Un jefe soltero. Pamela Ingrahm

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Un jefe soltero - Pamela Ingrahm Jazmín

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Sonreía de la misma forma, pero había un brillo diferente en sus ojos. Unos ojos que no parecían perder detalle.

      –Perdone el error, señorita Wier. ¿Le importa acompañarme a mi despacho?

      Madalyn tuvo que concentrarse para poner un pie después de otro sin tropezar. Aunque por dentro estuviera hecha un flan, tenía que aparentar serenidad. Philip Ambercroft en persona iba a entrevistarla para un puesto de trabajo y Madalyn rezaba para que la entrevista fuera como ella había previsto.

      Los pensamientos de Philip iban a mil por hora mientras se sentaba frente a su escritorio y volvía a leer el currículum de la señorita Wier. Cuando terminó, hizo un poco de tiempo colocando unos papeles. Había llegado donde estaba tomando decisiones arriesgadas y aquella candidata sorpresa podía darle información sobre Manufacturas Price, una empresa que estaba en su lista de prioridades.

      Philip sabía que se le habían presentado buenas oportunidades durante los últimos años, oportunidades que nunca hubiera podido planear o predecir. Pero él había sabido aprovecharlas.

      Había estado a punto de decirle a la señorita Wier que el puesto estaba ocupado, porque era demasiado atractiva como para considerar siquiera una entrevista con Gene, cuando se le había ocurrido un plan. Mucha gente pensaba que no tenía corazón y, aún menos, que pudiera sentirse locamente atraído por una mujer, pero la señorita Wier había probado que podía acelerar su pulso y despertar su… imaginación. Aquella reacción, aquella respuesta insospechada, lo había dejado asombrado. No era hombre que cayera fácilmente bajo el hechizo de una mujer y, desde luego, nunca le había ocurrido con una empleada.

      Pero la belleza de la señorita Wier no era lo más importante. Lo importante era que parecía caída del cielo.

      Para empezar, su secretaria había pedido excedencia y no había podido conseguir que ninguna de las secretarias temporales que le habían enviado se quedase durante más de una semana. Una se había marchado dos horas después de empezar a trabajar y no había vuelto. Otra estaba embarazada y se había puesto de parto inesperadamente. Una tercera había pillado un resfriado que la mantenía en cama. Philip no estaba seguro de si aquello era mala suerte o una conjura contra él.

      Y, de repente, aparecía la señorita Wier, con un currículum impresionante que incluía un puesto como ayudante ejecutiva en Manufacturas Price.

      Philip quería tener más información antes de hacer una oferta de compra y, ¿quién podía saber más sobre Manufacturas Price que aquella joven?

      Contratar a la señorita Wier sería una excelente idea, pero Philip haría lo que fuera necesario para que no trabajara directamente con Gene. Su hermano había usado Ambercroft como una empresa privada de contactos y él no permitiría que siguiera ocurriendo. Cuando volviera de Europa con su última secretaria–amante, lo estaría esperando una secretaria eficiente y nada agraciada. Philip había pensado en algunos términos para definir a la señorita Wier y poco agraciada no era uno de ellos.

      De modo que sus necesidades más urgentes encontraban respuesta en la atractiva joven que estaba sentada frente a él. Tendría que redactar él mismo los informes más comprometidos hasta que volviera su secretaria, pero había mucho trabajo por hacer y la señorita Wier podría encargarse de ello. En las semanas que quedaban hasta que la señora Montague volviera al despacho, podría quitarse muchos papeles de encima y, de paso, conseguir valiosa información sobre Manufacturas Price. Después, con la secretaria de Gene reemplazada por una doble de la señora Montague, encontraría algún puesto para la señorita Wier en cualquier departamento de Ambercroft y su vida volvería a la normalidad.

      ¿Qué más podía pedir?

      Un vistazo a las piernas de la señorita Wier le reveló la respuesta a aquella pregunta. Eso era lo que podía pedir… en su imaginación, por supuesto. Él nunca había confraternizado con ninguna de sus empleadas y no pensaba hacerlo jamás.

      Sin embargo, Philip dudaba de si podría dictar cartas frente a aquella cara tan atractiva. La señora Montague debía de tener la edad de su madre y él la respetaba mucho y la valoraba como empleada, pero mirar sus piernas nunca había hecho que le apretaran los pantalones en… cierta parte.

      Recuperando el hilo de sus pensamientos, sonrió y miró a la joven que había frente a él.

      –En su currículum dice que sabe usted taquigrafía.

      –Sí –dijo ella, estirándose un poco en la silla.

      –Muy bien. Últimamente es difícil encontrar una secretaria que sepa taquigrafía. A mí no me gusta dictar cartas a una grabadora, prefiero el viejo estilo –sonrió Philip. La respuesta de Madalyn fue otra sonrisa–. Bueno, me parece que ha habido un pequeño malentendido, pero creo que podemos arreglarlo. Mi hermano está en Europa y no volverá hasta dentro de unas semanas –explicó.

      En ese momento, se le ocurrió algo. ¿Como podía la agencia de empleo haber enviado a una mujer como la señorita Wier para un puesto como secretaria de su hermano? Él había hablado personalmente con el director de la agencia para explicarle las características que se requerían de la candidata. Había exigido que fueran mujeres de probada experiencia y eso significaba que tendrían más de treinta años, o cuarenta si era posible. Entonces, ¿qué hacía allí una mujer como la señorita Wier? La agencia valoraba la empresa Ambercroft demasiado como para haber cometido aquel error.

      –Señorita Wier, ¿cómo se ha enterado de que había un puesto vacante?

      Philip tenía suficiente experiencia como para reconocer el casi imperceptible parpadeo.

      –La verdad es que me enteré a través de un amigo. Este es un trabajo para el que estoy cualificada, señor Ambercroft, y decidí utilizar esa información.

      A Philip le gustaba la gente con iniciativa… hasta cierto punto. Le gustaba la gente con redaños, fueran competidores o empleados, mientras no se pasaran. No le parecía mal que ella hubiera decidido aparecer en Ambercroft por su cuenta, pero tomó nota mental de vigilarla. Tanta iniciativa podría volverse contra él.

      –Como hombre de negocios, respeto esa decisión –murmuro él, leyendo de nuevo el currículum–. Dígame por qué quiere dejar Manufacturas Price.

      Antes de que las palabras salieran de su boca, Philip supo que ella iba a contarle una historia que llevaba preparada. No había entrevistado a cientos de candidatos durante su vida profesional sin haber adquirido ciertas habilidades psicológicas.

      –La señora Price quiere volver a trabajar. Después de todo, ella y su marido llevaron la empresa solos durante muchos años y son un buen equipo. En fin, me han dado todo el tiempo que necesite para encontrar un trabajo pero en cuanto lo haga, la señora Price ocupará mi puesto. Se sienten orgullosos de su empresa familiar –explicó ella. Philip lo sabía. Conocía al matrimono Price y conocía su excelente reputación–. Estoy segura de que podrán darle buenas referencias de mí.

      Philip la observó en silencio durante unos segundos mientras ella descruzaba y volvía a cruzar las piernas.

      –Como le he dicho, mi hermano no volverá de Europa hasta dentro de quince días, pero mi secretaria ha pedido excedencia y necesito alguien que ocupe su puesto. ¿Estaría interesada en trabajar para mí durante unas semanas? Sería una especie de período de prueba. Cuando vuelva la señora Montague podrá solicitar el puesto de ayudante ejecutiva, pero si no lo consigue estoy seguro de que encontraremos algún otro puesto para usted en Ambercroft –explicó él.

      Después,

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