Aquellos sueños olvidados. Amy Frazier
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–¿Es un ranchero de verdad?
–Oh, sí que lo es. Tiene un rancho de caballos. Por lo que tengo entendido, es bastante grande.
Neesa extendió su antena profesional, pero trató de no parecer muy interesada, ya que seguramente Claire malinterpretaría su atención por ese vaquero atractivo.
–Bueno, no encaja mucho en el papel de niñera –dijo.
–No, la verdad. ¿Has visto cómo le quedan esos vaqueros?
Lo cierto era que ella solo se había fijado en su mirada, intensa y con un destello de arrogancia. No, no arrogancia. Algo más sutil, más intrincado. A no ser que se confundiera mucho, ese hombre debía ser un tipo solitario. Alguien tan seguro de la distancia que había entre él y los demás que no lo afectaría nada mirar en el alma de una mujer.
Se estremeció. No le gustaba que le examinaran el alma.
Se acarició instintivamente el dedo anular de la mano izquierda. ¿Por qué después de un año todavía le dolía que hubiera desaparecido su alianza?
–¿Tenemos prisa? –le preguntó Claire al ver a la velocidad a la que iban.
–La verdad es que sí. Necesito cada minuto que pueda tener hoy. A no ser que encuentre un patrocinador, y pronto, para mi idea de Niños y Animales, mi supervisor me va a hacer que la abandone. El problema es que tengo que encontrar ese patrocinador en mi tiempo libre. Entre las citas con los clientes y el papeleo.
–Pero esa idea es maravillosa. Muchos niños se pueden beneficiar de ella.
–Ya lo sé. Pero si no puedo encontrar un patrocinador, ni siquiera podré hacer despegar el programa piloto. Y, hasta que pueda hacer eso, mi idea no dejará de ser una fantasía.
No había muchas fantasías en la vida de los niños con los que Neesa trabajaba diariamente. Ni tampoco tenía muchas necesidades de la vida cubiertas. Ella trabajaba para un grupo privado que ayudaba a las agencias estatales a encontrar casas para niños difíciles de colocar en otros sitios. Niños con problemas físicos y que no tendrían nunca un hogar si ella no se lo encontraba y trataba de encontrar apoyos financieros para ayudarlos.
Había planeado su idea de Niños y Animales como un programa de apoyo para los niños muy difíciles de colocar.
–¡Me sorprende que no hayas pensado ya en esto! –exclamó Claire.
–¿En qué?
–En nuestro vecino temporal. En el ranchero Hank Whittaker.
–¿Qué pasa con él?
–Rancho. Animales. Niños. ¿Eh?
–¿Pero cómo acercarme a él? No lo conozco de nada y ni siquiera es vecino nuestro. No me puedo acercar a él y pedirle semejante cosa así como así.
–Usa la imaginación. ¿No es para eso para lo que te paga tu agencia? Por ejemplo, la piscina se abre mañana y los niños de los Russell son medio peces. Te pones el bañador y, si juegas bien tus cartas, tendrás todo el fin de semana para conocer a ese Gary Cooper y convencerlo para que patrocine tu idea. Su rancho sería el lugar perfecto.
Neesa ya lo había pensado, pero una sensación incómoda la hacía dudar antes de actuar. Pero nunca se había echado atrás en un reto laboral. Nunca había dudado en acercarse a quien fuera que pudiera ser de ayuda para sus niños necesitados. Lo que la contenía era esa larga mirada que había recibido hacía solo unos minutos. Algo le decía que si se relacionaba con Hank Whittaker, aunque solo fuera profesionalmente, podría estar consiguiendo mucho más de lo que quería.
Ese vecindario de las afueras era como otro planeta para él. Todo le resultaba demasiado irreal.
Cuando logró escapar de la horda de madres de la parada de autobús, Hank Whittaker se alejó hacia la casa de su primo Evan Russell. Había tenido un duro día de trabajo antes de ir a recoger a Casey y Chris, los hijos de su primo.
Pero solo se podía concentrar en la imagen de la hermosa mujer de ojos azules que había visto en ese deportivo rojo. Se había sentido atraído instantáneamente por ella.
Vaya tontería.
Él no creía en eso del amor a primera vista, por mucho que sus padres le hubieran dicho que a ellos les había pasado.
Agitó la cabeza y se metió en la furgoneta que tenía aparcada delante de la casa.
Cuentos de hadas.
Él sabía por experiencia que muchas relaciones terminaban dolorosamente.
El mal humor de que estaba no tenía nada que ver con lo que tenía que hacer ese fin de semana. Le encantaba estar con los hijos de su primo, eran parte de su familia y a él nunca le importó hacerles un favor, sobre todo si eso servía para que Evan y Cilla pudieran arreglar su matrimonio. Pero eso de vivir en un sitio donde los vecinos saben todos tus movimientos lo ponía nervioso. Le gustaba su intimidad. Incluso su propio rancho, bastante grande, le parecía demasiado pequeño a veces. Tal vez tendría que ser el hermano Whittaker que se mudara y se fuera al Oeste a comprarse un rancho grande de verdad.
El viejo Oeste. La fuente de las historias de su padre. La fuente de las fantasías magníficas de infancia de los niños de la familia Whittaker.
A unos veinte kilómetros de camino, Hank metió la furgoneta en una pista de tierra y poco después pasó bajo un arco rústico donde ponía Whispering Pines. Su rancho. Su refugio de un mundo que cambiaba demasiado rápidamente.
Suspiró aliviado y se dirigió a lo que era su hogar. A lo lejos se oían los relinchos de los caballos. Caballos adiestrados según las viejas tradiciones.
Sonrió. Su padre siempre había dicho que ser vaquero era un estado mental y él había llevado más allá ese concepto. Era casi imposible recrear un rancho del Oeste en esa zona. Pero si uno se cree que ser vaquero es un estado mental en constante evolución, cualquier cosa es posible.
Entonces apareció la casa, entre grandes árboles. A la derecha Tucker, su aprendiz, trabajaba con un enorme percherón gris en el paddock. A la izquierda, cerca del gallinero, Willy, su capataz, agitaba su sombrero y gritaba maldiciones tras un cerdo que se escapaba a toda velocidad hacia una colina.
Detuvo la furgoneta delante del establo y esperó un poco antes de salir. Compuso el rostro para no sonreír ya que a Willy no gustaba nada el que él no se tomara en serio sus peleas con los cerdos.
–¿Qué haces de vuelta? –dijo Willy cuando se acercó a su ventanilla.
–Oí que necesitabas ayuda con un cerdo.
Willy miró a Hank a la cara, por si le parecía divertido.
–Uno de estos días voy a hacer que Reba me cocine uno.
–No lo harás. Reba quiere mucho a ese cerdo y tú quieres a Reba.
Reba era el ama de llaves de Hank y el amor de siempre de Willy. Hank le guiñó un