Un jefe soltero. Pamela Ingrahm
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–Bien, señorita Wier. ¿Qué le parece?
–Estoy interesada, por supuesto. Pero tengo que saber si tendré seguro médico durante este… período de prueba, como usted lo llama, y si cuenta para mis vacaciones.
Philip escondió una sonrisa. Aquella chica decía las cosas claras. Estaba empezando a gustarle cada vez más.
–Seguro médico, desde luego. Pero las vacaciones empezarán a contar cuando tenga contrato fijo.
–La respuesta es sí, señor Ambercroft.
–Si vamos a trabajar juntos será mejor que me llame Philip –sonrió él, sintiéndose tontamente triunfador–. ¿Puedo llamarla Madalyn?
–Sí… claro.
–Estupendo –dijo él, colocando un cuaderno frente a ella–. Entonces, vamos a empezar a trabajar.
Capítulo 2
A MADALYN le dolía la mano de tanto escribir. Había descubierto por qué llamaban tirano a Philip Ambercroft.
Afortunadamente, la niñera podía quedarse con Erin el tiempo que hiciera falta y, al menos aquel día, su sentimiento de culpa se veía mitigado sabiendo que la niña estaba en compañía de su abuela, que había ido a visitarlas desde Louisiana.
Era un poco extraño empezar a trabajar el mismo día que se mantiene una entrevista de trabajo. Y después de las cinco, además. Pero Philip Ambercroft estaba interesado en ella y, si le causaba una buena impresión, su futuro profesional estaba asegurado.
Madalyn había oído decir que era un hombre duro, sin corazón cuando se trataba de negocios, pero había leído suficiente sobre él como para saber que siempre había conseguido sacar a flote las empresas que compraba. Ella había conseguido situarse en la vida desde una sofocante pobreza y lo había hecho dando el cien por cien de sí misma en todos sus empleos. Philip parecía la clase de jefe que apreciaría esa dedicación.
A menos que se aprovechara de ello.
Madalyn tenía que admitir que era un poco sensible en ese aspecto, pero no quería que un error del pasado oscureciera su futuro. No todos los jefes guapos eran unos aprovechados.
Por supuesto, después de llevar más de una hora escribiendo cartas que después tendría que pasar al ordenador, tenía la tentación de decirle que se metiera el trabajo donde… bueno, que hiciera algo anatómicamente imposible. Pero no podía empezar dando problemas.
No le importaba trabajar al cien por cien, pero aquel día era su cumpleaños. Su madre, Erin y ella habían pensado ir a cenar a un restaurante chino y después ver una película de vídeo. Seguramente no era la forma más emocionante de pasar un día de cumpleaños, pero a Madalyn le gustaba.
Cuando miró su reloj eran las siete y aún le quedaba mucho para terminar, de modo que decidió llamar por teléfono a su casa. Mientras tomaba el auricular, se apartó de la frente un mechón de cabello castaño rojizo.
–¿Sí? –contestó su madre, con su fuerte acento del sur.
–Hola, mamá, soy yo otra vez. Parece que vamos a tener que cancelar lo de la cena.
–¿No me digas que sigues trabajando?
–Sí, aún me queda por lo menos una hora más. Recuérdame que llame al señor Price cuando llegue a casa.
–Te lo dejaré escrito. Siento mucho que no podamos salir a cenar, pero mi ángel y yo lo estamos pasando muy bien.
–¿Ah, sí? ¿Y cuántas galletas te ha robado tu «ángel»?
–¡No digas eso de mi niña!
–Mamá…
–Tres, pero no se las ha comido enteras…
–¡Mamá, no le des ni una más! ¿Ha cenado algo?
–Sí. Y se está bañando… Mira, ahora se está restregando los ojitos. De verdad, hace los mismos gestos que tu padre.
–Lo sé –sonrió Madalyn–. Bueno, ahora tengo que irme. Dale un beso a mi niña de mi parte.
–Sí. Conduce con cuidado a la vuelta.
–De acuerdo. Un beso.
Cuando Madalyn colgó el teléfono, estaba de mejor humor. Con su habitual determinación, miró la pantalla del ordenador y se dispuso a copiar las cartas que había tomado a taquigrafía. Una vez de vuelta al trabajo, se olvidó del tiempo y, sólo cuando sintió un tirón en el cuello, paró un momento para estirarse.
–¿Madalyn? –la voz de Philip la sobresaltó. Ni siquiera lo había oído abrir la puerta–. Siento haberme aprovechado de ti el día de tu cumpleaños. Estaba mirando de nuevo tu currículum y me he fijado en la fecha.
–Esas cosas pasan. No es el fin del mundo.
–Ya, pero acabas de llegar y te he metido de cabeza en el trabajo. Al menos, deja que te invite a cenar.
–Oh, no, no es necesario…
–Insisto. ¿Qué prefieres, un restaurante chino, mexicano…?
–Me encanta la comida china, pero… –Madalyn no terminó la frase. Había detectado cierto reto en la expresión del hombre. ¿No le había probado que era una jugadora de equipo?, se preguntaba. Algo frío se instaló en su estómago. Esperaba no haberse equivocado juzgando a Philip. Aunque se había equivocado antes…–. Verás, Philip, tengo que ser sincera –empezó a decir entonces, rezando para no quedarse sin trabajo–. No me gusta mezclar el trabajo con mi vida social. Te agradezco la invitación, pero prefiero decir que no.
Él pareció sorprendido, pero asintió amablemente.
–Muy bien. Vete ahora mismo y disfruta de lo que te queda de cumpleaños.
–Te lo agradezco, pero ya me queda poco y prefiero acabar estas cartas.
–No hace falta…
–Tardaré sólo una hora más… a menos que tú quieras marcharte, claro.
–En absoluto. Agradezco que te quedes.
Philip volvió a entrar en su despacho y, un segundo después, Madalyn comprobó que hablaba por teléfono. No hacía falta conocerlo a fondo para saber que era uno de esos hombres que trabajan siete días a la semana. Madalyn se preguntó por un momento dónde se había metido y decidió inmediatamente que no le importaría trabajar algunos fines de semana si él se lo pidiera porque sería una buena experiencia para ella. Y por la seguridad económica que le reportaría