Aquellos sueños olvidados. Amy Frazier

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Aquellos sueños olvidados - Amy Frazier Jazmín

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ella, pretendiendo ocupar la tumbona que estaba a su lado. Tal vez durante el resto de la tarde.

      De repente se le aceleró el pulso con su presencia.

      Llevaba los hermosos ojos azules tapados por unas gafas de sol, pero sus demás atributos, tapados solo por un corto top de seda, eran muy evidentes. Se dio cuenta por primera vez de que no llevaba alianza y eso hizo que se le secara la boca.

      Se volvió a sentar y Neesa dejó en el suelo la bolsa de paja que llevaba en la mano y luego echó una toalla en la tumbona. Se quitó las sandalias y se sentó en el borde de la hamaca.

      –¡Bueno! –exclamó.

      A pesar de todo el equipo de piscina, a él no le pareció que fuera a menudo por allí.

      Los niños eligieron entonces ese momento para chapotear como locos y el agua fue a alcanzar la bolsa de ella. Los dos fueron a recogerla a la vez y sus manos se tocaron. Hank se sintió como un idiota cuando el corazón empezó a latirle desenfrenadamente.

      –Lo siento –dijeron los dos a la vez, retirando las manos.

      El agua se acercó más a la bolsa y, de nuevo, ambos fueron a recoger la bolsa al mismo tiempo.

      Esa vez Hank le agarró firmemente la mano y luego, con la que le quedaba libre, retiró la bolsa y sonrió.

      –Tenemos que dejar de encontrarnos de esta manera.

      Ella se ruborizó y Hank pensó que debía de ser por el calor.

      Para su sorpresa, se encontró con que seguía sujetándole la mano. Era una mano frágil y delicada. Su piel era cálida e increíblemente suave. Él nunca antes había entendido el que sus padres fueran siempre de la mano, pero ya sí.

      Podía seguir sujetándole la mano a Neesa hasta que los georgianos perdieran el acento. Tanto le gustaba.

      Ella miró sus manos unidas y se aclaró la garganta y él la soltó de mala gana.

      Deseó que no llevara esas gafas de sol, los ojos reflejan mucho de lo que siente una persona y, mientras ella las llevara puestas, se sentía en desventaja.

      Con movimientos bruscos, ella abrió la cremallera del bolso y sacó de él un ordenador portátil.

      –¿Perdona? –dijo él desconcertado.

      Ese aparato parecía completamente fuera de lugar allí.

      Ella se encogió de hombros.

      –He pensado que podía salir y tomar un poco el aire. Pero estaba en medio de una cosa.

      –¿Negocios o placer?

      –Negocios. Pero es algo que, cuando lo consigo, me produce placer.

      Hank se sintió intrigado.

      –Estoy creando páginas web para nuestros niños difíciles de colocar.

      –¡Vaya! me lo vas a tener que explicar mejor.

      Ella se quitó las gafas de sol lentamente y lo miró fijamente.

      –¿De verdad que quieres saber de qué se trata?

      –Me gustaría saber sobre los niños.

      –Yo trabajo para una agencia privada llamada Georgia Waiting Children. Niños a la Espera de Georgia. Ayudamos a las agencias gubernamentales a encontrar casas adoptivas para niños con necesidades especiales.

      –¿Necesidades especiales?

      –No son los niños saludables que se asocian normalmente con las adopciones. Esos niños son mayores y pueden tener problemas mentales o físicos. O pueden ser hermanos y hermanas que quieren permanecer juntos.

      –¿Y qué es lo que haces tú?

      –Soy una creativa –dijo ella bajando la mirada modestamente–. Yo pienso en programas de apoyo para los niños que nunca dejarán el cuidado del estado. Programas como… Bueno, trato de pensar en formas nuevas de hacer que esos niños que necesitan familias sean visibles para el público.

      –¿Cómo? –le preguntó él cada vez más intrigado y atraído por ella.

      –Tienes que usar de todas las herramientas que tengas a tu disposición. Y últimamente he estado creando páginas web en Internet.

      Hank agitó la cabeza.

      –Ya sé que soy de otra época, ¿pero Internet?

      Para él los ordenadores eran los juegos que tenían los Russell y la cosa esa que usaba para llevar la contabilidad del rancho. Punto.

      –Es natural –continuó ella–. Cualquiera que tenga acceso a un ordenador y una conexión a Internet puede saber acerca de esos niños por medio de las fotos y descripciones.

      –Pero eso no es como ir de compras a una tienda. Son niños vivos –dijo él genuinamente preocupado.

      Esperaba que ella los viera igual que él, no como cualquier otro producto.

      –Créeme, no hacemos esto como si lo fuera. Muy a menudo, este es el último recurso para encontrar buenas casas. Después de que hayamos explorado todas las demás opciones. Nuestra motivación es la creencia de que todos los niños se merecen un hogar donde sean queridos.

      –Has dicho que algunos de los niños tienen necesidades especiales.

      –Sí. Y el navegante de la Red que sea más que un simple curioso, puede encontrar en ella los perfiles de los niños. Pueden conocer sus problemas o situaciones especiales. Le proporcionamos unas referencias muy extensas. Por supuesto, las identidades reales de los niños están bien protegidas. Los posibles padres han de pasar por nuestra agencia o por la gubernamental antes de conocer al niño en cuestión. Nuestra principal preocupación es siempre el bienestar de los niños.

      Maldición. Resultaba que la delicada y encantadora chica que tenía al lado estaba hecha de una pasta mucho más fuerte de lo que se había imaginado. Y vaya una coincidencia, ella hacía con los niños lo que él hacía con su arca de Noé de animales. La naturaleza comprometida de ella hacía que le resultara más difícil todavía luchar contra la atracción que sentía. Ese fin de semana no estaba resultando en absoluto como se había imaginado.

      Neesa vio cómo a Hank le cambiaba el color de los ojos, de un color azul noche a un cobalto más cálido. Parecía genuinamente interesado en su trabajo. En los niños.

      Estaba interesado, sí. ¿Pero lo seguiría estando cuando supiera lo que le iba a pedir?

      –¿Y qué haces tú? –le preguntó alegremente, como si no lo supiera.

      Entonces una gran pelota de playa amarilla apareció de la nada y le cayó a ella en el regazo. Casey llegó corriendo, sin respiración.

      –¡Hank! Estamos jugando a una cosa y necesitamos a alguien muy grande para hacer de poste.

      Hank se rio.

      –¡Qué

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