Maureen. Angy Skay
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Читать онлайн книгу Maureen - Angy Skay страница 15
—Mira, ha habido un momento en esta tarde que me sentí culpable de algo y no sé bien por qué. Pero ahora ya no me siento tan mal. Eso sí, te aconsejaría que la próxima vez que te inventes algo para cubrirme, al menos me lo hicieras saber y así no quedaría como una idiota.
—Les he dicho que tenías un simple dolor de cabeza y que por eso no bajaste a ayudarnos. Con papá y Alison fuera, necesitábamos manos y tío Brannagh me dijo de llamarte.
—Pero como tu hermana estaba cuidando de tu amigo… —susurré para que no nos oyeran en el pub—. Todavía no sé cómo te haré pagar este favor, pero me lo cobraré —lo amenacé.
—¿Te has enfadado? —se sorprendió.
—A ver, John, me impones cuidar de tu amigo forajido herido. Nadie de la familia puede saber que está aquí y encima me obligas a hacer guardia para cuidarlo. ¿Te has parado a pensar que quizá yo tenía otros planes? ¿O que quizá no quiera saber nada de tus movidas?
—Sé que no eres así.
— Ah, ¿sí? ¿Y cómo lo sabes?
—Pues porque eres como yo. —Mi hermano me conocía bien—. Y sé que me ayudarías, de la misma manera que te ayudaría yo a ti.
—Me voy a la cama —me fastidiaba que siempre tuviera razón.
Al llegar al desván me paré en el último escalón y miré la puerta del dormitorio de John. Estaba cerrada, pero Aidan estaba allí. Tenía ganas de entrar, de preguntarle cómo estaba y si John le había vuelto a inyectar algo o simplemente le había repasado la herida. Pero me contuve, no podía arriesgarme. Una parte de mí se avergonzó de golpe y temía volver a verlo. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Solo con recordar aquellos besos, me sonrojé sin querer. No me vi en ningún espejo, pero solo con el calor de mis mejillas lo daba por hecho.
Al entrar en la cama me acosté con la sensación de sentir aquellos labios en los míos y el recorrido de su lengua junto a la mía.
4
A la mañana siguiente me levanté temprano, casi siempre era la primera en hacerlo, incluso antes que Alison y los niños. Entré en el baño y me duché. Mi sorpresa fue que, al quitarme la ropa interior…, estaba mojada. ¿Qué demonios me había pasado aquella noche? Recordé que sentí algo al besarme con Aidan y que mi bajo vientre me daba señales de alarma, pero nunca creí que fueran tan evidentes. Me duché con cierto estupor y, al salir del baño, me llevé la gran sorpresa.
—Caray, estás muy sexy con la toalla —aseguró Aidan apoyándose en el marco de la puerta.
—¡Estás loco! —me sorprendí—. Mis padres pueden verte.
—¿Tus padres? ¿Esos ronquidos no provienen del piso de abajo? Ese debe de ser tu padre, ¿no?
—¿Y Alison?
—No se oye nada, así que estará durmiendo.
—¿Y John?
—Durmiendo como un angelito.
Su boca mostró una media sonrisa burlona al decírmelo. Acabábamos de hablar de mi familia y el despertador del dormitorio principal sonó.
—¡Mierda! Es Alison.
—Debo de ir al baño —se excusó—. ¿Puedo?
—Sí, claro —lo dejé pasar y yo me marché a mi dormitorio.
Aquel chico lograba descolocarme. Hacía apenas dos días que lo conocía y me cohibía su presencia. Abrí el armario y comencé a buscar el uniforme que iba a ponerme aquel día. Al cerrar la puerta, él estaba apoyado a un lado del dormitorio.
—¡¿Qué haces?!
Volví a sobresaltarme y tuve que sujetarme la toalla con fuerza.
—No tengo sueño. —Me sonrió de lado.
—¿Y?
—Pues que prefiero entretenerme de alguna manera.
—¿No te duele la herida? —Intenté desviar el tema.
—Sobreviviré —le restó importancia, pero sabía que le dolía y mucho—. Eso sí, me canso al estar de pie. —Y se sentó en una silla.
—Debo cambiarme.
—Por mí no te cortes —se animó.
—Me corto —me molesté, ¿o quizá no?—. Si no vas a irte ¿podrías al menos darte la vuelta?
—Está bien —refunfuñó.
Aquel silencio se hizo aterrador y el movimiento de las agujas del reloj se antojó más lento de lo normal.
—Tu hermano me dijo que ibas a ir a la universidad el próximo año.
—Así es. Más o menos. Estudios superiores.
—¿Dónde?
—Aquí en Cork, a la Universidad Marítima Nacional de Irlanda.
Me costó contestar al ponerme el jersey de cuello alto.
—¿Marítima?
—Sí.
—Pero eso no está aquí en la ciudad.
—No, está en Ringaskiddy.
—Un poco lejos, ¿no? ¿Cómo vas a ir?
—Pues primero cogeré la N-27, luego la N-40 y, para finalizar, la N-28 —contesté con sorna—. Espero tener coche cuando comience las clases. Ya estoy, puedes darte la vuelta. —Cogí el cepillo de la cómoda y comencé a pasármelo por la cabeza.
Me miró y no dijo nada. Increíble, pero no tenía palabras. Había algo que me comía por dentro y necesitaba preguntarle:
—¿Desde cuándo me espías?
—¿Que te espío? —dijo sorprendido.
—Me dijiste que me veías pasar por delante de tu casa para ir al instituto y que me has visto con Dylan. ¿Desde cuándo?
—Hará unos meses —contestó sin expresión en la cara y mirándome mientras me cepillaba el pelo.
—¿Por qué?
—¿Por qué, que?
—¿Por qué me espías?
—Yo no te espío. Sin embargo, cuando miro por la ventana, coincide con la hora a la que tú pasas.
—¿Y cada día miras por la ventana a la misma hora? —Paré de cepillarme y lo miré.
Me miró con fijeza a los