, pero por otro lado no soportaría formar pareja con ella el tiempo que durara la investigación. ¿Qué demonios iba a hacer?
Clay se dirigió al bar. Pidió un whisky doble y se sentó en una esquina.
Pamela McCall. Al verla esa noche, su pasado se le había presentado delante y lo había golpeado en la cara. Pero seguro que los años que habían transcurrido desde aquello lo ayudarían a manejar el presente. Él había sobrevivido a todas las pruebas a las que el ejército lo había sometido. De hecho, con cada una se había superado un poco más. Le gustaba lo que hacía. Tenía una función importante, se dedicaba a ataques terroristas. Y los ataques que habían sufrido las empresas de su familia encajaban en esa categoría.
Se sentía honrado de que el coronel lo hubiera requerido para el equipo y quería demostrarle que no se había equivocado con él. Entre esa noche y la mañana siguiente, él debía aclarar sus sentimientos hacia Pamela McCall.
Parte del problema era que ella había formado parte de su vida desde que él podía recordar. Al querer borrarla de su memoria había enterrado también años de cariño y risas con sus padres y sus hermanas. Un rato antes, sentado a la mesa con su familia, él se había dado cuenta de lo mucho que se había perdido por no visitarlos periódicamente.
Siempre que él pensaba en su familia, Pam formaba parte de ellos. Mientras él estaba en la escuela primaria, ella le parecía un fastidio, igual que sus hermanas, y se pasaba el tiempo escondiéndose de ellas.
Su mente se retrotrajo a cuando era un niño con tres hermanas que querían hacerle la vida imposible…
Clay eludió a las mujeres de su familia y se encaminó hacia el bosque que había cerca de la casa donde vivían. Se subió a uno de los enormes robles, se acomodó en una de las ramas y se acercó los prismáticos de su padre a los ojos.
Podía ver en muchos kilómetros y nadie sabía que él estaba observando.
Estaba harto de que sus hermanas lo incordiaran. A los doce años ya había aprendido a ponerse en alerta cada vez que ellas estaban cerca. Sherry Lyn era dos años mayor y más o menos lo ignoraba, con lo cual con ella no había mucho problema. Pero Kerry y Denise, de diez y nueve años respectivamente, siempre le seguían a donde quiera que fuera.
Pero ese día no. Ese día estaban jugando con Pam, que había llegado hacía una hora con una maleta y cara triste. Su padre tenía que salir de nuevo de la ciudad porque era un hombre importante y lo necesitaban para sacar adelante el país.
A Clay siempre le resultaba fácil localizar a Pam cuando jugaba con sus hermanas. Todas tenían el cabello oscuro y Pam resaltaba con su pelo rubio.
Clay perdió la noción del tiempo observando las montañas y los prados. Se detuvo para sacar una bebida de su mochila y de pronto vio a alguien moverse furtivamente cerca de la casa. Agarró los prismáticos y vio a Pam muy quieta junto al edificio; miró cautelosa por la esquina y salió corriendo en dirección al río. ¿Adónde iba? Siempre que acudía de visita, Pam no se separaba de Kerry. Pero en aquel momento estaba sola.
Él decidió seguirla. Bajó del árbol y enfiló el camino que le había visto tomar a ella. Cuando llegó al río, se agazapó y examinó el lugar a través de los prismáticos. Entonces la vio, tan de cerca que se llevó un susto. Pam estaba sentada en una gran roca con la vista clavada en el río. La observó atentamente