Justo antes de la boda. Linda Miles
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Tasha sonrió.
—Tú sabes cuidarte muy bien –dijo, y lo besó en la boca.
Por una fracción de segundo, él vaciló. Pero Tasha había llegado a la conclusión de que era mejor no desperdiciar ninguna oportunidad, dado que Chaz parecía poseer esa insospechada vena de caballerosidad en su carácter.
Tasha devoró la boca de Chaz como un hombre apura el último trago de su copa antes de la hora de cerrar el bar.
La caballerosidad se fue a pique.
Él volvió a estrecharla con fuerza entre sus brazos, abriendo su boca bajo la de Tasha, y respondiendo a la urgencia de sus besos con una avidez y una pasión que demostraron a Tasha cuánto se había tenido que contener antes. Ella le enterró las manos en el pelo, sujetándole la cabeza, y levantó la suya para mirar la cara del loco de su primo. Entonces lo devoró con la mirada con la misma avidez con que lo había devorado con la boca. Nunca había reparado en las imperfecciones físicas de sus novios a la hora de besarlos porque siempre pensaba que estaba besando a alguien de un carácter maravilloso. Chaz, por el contrario, era egoísta, malhumorado y poseía incontables defectos…pero era guapísimo. Tasha le besó las comisuras de los labios, jugueteando con la punta de la lengua. El sonrió, besándole también las comisuras de los labios, y deslizando la lengua en su boca.
Entonces, Tasha sintió algo más caliente y más dulce que el tibio calor de antes, tan ardiente como un trago de brandy. Esa vez su sufrimiento no desapareció poco a poco de su mente. Salió despedido. No existía nada salvo el sabor de la boca de Chaz, la musculosa dureza de su cuerpo, y la sensación de que la lava corría por sus venas. Y la intoxicante certeza de que ella le producía a él el mismo efecto. Chaz siempre era sarcástico, frío, engreído, pero en ese momento su corazón palpitaba con fuerza junto al de ella, y Tasha oía los entrecortados jadeos de su respiración.
Chaz bajó su mano al muslo de Tasha, apretándola contra sus caderas para que ella pudiese sentir cuánto la deseaba.
Finalmente, él le puso las manos en los hombros y la apartó.
—Tienes razón –dijo Chaz—. Esto es una locura. Vayamos arriba.
Tasha le examinó la cara. El pelo le caía sobre la frente; sus ojos brillaban y su boca sonreía ligeramente. No sabía que era posible desear tanto a un hombre. Pero había otras pasiones bullendo en su interior. Se había comportado civilizadamente con Jeremy, alejándose de quien ella pensaba que era para toda la vida y que de pronto resultaba que no existía. Bajo la superficie sentía rabia por los hombres que aparentaban hacer algo por su bien, pero que cambiaban de opinión en cuanto deseaban algo. Sentada en el regazo de Chaz, podía sentir la tensión de su cuerpo, su deseo apenas contenido.
—No creo que sea una buena idea –dijo Tasha, poniéndose de pie.
—¿Qué?
—Creo que después te odiarías –declaró Tasha burlonamente, sintiendo todavía su pulso acelerado.
—Muy graciosa —dijo Chaz.
—Tenías razón. Me encuentro en un estado muy vulnerable. Te arrepentirías si te aprovecharas de mí.
La furia chisporroteó en los ojos negros de Chaz, y su boca sensual se apretó inquietantemente.
—De acuerdo. Ya lo has dicho. ¿Satisfecha? –se levantó y metió las manos en los bolsillos para controlar su irritación—. Admito que estaba siendo condescendiente. Pero ambos deseamos lo mismo –sonrió a Tasha, pasándole un dedo por la boca hinchada a causa del beso—. Fuegos artificiales –dijo él con la voz queda—. Vamos arriba a lanzar unos cuantos.
Tasha levantó la mirada hacia él. En cierto sentido Chaz tenía razón. Todos esos años, ella lo había despreciado por juzgar a sus novios según criterios superficiales, pero estaba empezando a darse cuenta de que ella no tenía ni idea de lo que le estaba hablando. Podría subir arriba y descubrirlo de verdad.
Era maravilloso tener a Chaz ahí delante, furioso con ella, pero deseándola con tanto ardor. Él seguía sonriendo, viendo cómo ella lo miraba, deteniéndose en la boca que había besado. ¿Cómo iba a imaginarse que ella no cedería?
Si su comportamiento fuese el habitual, lo haría. Pero tenía ganas de ser mala; era maravilloso saber que se estaba comportando mal y hacerlo de todas formas. Iba ser mala, muy mala.
—Mejor no –dijo Tasha, y se abrazó a sí misma ante la mirada de incredulidad que sustituyó a la sonrisa confiada.
—Lo dices completamente en serio –dijo él, arrastrando las palabras.
—Por supuesto que sí.
Un músculo tembló en la mejilla de Chaz.
—Debería ponerte sobre mis rodillas y darte una azotaina por esto –dijo él con tirantez—. Y lo digo completamente en serio.
—No sé por qué –replicó ella—. Tú me has rechazado y yo no te he amenazado con violencia física. No sé qué diferencia hay.
—La diferencia –dijo Chaz con mordacidad—, es que tú lo estás haciendo únicamente por fastidiarme.
—Lo sé –admitió Tasha con desconcertante franqueza—. Pero me gusta.
—¿Se supone que eso tiene que hacer que me sienta mejor?
—Mira, estoy dolida –dijo Tasha—. Mi vida se ha venido abajo. Puede que no sea culpa tuya, pero estás aquí. No es justo, pero quién dice que la vida sea justa –le dirigió una deslumbrante sonrisa—. Además, ¿cuándo voy a tener otra oportunidad de fastidiarte? Es más, puedo acostarme contigo en otra ocasión si quieres. A menos, por supuesto, que decidas vengarte.
—Oh, por Dios Santo… —Chaz la miró con el ceño fruncido.
—Sabes, podríamos estar así años –dijo Tasha risueñamente—. Haciéndonos proposiciones y seduciéndonos el uno al otro para luego rechazarnos.
—¿Quieres dejarlo ya? –la espetó Chaz con exasperación—. No sé si besarte o matarte.
—Pues será mejor que no me beses. No querría que te excitases.
Chaz la miró con sorna.
—Sabes, lo más gracioso es que la gente tiene una idea equivocada de ti. Todos piensan que eres una buena chica.
—Sí –reconoció Tasha con amargura—. Por eso todos me han pisoteado.
—Sin comentarios —dijo Chaz—. Voy a tomarme otra copa para calmarme.
Se dirigió al mueble bar, y Tasha lo siguió. No le vendría mal una copa. Ella nunca se había portado tan mal con nadie. Pero, por alguna razón, Chaz le gustaba más después de haberse portado así con él.
—Me ha gustado el beso, de todas formas –dijo ella para ser amable—. Los dos besos.
Chaz la miró de reojo.
—Eso me había parecido –levantó una