Jamás te olvidé - Otra vez tú. Patricia Thayer
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Un hombre joven con una bata de médico entró en la habitación. Le sonrió.
–Bueno, Colt, parece que hoy estás teniendo mucho éxito con las chicas.
El joven sonrió de oreja a oreja. Le ofreció la mano a Ana.
–Hola, soy Jay, el terapeuta de Colt.
Ana le estrechó la mano.
–Ana Slater. Soy la hija de Colt.
Jay miró a Colt.
–No me habías dicho que tenías una hija tan guapa.
Ana apartó la mano.
–¿Mi padre ha tenido ya alguna sesión de terapia?
–Sí –dijo Jay–. Y lo hizo muy bien.
Vance estaba de pie al otro lado de la habitación, observando al terapeuta. Nunca le había gustado esa clase de hombre; esos que sonreían todo el tiempo cuando había una mujer delante. Fue hacia Colt y se sentó a su lado.
–Me alegro de ver que te has levantado de la cama –dijo, mirando a Ana y después al terapeuta–. Sé que esto ha sido difícil para ti, Colt, pero quiero que sepas que me estoy ocupando de todo en el rancho. Yo estaré al frente de todo hasta que vuelvas a casa.
Colt no dijo nada. Vance decidió utilizar otra táctica.
–Ana y yo acabamos de volver de Los Ángeles. Fuimos a ver a Tori y a Josie.
Colt le lanzó una mirada y emitió un sonido indefinido.
–Muy bien, Colt. Ana está tratando de traerlas a casa.
Otro gruñido.
–No hay elección. Necesitamos que nos ayuden con el rancho. Vamos. Son tu familia. Y tienes mucha suerte de tenerlas –Vance se puso en pie y volvió junto a la puerta.
Colt Slater era un hombre muy testarudo.
Más frustrado que nunca, Colt quería llamar a Vance para que volviera, pero le era imposible articular palabra. No podía dejar que sus hijas fueran a Montana. Estaban mucho mejor sin él. Estaban mejor sin un viejo cascarrabias que no era capaz de superar el abandono de la mujer que amaba.
Todo había sido así desde aquel día triste. Él no sabía cómo criarlas y, cada vez que las miraba, la veía a ella. Jamás había superado la traición de Luisa.
Cerró los ojos y deseó por enésima vez haber hecho algo para cambiar el pasado. Ojalá hubiera podido hacer que su mujer se quedara, al menos, por el bien de sus hijas… Se arrepentía de muchas cosas, pero lo peor había sido ver sufrir a sus hijas porque no era capaz de lidiar con su propio fracaso. Miró esa mano inútil que no le respondía. Ya era demasiado tarde. El rancho ya no le importaba, pero no soportaba ver el dolor en los ojos de sus hijas. Ya les había causado bastante sufrimiento. Lo mejor para ellas era olvidarse de él para siempre.
A la mañana siguiente, Ana se levantó pronto y fue al pueblo. Necesitaba algo de ropa para una estancia larga en el rancho. Pasó por su apartamento y se llevó todos sus vaqueros y botas. De repente sentía una extraña alegría al volver a vivir en el Lazy S. Podría montar a caballo todos los días, y no solo cuando tuviera tiempo o cuando supiera que su padre no iba a estar por allí.
Después de cerrar con llave la puerta de su pequeño apartamento de una habitación, Ana metió las maletas en su utilitario. Tenía dos meses de vacaciones y podía tomarse más tiempo si era necesario, pero su sueldo quizás fuera imprescindible, si las cosas no salían bien en el rancho. Además, había facturas médicas que pagar.
Ahuyentó esos pensamientos y entró en el coche. Recorrió el pueblo de un lado a otro, pasando por Main Street. Los comercios eran los mismos de siempre. Los edificios de los años veinte albergaban negocios como el Big Sky Grill, una tienda de ropa, la boutique de Missy y una tienda de antigüedades, Treasured Gems. En la esquina estaba la fachada de ladrillos que tan familiar le resultaba.
Clarkson’s Trading Post and Outfitter, leyó.
Era el negocio de la familia de su mejor amiga, Sarah Clarkson. Se conocían desde la escuela infantil. Sarah era la tercera generación que se quedaba trabajando en el negocio familiar.
Ana aparcó delante y bajó del vehículo. Quería darle las gracias a la familia de su amiga por las flores que le habían mandado a Colt. Entró en la tienda. A su alrededor había muchos percheros de ropa y las paredes estaban llenas de aparejos de pesca y equipos de caza. El establecimiento estaba lleno de clientes. La temporada de pesca con mosca estaba en su punto más álgido.
Miró a su alrededor y vio a Hank y a Beth Clarkson detrás del mostrador. Sarah acababa de salir del almacén. La acompañaba uno de los guías con licencia que trabajaban en la tienda, Buck Patton.
Sarah sonrió al verla. Levantó una mano y le pidió que esperara un poco. Se volvió hacia el grupo que estaba con Buck y le dio instrucciones.
–Oh, me alegro tanto de verte –dijo tras haberse despedido del grupo–. ¿Tu padre está bien? Fuimos al hospital, pero no pudimos ver a Colt.
Ana asintió.
–Está mucho mejor. Ya ha empezado con la terapia. Quería decirte que me voy a quedar en el rancho todo el verano.
La pelirroja parpadeó, sorprendida.
–¿Por qué? ¿Ya le dan el alta a tu padre?
Ana sacudió la cabeza.
–No, pero tengo que ayudar. Papá va a tardar un poco en recuperarse, y como no puede ocuparse del rancho ahora mismo, me han nombrado albacea.
–Eso me sorprende. Colt Slater dándoles algo a sus hijas, aunque sea una responsabilidad… Me sorprende mucho.
–Bueno, no voy a hacerlo sola. El otro albacea es Vance.
–Bueno, ¿por qué no me sorprende? ¿Entonces vas a portarte bien con él?
–Voy a estar demasiado ocupada pensando en cómo llevar el Lazy S. No voy a tener tiempo para nada más. Tenemos rodeo dentro de unas semanas.
Sarah la miró fijamente, pero no tuvo tiempo de hacer ningún comentario. Sus padres aparecieron en ese momento. Le dieron un abrazo a Ana. Cuando era niña, Ana quería que fueran sus padres también.
–¿Cómo está tu padre, Ana?
–Mucho mejor, gracias. Pero la rehabilitación va a ser larga.
–Si hay alguien que puede conseguirlo, ese es Colt. Es demasiado testarudo como para no poder con esto.
–Sí lo es.
–A mí no tienes que decírmelo. Llevo años intentando que deje entrar a mis guías en el rancho –sacudió la cabeza–. En la zona norte hay un sitio con muy buena pesca, muy desaprovechado.
–¿Querías