Destinados a amarse. Annette Broadrick
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Destinados a amarse - Annette Broadrick страница 8
–¿Qué estás haciendo aquí? –preguntó ella entre triste e irritada.
Él no quería molestarla. Se giró para marcharse pero no quería dejarla sola de aquella forma, así que se acercó a ella.
–¿Quieres mirar a través de estos prismáticos?
Ella lo miró.
–¿Sabe tu padre que los tienes tú?
–No, así que ahora ya puedes meterme en problemas si quieres –contestó él.
–¿Y por qué iba yo a querer hacer eso? –preguntó ella sorprendida.
Él se encogió de hombros.
–No lo sé, pero es lo que Kerry y Denise hacen para divertirse. Siempre están revolviendo mis cosas, destapando lo que hago, metiéndome en problemas… Tienes suerte de no tener que soportar algo así.
Ella comenzó a llorar de nuevo. Estaba claro que él había dicho lo que no debía.
–¿Por qué lloras? –le preguntó él.
–¿Por qué no te marchas?
Clay se quedó sentado intentando pensar en una respuesta, pero no se le ocurría nada ingenioso ni brusco. Así que decidió decirle la verdad.
–Porque no me gusta verte tan triste. Y he pensado que igual hablar de ello te ayudaría.
–Hablar de ello no va a cambiar nada –replicó ella enfadada con la vista clavada en el agua.
–¿No te gusta venir a visitarnos? –preguntó él intentando figurarse qué la ponía tan triste–. ¿Echas de menos a tu padre?
A ella se le escapó un sollozo.
–Desearía tener una familia como la tuya. No sabes la suerte que tienes. Veo cómo se tratan tu madre y tu padre entre ellos y con vosotros: os reís, bromeáis… y eso me duele.
–¿Recuerdas a tu madre?
Ella se encogió de hombros.
–Yo tenía seis años cuando ella murió y ella ya llevaba mucho tiempo enferma. Yo nunca la oí reír. Y ahora mi padre viaja mucho y casi no lo veo. Paulette hace cosas conmigo, pero es el ama de llaves, lo hace porque mi padre le paga para que me cuide, no porque le guste.
–Puedes ser parte de nuestra familia si quieres.
–Pero yo no me parezco a vosotros. Nadie se creería que soy una Callaway –dijo ella y sonrió levemente–. Y además es justo lo que tú no necesitas, Clay, otra hermana más.
Él lo pensó unos instantes.
–Eso estaría bien. Podríamos hablar de cosas, como ahora. Y podría enseñarte algunos lugares del rancho que nadie más conoce. Podrías imaginarte que soy tu hermano, ¿no? Alguien con quien hablar cuando estés triste o furiosa o lo que sea.
Ella se quedó en silencio un largo momento.
–No me importa lo que Kerry diga de ti –dijo por fin–. A mí me caes bien, Clay.
–Me alegro. Tú también me caes bien, Pam. Y me alegro de que estés en el rancho con nosotros. ¡Pero si ya eres prácticamente de la familia!
Después de ese día, él se propuso estar pendiente de Pam, tanto cuando ella los visitaba en el rancho como en el colegio. Según crecían a él le fue resultando más fácil hablar con ella y contarle cómo le iba en el colegio, las peleas con sus hermanas y las visitas al director. Ella, por su parte, le hablaba de sus profesores, de lo que le gustaba hacer y de los compañeros de clase a los que intentaba evitar. Aprendieron a confiar el uno en el otro.
Clay aún recordaba su primer año de instituto, cuando había sido el responsable del tanto ganador en el partido de fútbol americano. Pam se había abierto camino entre la gente, se había lanzado en sus brazos y le había dado un beso entusiasta que lo había sacudido por completo.
Hasta ese momento, Pam era para él una amiga muy especial que lo escuchaba pacientemente cuando él le contaba su frustración con otras chicas, su esfuerzo por sacar buenas notas, su deseo de ir a la universidad. Pero en aquel momento descubrió que también era una mujer de lo más deseable. Respondió a su beso maravillado. No quería dejarla marchar, pero la soltó al oír los silbidos del resto del equipo.
Después de ese momento nada volvió a ser igual.
Durante los dos años siguientes, Pam y él fueron pareja. Y en el último año de instituto él decidió unirse al cuerpo de cadetes de la universidad de Texas. Era una agrupación de estudiantes con organización militar y daba la posibilidad a los cadetes de optar a un cargo en las Fuerzas Armadas estadounidenses.
A Pam le quedaba un año para terminar el instituto y ya tenía pensado trasladarse a una universidad del Este.
La noche en que Clay se marchó a la universidad las cosas cambiaron entre ellos una vez más.
–¿Adónde quieres que vayamos esta noche? –le preguntó Clay a Pam al recogerla en su vieja furgoneta.
Clay estaba nervioso. Tenía muchas ganas de ir a la universidad, era su sueño. Pero no había contando con el profundo vacío en su interior al pensar en que no vería a Pam cada día. Ella tenía la vista clavada en sus manos sobre su regazo.
–Me da igual –respondió ella encogiéndose de hombros.
–No estés tan entusiasmada de verme, por favor…
Ella se giró y lo fulminó con la mirada.
–¡Perdóname por no emocionarme con la idea de que te vas!
Él le acarició la nuca.
–Lo sé, cariño. Esto también es muy duro para mí.
–¿De veras? Tienes toda una nueva vida por delante. Yo soy la que va a tener que seguir yendo al mismo instituto y viviendo en el mismo lugar, sólo que sin ti.
Él la atrajo hacia sí y la besó dulcemente.
–Estaré contigo, no te preocupes. Estaré siempre que me necesites.
Ella se abrazó fuertemente a él.
–¡Siento mucho arruinarte tu última noche en casa, pero esto es tan duro…! Has sido mi mejor amigo durante años y ahora vas a marcharte. Sé que estarás cerca y llevo meses preparándome para este día, pero ha llegado demasiado rápido.
Aquella noche, después de ir al cine y tomarse un helado, él la llevó a su casa.
–Hace buena noche, ¿qué te parece si nos sentamos un rato en el cenador?
–Suena bien –dijo él.
La ayudó a bajar de la camioneta y, agarrados de la