Un baile de máscaras. Susannah Erwin
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–Zumo de arándano y soda, por favor –le pidió al camarero cuando consiguió captar su atención.
El vodka de la copa anterior la había aturdido.
–Aquí tiene –le respondió este poco después.
Nelle fue a tomar la copa y sintió un fuerte codazo en el costado que le hizo inclinarse sobre la barra y empujar la copa en dirección a un invitado que estaba a sus espaldas. Este iba vestido con un traje blanco y se encontraba ajeno al desastre que se le avecinaba. Nelle abrió la boca para avisarlo.
Él se giró, evaluó la situación en un momento y agarró la copa al vuelo, sin que se derramase ni una sola gota.
Luego miró a izquierda y derecha y al ver a Nelle observándolo boquiabierta, sonrió.
–¿Es suya? –le preguntó.
Era muy alto. Y, a pesar del amplio disfraz, era evidente que tenía los hombros anchos. Nelle solía ser cauta con los hombres que eran físicamente imponentes, pero había algo en aquel, tal vez en sus ojos oscuros, en su sonrisa de medio lado, que hizo que bajase la guardia y le devolviese la sonrisa.
–Culpable –admitió–. Ha estado muy rápido.
–Bueno, hoy he conseguido evitar un desastre de dos, espero que no haya dos sin tres.
Le ofreció la copa con cuidado, asegurándose de no soltarla hasta que Nelle la tuvo agarrada. Sus dedos se rozaron solo un instante, pero fue suficiente para que Nelle sintiese un escalofrío.
–No es la primera copa que me tiran encima hoy –añadió él.
Seis meses antes, Nelle se habría limitado a sonreír educadamente y a marcharse, segura de su aburrida, pero estable relación. No obstante, la señora Allen le había dicho que se mezclase con el resto de invitados. Y, a pesar de que la Janelle de antes nunca coqueteaba, decidió en ese momento que Nelle, sí. Arqueó una ceja y se inclinó ligeramente hacia él.
–Vaya. Tengo que decir que, en mi caso, ha sido un accidente. No pretendía tirarle la copa encima. ¿Por qué le han tirado la anterior?
–Porque he intentado salvar un teléfono en apuros.
–¿Y el teléfono le ha tirado una copa encima a cambio? La verdad es que ya hay aplicaciones para todo.
Él se echó a reír. Rio con ganas. Y a Nelle le gustó. No pudo evitar sonreír mientras sus miradas se cruzaban.
–Yo soñaba hace un rato con una copa que se rellenase de whisky sola, pero una aplicación que lanza bebida podría ser una idea todavía mejor.
–¿Por qué limitarse a bebidas? ¡Hay tantas posibilidades! Como, por ejemplo, tomates.
–¿Tomates?
–Por ejemplo, cuando una película es mala. Se podría lanzar tomates virtualmente.
–Me parece que ya existe algo así.
–Ah, bueno. Entonces… ¿Y una aplicación para las tartas de boda? Ya sabe, cuando los novios cortan la tarta y se dan a comer el uno al otro, pero a veces se les cae y se manchan… ¿Y si los novios pudiesen utilizar una aplicación para hacer eso? Podrían ahorrarse los gastos de tintorería.
Él sonrió, enseñándole los blancos dientes.
–Debe de ir a bodas muy animadas. ¿Fue eso lo que ocurrió en la suya?
Ella levantó la mano desnuda de anillos.
–Todavía no, y espero que nunca. Me refiero a lo de la tarta, no a la boda. La boda sí que…
Sintió que le ardían las mejillas. ¿Por qué se había puesto a hablar de bodas con un hombre al que acababa de conocer?
–¿Qué más se podría lanzar? Ya lo sé. Batidos.
–Técnicamente, un batido es una bebida.
Nelle chasqueó la lengua.
–No es solo una bebida. Un buen batido se desliza por la lengua, es cremoso, rico y espeso, tan espeso que, si metes una cuchara en él, se queda recta.
Se dio cuenta de repente de que estaba muy cerca de él. Tan cerca que las lentejuelas de su vestido casi rozaban su ancha camisa.
–Continúa –le pidió él con voz ronca.
–¿Por dónde iba? –preguntó ella, tragando saliva mientras se fijaba en su barbilla cuadrada y firme, recién afeitada. En sus labios, que no eran demasiado gruesos ni demasiado delgados.
–Aquí estás. He estado esperándote en la mesa.
Nelle oyó la voz de la señora Allen a sus espaldas y se giró, sobresaltada. El hombre la agarró por el brazo, causándole un escalofrío, pero Nelle no se pudo parar a pensar en aquello.
Su jefa la miró con frialdad.
–¿Vamos? Si te parece buen momento, claro.
Nelle se puso recta. Se le había hecho un nudo en el estómago. Era la primera tarea que le encomendaban en su nuevo trabajo y ya lo estaba haciendo mal antes de empezar.
–Sí. Por supuesto. La sigo.
Ya estaban casi al otro lado del salón cuando se dio cuenta de que no le había dicho adiós al hombre de los labios perfectos. Y que tampoco se había acordado de llevarse la copa.
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