Jamás te olvidé - Otra vez tú. Patricia Thayer

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Jamás te olvidé - Otra vez tú - Patricia Thayer Omnibus Jazmin

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no es culpa nuestra –dijo Tori.

      Todas las hermanas se enfrascaron en una discusión. Vance se llevó los dedos a la boca y sopló con fuerza. El silbido fue suficiente para hacerlas callar.

      –Yo no pedí este trabajo. Pero, ya que lo tengo, quiero hacer todo lo posible para conservar el rancho.

      –El rancho tiene problemas financieros. Problemas grandes –Ana las puso al tanto de todo.

      –No es solo dinero lo que queremos –dijo Vance–. Necesitamos ideas para hacer que el rancho tenga más ingresos e impedir que esto vuelva a ocurrir. ¿El Lazy S es lo bastante importante para tus hermanas como para que nos ayuden a salvarlo? –le preguntó a Ana–. ¿Podemos contar con vuestro apoyo?

      Vance dio media vuelta y salió del despacho. Tori suspiró.

      –Muy bien, chicas. Si no queréis hacerlo por nuestro padre, tengo otra idea.

      Ana miró a las mellizas y luego a Marissa.

      –Hagámoslo por nosotras. Demostrémosle a Colt Slater que sus hijas pueden llevar el rancho.

      Capítulo 4

      TRES horas más tarde, Ana se despidió de sus hermanas y dejó las oficinas de Slater Style en compañía de Vance. Era una pena no haber podido convencerlas para que la acompañaran a casa.

      –Adelante. Dime que lo he hecho muy mal –dijo él mientras conducía, rumbo al hotel del aeropuerto.

      –No. No digo nada. Tus hermanas tendrán que decidir solas si quieren venir a casa o no –se detuvo en un semáforo y la miró a los ojos–. Entiendo cómo se sienten. He visto cómo os ha tratado Colt durante años.

      –Pero nunca hiciste nada.

      –No puedo decir que me gustara, pero yo también era un niño. Me gustaba tener un techo sobre mi cabeza, y comida en el estómago.

      Ana recordó aquella noche… Vance se había presentado a la hora de la cena. No era más que un adolescente escuálido y desafiante. Al principio le había dado pena. Su padre le pegaba cuando estaba borracho.

      Vance se detuvo frente al hotel. El aparcacoches se les acercó y le abrió la puerta.

      –Buenas noche, señora.

      Ana bajó del vehículo y le dio las gracias. Mientras tanto, Vance sacó las maletas. Un botones le ayudó a llevarlas. Llegaron al mostrador de recepción. Una preciosa rubia les recibió. Llevaba el nombre escrito en una etiqueta. Jessica… Al ver a Vance sonrió. ¿Por qué no iba a hacerlo? Era un hombre apuesto. Él dejó el sombrero sobre el mostrador.

      –Hola. Necesitamos dos habitaciones para esta noche.

      –¿Tienen reserva?

      –Lo siento, pero no tenemos. Ha sido un viaje imprevisto.

      La recepcionista frunció el ceño y empezó a buscar en la pantalla del ordenador.

      –Estamos completos esta noche.

      Sin dejar de mirarla, Vance se le acercó.

      –Seguro que puedes encontrar algo.

      Jessica suspiró y continuó con la búsqueda.

      –Oh, bien. Sí que tenemos una suite de una habitación.

      –Nos la quedamos –dijo antes de que Ana pudiera objetar algo. Sacó la tarjeta de crédito.

      Unos minutos después, ya estaban en el ascensor. Vance contuvo el aliento cuando salieron a la planta correspondiente. Resultaba raro que Ana no se hubiera quejado por tener que compartir la habitación, aunque tampoco le había dado elección. Encontraron la suite rápidamente. La estancia era muy espaciosa. Había un sofá, que sin duda sería su cama. Pasó a la siguiente habitación.

      –Tú quédate con la cama. Yo dormiré aquí fuera.

      Ella sacudió la cabeza.

      –Eres demasiado alto para el sofá. Quédate tú la cama.

      Vance no quería pelearse por la cama.

      –¿De verdad crees que vas a ganar esta discusión?

      –Muy bien. Duerme donde quieras.

      Vance fue hacia el teléfono y apretó el botón del servicio de habitaciones.

      –¿Qué quieres comer?

      –Me da igual –Ana empujó su maleta hasta la habitación y cerró la puerta.

      –Va a ser una noche larga –dijo, y entonces habló por el teléfono–. Quisiera pedir dos filetes, poco hechos, con patatas asadas y ensalada verde.

      Le dijeron que tardarían treinta minutos.

      Algo ansioso, Vance fue hacia el minibar. Renunció a los botellines de cerveza a favor de un refresco. Lo abrió y fue hacia la ventana. Retiró las cortinas. Al otro lado se extendía el mar de luces que era la ciudad de Los Ángeles. De repente echó de menos el aislamiento del rancho. Allí no había luces, sino estrellas en el cielo.

      Se dio la vuelta y allí estaba Ana, al otro lado de la habitación. Todavía llevaba sus pantalones negros y la blusa estampada, pero estaba descalza.

      –Parece que hemos terminado en una situación de lo más peculiar. Hace muchos años que no pasábamos tiempo juntos. Entiendo que sientas que somos dos extraños.

      Ella luchó por esconder una sonrisa.

      –Sí. Eres el hermano que nunca quise.

      –¿Era por eso que me odiabas?

      Ella frunció el ceño.

      –«Odiar» es una palabra muy fuerte. Pero sí estaba enfadada contigo, por la atención que papá te daba.

      –Ojalá hubiera podido ayudar con eso.

      Ana sacudió la cabeza.

      –Nadie se cruza en el camino de Colt Slater.

      No era cierto. Vance se había cruzado en una ocasión, cuando se había acercado a su hija. Ana había sido la única tentación que había tenido, aquel día en el granero, cuando la había besado…

      Ahuyentó los recuerdos.

      –Ojalá hubiera podido ayudar.

      Alguien llamó a la puerta.

      –Sí que han sido rápidos.

      Vance abrió la puerta. Esperaba al servicio de habitaciones, pero era un botones con un cubo lleno de hielo, una botella de vino y dos copas.

      –Señor Rivers, cortesía de la casa.

      Vance

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