Un jefe soltero. Pamela Ingrahm

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Un jefe soltero - Pamela Ingrahm Jazmín

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a quién debes acudir cada vez que te sientas deprimido. Puedes llamarme doctora Wier.

      –Muy bien, doctora. Me parece que se le está enfriando la cena, así que tendremos que terminar la sesión otro día.

      –Qué lástima –sonrió ella, probando el pollo agridulce.

      Para cuando terminaron con los rollitos de primavera, la conversación versaba sobre temas generales. Hablaron sobre el edificio de la compañía, sobre algunas de las empresas Ambercroft, nada personal. Pero era divertido oír hablar a Philip y ver cómo sus ojos se iluminaban con orgullo. Le encantaba su trabajo y las numerosas actividades filantrópicas en las que la compañía Ambercroft estaba involucrada.

      Incluso mencionó la gala que Eva Price estaba organizando para la Asociación de niños con SIDA.

      –¿Vas a ir? –preguntó ella, entusiasmada. Era maravilloso que Eva hubiera conseguido una aportación de los poderosos Ambercroft.

      –No estoy seguro. ¿Tú vas a ir?

      –Creo que sí –contestó ella–. Me gusta involucrarme en actividades solidarias.

      –Entonces, tendré que encontrar la invitación y confirmar mi asistencia.

      Insegura de lo que debía responder, Madalyn se concentró en su plato de arroz. La cena había sido estupenda y le gustaba charlar con Philip, pero había sido un día muy largo y quería abrazar a Erin antes de irse a la cama. Pensó por un momento en contarle a Philip que tenía una hija, pero no quería empezar otra conversación.

      Philip la sorprendió cuando empezó a limpiar el escritorio.

      –Puedo hacerlo yo –dijo ella, levantándose.

      –No. Apaga el ordenador y recoge tus cosas. Es hora de que la chica del cumpleaños abra la galleta de la fortuna y se vaya a casa –dijo, ofreciéndole la proverbial galleta china. Madalyn obedeció y, cuando leyó lo que estaba escrito en el papel, no pudo evitar una carcajada–. Vamos, no me tengas en suspense.

      –Dice: Conseguirás un nuevo trabajo.

      –¿En serio? El mío dice: Conseguirás un aumento de sueldo.

      Madalyn lo miró, sin dejar de sonreír.

      –¿El jefe puede aumentarse el sueldo?

      –Ni idea. Pero pienso llevar este papel al próximo consejo de administración.

      Unos minutos después, el escritorio estaba limpio y el ordenador apagado. Philip había sido tan amable con ella durante toda la tarde que no la sorprendió cuando él, con toda naturalidad, dijo que iba a acompañarla al garaje.

      Pero lo único en lo que Madalyn podía pensar mientras él abría la puerta de su coche era en lo cerca que estaban y en lo firmes que parecían los labios de Philip. Durante una fracción de segundo, creyó notar que él se inclinaba hacia ella y lanzó un gemido ahogado. Le hubiera gustado besarlo, le hubiera gustado saber si aquel hombre era todo lo que su imaginación prometía…

      Pero aquello no era real. No podía ser real. Los dos se apartaron al mismo tiempo. Madalyn se había puesto colorada y miraba hacia otra parte. Quizá estaba más cansada de lo que creía…

      Deseando que se la tragara la tierra, entró en el coche y se ajustó el cinturón de seguridad.

      –Buenas noches, Madalyn –dijo él, cerrando la portezuela–. Mañana puedes venir tarde a trabajar. Te lo mereces.

      Madalyn hubiera deseado saber qué estaba pensando. Más aún, hubiera deseado poder esconder sus sentimientos y sus pensamientos tan bien como lo hacía él. Se daba cuenta de que no podía disimular su rubor.

      –Buenas noches. Y gracias por la cena.

      Philip esperó a que ella saliera del garaje antes de volver al ascensor.

      ¿Qué le estaba pasando?, se preguntaba. No sólo había pedido comida china para cenar con su secretaria, algo que jamás había hecho antes; además le había contado cosas a Madalyn que nunca le había contado a un extraño. Pero ella le había preguntado y las respuestas habían salido de su boca como si no pudiera evitarlas.

      Tenía que apartarse de aquella mujer en lo que se refería a conversaciones personales. Si Madalyn Wier podía hacer que hablara tan libremente sobre su infancia, también podría conseguir el número de sus cuentas en Suiza.

      Y su comportamiento en el garaje… Deberían ponerle una camisa de fuerza, pensaba. Pero ella estaba tan cerca que el aroma de su perfume le había hecho olvidar quién era. Lo único que pensaba en aquel momento era que deseaba besarla, saborearla, comprobar si era tan perfecta como parecía.

      Afortunadamente, algo le había hecho retroceder. Y tenía que asegurarse de que aquel incidente no se repitiera.

      No había esperado sentirse tan atraído por ella. Desde luego, nunca se había sentido atraído hacia la señora Montague y nunca la había invitado a cenar. El día de su cumpleaños solía darle un cheque y, de ese modo, los dos se sentían cómodos.

      Pero Madalyn lo había hecho pensar en sexo, un sexo ardiente, urgente… y todo ello una hora después de conocerla. Ella no había hecho nada para provocarlo. Ni un movimiento, ni una mirada, ni una sola de sus palabras había sido sugerente o inapropiada.

      Era algo primario lo que lo atraía de ella.

      «Oh, qué enmarañada red tejemos con nuestras vidas…», recordaba Philip una frase de Sir Walter Scott.

      De repente, no estaba tan seguro de que contratar a Madalyn Wier fuera una buena idea. Aunque no pudiera hacerse con Price Manufacturing, Philip decidió que Madalyn era un riesgo demasiado grande. Hacía que perdiera el control y él no podía permitírselo.

      Tenía muchas responsabilidades como para distraerse con una empleada y lo mejor sería contratar otra secretaria.

      No sin cierto remordimiento, decidió decírselo a la mañana siguiente.

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