Un baile de máscaras. Susannah Erwin
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–Ya casi estoy –dijo antes de colgar.
Aquello era ridículo. Estaba en San Francisco, no en Nueva York. Se dedicaba a conseguir fondos para una organización benéfica de ayuda a la infancia y no a realizar la planificación financiera de una firma boutique. Además, iba de invitada y ya no era el blanco de los celos de un compañero de trabajo que, además, había sido su novio. No tenía por qué temerle a nadie en aquella fiesta, ni siquiera a Grayson Monk.
Independientemente de su historia familiar.
Pisó con fuerza los escalones y, al acercarse a la puerta, entrevió el salón en el que se celebraba la fiesta y se le escapó un grito ahogado.
–Ya no estás en Kansas –se susurró a sí misma–. Esto sería increíble incluso en el mundo de Oz.
El edificio ya era impresionante, uno de los pocos que había sobrevivido al terremoto de 1906 y al incendio que había destruido casi todo San Francisco. El vestíbulo de entrada era muy grande, rectangular, interrumpido en el centro por un atrio que permitía a los recién llegados mirar hacia los locales comerciales que había debajo. Los techos, muy altos, estaban salpicados de luces. Los enormes ventanales, con forma de media luna, estaban cubiertos por un enrejado que hacía pensar en hileras de estrellas. Sobre el suelo de mosaico habían colocado mesas de cóctel con manteles de alegres colores, lo mismo que los disfraces de los invitados que charlaban y reían a su alrededor. Al fondo había un escenario con un podio y varios instrumentos musicales y, justo delante, espacio libre para bailar durante la fiesta, cuyo tema era «Venecia junto a la bahía».
Yoselin la saludó desde la mesa de bienvenida, con los ojos brillantes tras la máscara negra decorada con una calavera sobre dos tibias cruzadas.
–Por fin. Estaba empezando a pensar que se te habían quedado los zapatos pegados a las escaleras. Los discursos están a punto de empezar, ya te iré diciendo quién es quién.
La mujer que había sentada detrás de la mesa le sonrió.
–Bienvenidas al Carnaval junto a la bahía. ¿Me pueden decir sus nombres?
–Nos ha invitado Octavia Allen –respondió Yoselin, nombrando a uno de los miembros de la dirección de Create4All, donde trabajaban tanto Nelle como ella.
Había sido Octavia la que había decidido que ambas asistiesen a la gala para intentar conseguir más fondos para su organización. Yoselin, que era la directora ejecutiva, ayudaría a la señora Allen a convencer a sus donantes de que aumentasen las ayudas mientras que Nelle, que era la nueva directora de desarrollo, tenía la tarea de conseguir donaciones importantes de personas que, hasta entonces, se le habían resistido a Octavia Allen.
–La señora Allen ya está aquí –comentó la otra mujer sonriendo todavía más–. Ustedes estarán en su mesa, la número diecisiete, en primera fila, delante del escenario.
Luego miró solo a Nelle.
–¿Ha traído máscara?
Nelle levantó la mano. Los niños que iban a clases de arte en Create4All habían decorado cada milímetro de la máscara blanca que ella había comprado en una tienda de manualidades con lentejuelas plateadas, cristales opalescentes y perlas, creando una pieza inspirada en el mar que tenía de exuberancia lo que faltaba de sofisticación.
–Qué… original –comentó la mujer–. No olviden que hay que llevar las máscaras puestas hasta que termine la fiesta, a medianoche.
–A esa hora volveremos a convertirnos en las cenicientas de todos los días –le dijo Nelle a Yoselin.
Su amiga se echó a reír.
–Vamos a buscar a Octavia y una copa. No necesariamente en ese orden.
Nelle se puso la máscara, respiró hondo y siguió a su amiga fiesta adentro.
Grayson Monk esperó entre bastidores, junto al escenario, y escuchó los sonidos procedentes del otro lado de las cortinas de terciopelo. Al parecer, la gala iba bien. La comida era de primera categoría, había sido preparada por un reconocido chef. El vino y el champán eran excelentes. Los invitados estaban deslumbrantes, las conversaciones eran brillantes y abundaban las sonrisas. En resumen, aquello era lo que había esperado de un evento organizado por la Peninsula Society. Lo habitual.
Aunque también había algo distinto y no sabía el qué.
Tardó un minuto en darse cuenta de que la diferencia estaba en él.
En el pasado, había visto aquella gala anual como el precio a pagar por hacer negocios en Silicon Valley, pero eso iba a cambiar esa noche.
–Señores y señoras, nuestro filántropo del año, ¡Grayson Monk!
Los aplausos inundaron la sala y un joven con auriculares le hizo un gesto para que hiciese su entrada.
Grayson subió al escenario y le dio la mano al presidente de la Peninsula Society, que también era quien había organizado la celebración. Después, se giró hacia la multitud, dio las gracias a la organización por aquella maravillosa velada, respiró hondo y se dispuso a exponer el motivo por el que había accedido a aceptar aquel premio.
El discurso.
–Como algunos sabéis, he estado quince años al frente de Monk Partners. Estamos orgullosos de haber ayudado a las principales y más audaces empresas de la construcción. Algunas de las principales compañías tecnológicas han conseguido el capital que necesitaban gracias a nosotros. Como, por ejemplo, Medevco, que bajo la dirección de Luke Dallas y Evan Fletcher ha cambiado la industria de la tecnología médica para siempre. Y es todo un honor poder hacer algo por la comunidad que tenemos el privilegio de considerar nuestro hogar.
Tragó saliva. De momento, solo había dicho lo mismo que tantas otras veces. Sin embargo, la siguiente parte del discurso…
–Pero todo lo bueno se acaba. Así que, con el permiso de la Peninsula Society, quiero aprovechar esta oportunidad para anunciar que voy a dejar las riendas de Monk Partners.
Hubo expresiones de asombro y Grayson levantó amabas manos y sonrió.
–No os preocupéis, Monk Partners seguirá estando en tan buenas manos como antes. Philip Adebayo ocupará mi lugar y el resto del equipo seguirá siendo el mismo. El compromiso será el mismo, la cartera de clientes y los socios, también. Solo es posible que cambien el nombre.
Aquello hizo reír a algunas personas, no a muchas, pero a algunas. Grayson se relajó. Lo peor ya había pasado. Solo le quedaba lidiar con las repercusiones.
–Sé que todos queréis volver a la fiesta, así que voy a terminar aquí. Si tenéis alguna pregunta, mañana por la mañana habrá una persona en mi despacho respondiendo a las llamadas…
–¿Y qué vas a hacer ahora? –le preguntó alguien desde el fondo de la sala.
Grayson se hizo sombra con la mano e intentó buscar con la mirada, pero, aunque hubiese sido capaz de averiguar quién le había hecho la pregunta, las máscaras le habrían puesto difícil que lo reconociese.
–Veo que hay quien no puede esperar a mañana –bromeó–. Como