Crimen y castigo. Fiódor Dostoyevski
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Y los pequeños, con mucha hambre...
Catalina Ivanovna va y viene por el cuarto, retorciéndose las manos, las mejillas cubiertas de manchas escarlata, como es característico de la enfermedad que sufre. Dice:
—Comes, bebes, estás bien abrigado en esta casa, y lo único que haces es holgazanear.
Y yo le digo: ¿qué podía beber ni comer, cuando incluso los pequeños llevaban más de tres días sin probar nada? En ese instante, yo me encontraba tendido en la cama y totalmente borracho, no me importa decirlo. Pude escuchar una de las respuestas que mi hija (voz dulce, rubia, tímida, delgada, rostro pálido) daba a Catalina.
—Catalina Ivanovna, yo no puedo hacer eso.
Debe saber que Daría Frantzevna, una mujer malvada a la que la policía conoce a la perfección, había venido tres veces a hacerle propuestas a través de la dueña de la casa.
—Yo no puedo hacer eso —repitió Catalina Ivanovna, remedándola—. ¡Vaya joya para que la guardes tan cuidadosamente!
Pero, señor, no la acuse. No notaba el alcance de sus palabras. Estaba enferma, perturbada. Escuchaba los gritos de los pequeños con hambre y, además, quería martirizar a Sonia, no incitarla... Catalina Ivanovna es así. Cuando escucha llorar a los pequeños, aunque sea de hambre, se irrita y los golpea.
Eran casi las cinco cuando, de repente, miré que Sonetchka se ponía de pie, se colocaba un pañuelo en la cabeza, tomaba un chal y abandonaba el cuarto. Cuando volvió eran más de las ocho. Entró, caminó directamente hacia Catalina Ivanovna y, sin mover los labios, colocó frente a ella, en la mesa, treinta rublos. No dijo ni una sola palabra, ¿sabe usted?, no vio a nadie; solamente cogió nuestro enorme chal de paño verde (poseemos un inmenso chal de paño verde que es de todos), se cubrió con él la cabeza y la cara y se acostó en la cama, con el rostro hacia la pared. Sus frágiles hombros y todo su cuerpo eran recorridos por leves temblores... Y yo continuaba acostado, borracho todavía. De repente, muchacho, de repente vi que Catalina Ivanovna, también callada, se aproximaba a la cama de Sonetchka. Le abrazó los pies, los besó, y de esa manera pasó toda la noche, sin querer ponerse de pie. Finalmente se quedaron dormidas, las dos, las dos se durmieron enlazadas, juntas... Ahí tiene usted... Y yo... yo estaba ebrio.
Marmeladof se interrumpió como si le faltara la voz. Después de una pausa, llenó el vaso rápidamente, lo vació y prosiguió su narración.
—Señor, a partir de ese momento, a causa del desdichado hecho que le acabo de contar, y como consecuencia de una denuncia que provenía de personas malignas y ruines (Daría Frantzevna tomó parte activa en ello, ya que dice que le hemos mentido), desde ese instante, mi hija Sonia Simonovna está en el registro de la policía y se ha visto forzada a abandonarnos. Amalia Feodorovna, la dueña de la casa, no hubiera soportado su presencia, ya que ayudaba a Daría Frantzevna en sus artimañas. Y en lo que respecta al señor Lebeziatnikof..., pues... solamente le diré que su problema con Catalina Ivanovna fue por causa de Sonia. Inicialmente no dejaba de perseguir a Sonetchka. Luego, de pronto, su amor propio herido salió a relucir. “Un hombre de mi nivel y condición no puede habitar bajo el mismo techo que una mujer de esa clase”. Entonces, Catalina Ivanovna defendió a Sonia, y todo terminó como ya usted sabe. Sonia ahora acostumbra venir a visitarnos al atardecer y trae un poco de dinero a Catalina Ivanovna. En casa del sastre Kapernaumof tiene alquilado un cuarto. Este hombre es tartamudo y cojo, y toda su familia, muy numerosa por cierto, tartamudea... Su esposa es igual de tartamuda que él. Todos los miembros de la familia viven hacinados en un cuarto, y el de Sonia está separado de este solamente por un tabique... ¡Personas tartamudas y miserables! Me pongo de pie una mañana, me coloco mis andrajos, alzo los brazos al firmamento y voy a hacerle una visita a su excelencia Iván Afanassievitch. ¿Usted conoce a su excelencia Iván Afanassievitch? ¿No? Entonces usted no conoce al santo más santo de todos. Es una vela, una vela que se funde ante la imagen de Dios... Después de oír mi historia, desde el inicio hasta el final, sus ojos estaban llenos de lágrimas.
—Bien, Marmeladof —me dijo—. Una vez defraudaste las esperanzas que deposité en ti. Te tomaré nuevamente bajo mi protección.
Exactamente estas fueron sus palabras.
—Trata