Aquellos sueños olvidados. Amy Frazier

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Aquellos sueños olvidados - Amy Frazier Jazmín

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      –¿Lo harás?

      –¿Por favor?

      –Bueno, por favor.

      –Vale –dijo él y se levantó de la tumbona, dejó el sombrero en ella y tomó a Casey de la mano para seguirla luego hasta el final de la piscina.

      Neesa suspiró. ¿Le diría él alguna vez que tenía un rancho? Se sentía incómoda. A lo mejor, incluso, su información era equivocada y él ni siquiera era ranchero.

      Tal vez estaba allí arriesgándose a una insolación y, lo que era peor, a que sus hormonas la traicionaran, por un hombre atractivo que no le podía ofrecer nada profesionalmente y solo lo que ella no quería personalmente. Ni siquiera sabía si estaba casado. No le había visto una alianza, pero eso no significaba nada.

      Se puso de nuevo las gafas de sol y se tumbó en la hamaca.

      Tenía que admitir que ese tipo era irresistible. Se percató de que varias de las madres que había por allí, de repente, mostraban mucha más atención con sus hijos que estaban en el agua.

      Hank, con sus fuertes brazos y pecho amplio y bronceado que indicaba largas horas de trabajo al sol, era todo un espectáculo. Además, estaba mostrando una paciencia con los niños que Neesa no se podía creer.

      Cuando el interés de los críos en ese juego pareció esfumarse, él los ayudó a pensar en otro. Y luego en otro. Y otro.

      En medio de todos esos niños no parecía un vaquero solitario. En vez de eso, parecía un hombre destinado a tener una gran familia.

      Tal vez ya la tuviera.

      El corazón le dio un salto cuando pensó eso.

      –¡Neesa! –la llamó él entonces, sorprendiéndola–. Necesitamos otro jugador mayor.

      Miró en su dirección y declinó la oferta con un gesto de la cabeza. Los niños gritaron decepcionados.

      Hank se acercó a ella por el agua, apoyó los brazos cruzados en el borde de la piscina y la miró fijamente.

      –Por favor –dijo–. Hazlo por los niños.

      Ese hombre sabía las teclas que debía pulsar.

      –No creo que importe mucho el número de jugadores que haya en ese juego –dijo ella.

      –Bueno, técnicamente no –respondió él sonriendo–. Pero los niños quieren hacer de tiburones y perseguir ballenas realmente grandes. Así que me estaba sintiendo un poco superado por el número.

      A ella empezaron a fallarle las defensas.

      –Todo trabajo y nada de diversión… –añadió él.

      Sabía que, si se metía en el agua y empezaba a jugar con él y los niños, se estaba buscando problemas. Problemas emocionales. Y no se lo podía permitir.

      Mientras seguía tratando de resistirse, los niños con quienes había estado jugando él se agruparon a su lado y la miraban con cara triste.

      –Neesa –dijo Chris–. Siempre es más divertido cuando podemos atrapar a un adulto.

      Eso despertó su durmiente naturaleza competitiva.

      –¿Y quién dice que me podéis atrapar? –dijo riendo–. Yo nadaba en el equipo de mi instituto.

      Al final no fue ese reto lo que la hizo meterse al agua, sino darse cuenta de que había ido a la piscina para hacer un trabajo. Para conocer mejor a Hank Whittaker, para que, cuando él le hablara por fin de su rancho, ella se sintiera cómoda hablándole de su proyecto. Y no lo podría hacer si él seguía en el agua y ella fuera.

      –¡Muy bien! –dijo, se levantó y se quitó el top de seda.

      –¡Bien! –exclamaron los niños y salieron del agua.

      Hank permaneció dentro y Neesa lo miró suspicazmente.

      –Creía que necesitabas refuerzos. Me pareces bastante tiburón.

      –La chica es lista –dijo él guiñándole un ojo a los niños.

      –Y será mejor que seas rápida, Neesa –le dijo Casey–, si no Hank te atrapará enseguida.

      Neesa se estremeció.

      –¿Podemos empezar ya?

      –¡Sí! –gritaron los niños.

      –Cuando quieras –dijo Hank mirándola con cara siniestra.

      Luego se dirigió al centro de la piscina y empezó a nadar en círculos, sin dejar de mirar a su presa y tarareando la música de Tiburón.

      Los niños estaban muy agitados en el borde de la piscina.

      –¡Ya! –gritó alguien y una docena de cuerpos cayeron al agua.

      Neesa mantuvo a la masa de niños entre ella y Hank, se sumergió y salió sin esfuerzo al otro lado de la piscina. Cuando salió se dio cuenta de que Casey tenía razón. Hank había atrapado a media docena de niños, transformándolos a su vez en tiburones. Los demás nadaban frenéticamente de una escalera de la piscina a la otra.

      El agua ya estaba llena de depredadores.

      Divirtiéndose de verdad, Neesa sonreía de oreja a oreja.

      Por fin, solo quedaban otro niño y ella como víctimas, en lugar seguro.

      Hank reunió entonces a sus huestes a su alrededor y les dio unas indicaciones. Luego miró directamente a los ojos a Neesa y le dijo:

      –Eres mía.

      Vaya.

      Ella se tuvo que recordar a sí misma que aquello solo era un juego.

      El niño que quedaba sin ser capturado cedió a la presión y ya eran todos tiburones menos ella. Los niños se dirigieron luego al borde para ver el gran final, el gran tiburón contra la gran ballena.

      Cielo santo, iba a tener que atraparla. Que tocarla. Porque ella era la última ballena y las reglas decían que no solo la iba a tener que tocar, sino que la tenía que sujetar para que ella no pudiera alcanzar el otro lado de la piscina. A su zona de seguridad. El pensamiento de uno de esos fuertes brazos rodeándola ya la estaba poniendo nerviosa.

      Le resultaba cada vez más difícil pensar que solo estaba allí en misión profesional.

      Hank le sonrió desde el centro de la piscina. Era una auténtica sonrisa de tiburón, pensó ella.

      De repente se dio cuenta de que aquello había dejado de ser una diversión infantil.

      Oh, sí que prometía ser divertido, pero una diversión de adultos.

      Bueno, no se iba a dejar intimidar. Así que le sonrió y se sumergió.

      Sintió

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