Justo antes de la boda. Linda Miles
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La punta de la lengua de Chaz recorrió la sensible piel de su labio superior, dejándole una sensación de cosquilleo, como de electricidad, y el interior del labio hormigueó también, expectante. Pero la lengua se retiró, dejando sólo el recuerdo de la sensación, el deseo de sentirlo otra vez. Entonces, él le pasó la punta de la lengua justo por el interior de sus labios, y la realidad fue mejor que la imaginación, intoxicante por su intensidad. Tasha exhaló un largo suspiro, relajándose en el beso; un calor meloso invadió su cuerpo, disolviendo el sufrimiento, o tal vez sólo protegiéndola momentáneamente de su amargo frío. Tasha dejó que su boca se fundiese con la de él, paladeando su sabor embriagador.
Él retiró su boca, y ella esperó a sentirla de nuevo en la suya, pero esa vez no volvió.
—Ya puedes abrir los ojos, Tasha –dijo Chaz quedamente.
Ella los abrió. Fue un shock ver a Chaz ahí con su aspecto de siempre; Tasha podría haber pensado que se había imaginado esos besos de mariposa, pero su boca aún seguía húmeda y sonreía ligeramente.
Se sentía algo mareada. El calor, la maravillosa sensación de que nada importaba salvo ese preciso instante, se había ido con el beso; la dura y fría roca estaba de nuevo en su interior.
Miró a Chaz como si lo viese por primera vez, examinando la burlona boca, los brillantes ojos negros bajo la gruesa línea oblicua de sus cejas, la nariz aguileña y la firme mandíbula.
—Y bien, ¿qué te ha parecido, encanto? –preguntó él, arqueando una ceja.
—Pues… —empezó a decir Tasha, sin dejar de mirarlo—. Tenías razón. Esto no tiene nada que ver con los sentimientos; es sólo cuestión de técnica. Debes haber practicado mucho para hacerlo tan bien.
—Entonces no quieres pegarme.
—No –dijo Tasha, sin quitarle los ojos de encima—. Quiero acostarme contigo.
Chaz la miró sorprendido.
—¿Que quieres qué?
—Fue idea tuya –le recordó Tasha—. Y tienes razón. Es algo puramente físico. Podemos disfrutar de ello y después olvidarlo. Me ayudará a no pensar en todo esto.
Una extraña expresión afligida asomó al rostro, normalmente tan confiado, del hombre que estaba a su lado.
—Oh, Dios –dijo él.
—Mi padre tardará en volver. Estoy tomando la píldora. Podemos ir arriba ahora –dijo Tasha—. ¿O prefieres tomar otra copa antes?
Chaz le tomó la mano y le acarició la palma con su dedo pulgar. El calor se extendió por la palma de su mano y ascendió por su brazo. Tasha ahogó un suspiró.
—Tash, cariño –dijo Chaz—. Sé que ha sido idea mía, pero probablemente no sea tan buena idea.
—¿Por qué no? ¿Crees que no te lo pasarías bien?
—Sí, pero…
—¿Crees que yo no me lo pasaría bien?
—Sí, pero…
—¿Qué problema hay, entonces? –preguntó Tasha con impaciencia.
Él sonrió irónicamente.
—Creo que después me odiarías. Probablemente no puedas odiarme más de lo que ya me odias, pero…
—No te odio, Chaz –lo interrumpió Tasha, ignorando convenientemente su antigua convicción de que Chaz era una mancha que ensuciaba el planeta—. Sólo creo que eres egoísta y te da miedo comprometerte. ¿Temes que luego te persiga?
—No, no temo eso –él seguía acariciándole la palma con el pulgar—. Sólo creo que estas asumiendo demasiadas cosas a la vez, y tú eres muy vulnerable –levantó una ceja como burlándose de sí mismo—. Probablemente me odie por esto, pero no creo que deba aprovecharme de lo que obviamente es un momento de arrebato.
Tasha lo miró sin comprender. ¿Cuándo había rechazado Chaz a alguien a quien desease? Seguro que era porque era poco atractiva.
—Sé que estoy horrible, pero es porque estoy empapada. Estaré mejor cuando me seque.
—Estás maravillosa –dijo Chaz—, pero la respuesta es no.
—¿Es porque piensas que no soy buena en la cama?
Chaz le sonrió de nuevo con aflicción.
—Tasha, cariño –dijo él—, no pienso eso, y me encantaría tener la oportunidad de descubrirlo, pero, por si no lo has notado, estoy siendo caballeroso por primera vez en mi vida.
Tasha se recostó cansinamente en el sofá. Por un minuto había pensado que podría escapar del pesado peso de su pecho. Durante una hora, tal vez dos, ese maravilloso calor dorado habría invadido su cuerpo y tal vez le abría hecho olvidarse de todo por un momento. Pero iba a quedarse con ello. Una lágrima rodó por su mejilla.
Chaz se la enjugó con un dedo.
—Puede que yo sea bueno, pero no tan bueno.
—Me encantaría tener la oportunidad de descubrirlo –dijo Tasha con indirectas—. No considero que sea muy caballeroso engatusarme y luego echarte atrás en el último momento. Apuesto a que te enfurecerías si una mujer te hiciera eso a ti y luego te dijese que era por tu propio bien.
—Touché –dijo Chaz—, pero sigo pensando que te arrepentirías –le sonrió—. Te diré lo que podemos hacer. Imagínate que soy realmente tu primo, imagínate que no me detestas, y te daré un hombro para llorar.
Chaz deslizó un brazo por los hombros de Tasha, y el otro por debajo de sus rodillas, sentándola en su regazo. La rodeó con su fuertes brazos; las piernas de Tasha quedaron encima de sus poderosos muslos. Ella podía oír el corazón de Chaz palpitando en su poderoso pecho.
—¿Mejor así? –preguntó él, agitándole el cabello con su aliento.
Sí y no. La fuerza y solidez del cuerpo que la sostenía era un alivio, manteniendo a raya un poco el sufrimiento. Pero hacía que todo su cuerpo le doliese de un anhelo que no podía ser satisfecho.
—Un poquito mejor –respondió Tasha—. Pero ¿podrías no apretarme tanto?
—Perdona –dijo él, aflojando los brazos.
—Gracias.
Tasha le rodeó el cuello con los brazos y él la miró con recelo.
Ella