Maureen. Angy Skay

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Maureen - Angy Skay Saga Anam Celtic

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y la genética como que tampoco.

      —Venga, vamos —dijo cogiéndome del brazo.

      —Aidan, tengo que ir a clase —me quejé. En realidad, no estaba sintiéndome demasiado incómoda.

      Abrió una persiana y pude ver que dentro de aquel local había un coche y una moto.

      —Póntelo —me pasó su casco y de una estantería cogió otro para él—. Lleva también mi mochila y deja la tuya aquí.

      Sacó la moto sin decir nada más.

      —¿Dónde me llevas? No puedo faltar a clase, llamarán a casa si falto —añadí obedeciendo tanto con el casco como con la mochila.

      —¿Tienes el teléfono del colegio?

      —Sí, claro.

      —Pásamelo —me pidió sacando su teléfono móvil y esperando que le dictara los números.

      —No te atreverás a llamar a mi colegio, ¿verdad? —pregunté incrédula.

      —Te aseguro que no sería la primera vez que llamo a un colegio para una excusa.

      —¡Aidan! Llamarán a mi padre si no voy. Es un colegio muy estricto.

      —Déjame a mí. —Marcó en su teléfono móvil el número que le di—. Sí…, hola… Mi nombre es John Hagarty, hermano mayor de Maureen Hagarty. El motivo de mi llamada es para hacerles saber que Maureen no asistirá a sus clases a lo largo del día de hoy. Nuestro padre la llevó hace un momento al médico de urgencias a causa de un fuerte dolor abdominal. Estaba demasiado nervioso para llamarlos él mismo y me pidió que yo les hiciera saber lo ocurrido. Sí… ¿Un justificante? Sí, claro. Ningún problema. Gracias. —Y colgó el teléfono—. Hecho. ¿Vamos?

      Me quedé pasmada por lo que acababa de ocurrir. ¿Y se quedaba tan pancho después de lo que había hecho?

      —¿Tú esto lo haces muy a menudo? —Estaba alucinada.

      —Ya te dije que no es la primera vez que lo hago.

      —¿Y no se te olvida algo?

      —¿El qué?

      —¿El justificante que te han pedido? —ironicé.

      —No te preocupes por eso, luego me encargo.

      —Como se entere mi padre, me mata. Y, si se entera John, ni te cuento.

      —No pienses en eso ahora. Átate el casco, coge mi mochila, deja la tuya y sube.

      Obedecí, me senté detrás de él, me agarré a su cintura, arrancó la moto y se dirigió calle arriba. Corría a gran velocidad, pero no me importaba; la adrenalina era demasiado alta y los momentos que podía, movía mis manos por su cazadora y me hacían olvidar que llevaba aquella prenda. Tantas veces le había tocado aquella piel, que de alguna manera la echaba de menos.

      Llegamos a una zona poco transitada. Paró la moto al borde de la carretera y desde allí pude ver las vistas de la ciudad de Cork.

      —Wow! —fue lo primero que me salió de la boca.

      —¿No habías estado nunca aquí? —preguntó apoyándose en la moto.

      —No, es la primera vez. —Me giré hacia él, fascinada—. ¿Tú vienes muy a menudo?

      —De vez en cuando. Antes solía venir más.

      —¿Y ahora qué?

      —¿A qué te refieres?

      —Me has «obligado» a saltarme las clases y me traes aquí. ¿Para qué? ¿Dónde se supone que voy a pasar el día de hoy?

      —¿Te apetece alguna cosa en especial? —preguntó acercándose a mí.

      —Nada en especial. Sorpréndeme —me atreví a decir.

      —¿Qué te sorprenda? —Me levantó la barbilla con un dedo, con la otra mano me agarró la cintura, bajó la cara y me besó con suavidad, de manera dulce. Aquello me supo a poco en cuanto separó sus labios de los míos—. ¿Algo así? —Sonrió con picardía.

      —Quizá. Pero no lo he saboreado lo suficiente.

      No daba crédito a lo que acababa de salir de mis labios y reaccioné girándome de golpe, avergonzada. En aquel momento sonó su teléfono móvil. Miró la pantalla, sopló y declinó la llamada.

      —Quítate la mochila.

      Obedecí, le pasé la bolsa, sacó un estuche con correa y, al abrirlo, vi que era una cámara de fotos.

      —¿Fotos? —pregunté incrédula.

      —Sí, fotos —contestó burlándose de mí—. ¿A qué te creías que venía aquí?

      —No sé… —Miré con atención la cámara—. ¿Te dedicas a esto?

      —¿A qué? ¿A traer chicas aquí? —volvió a burlarse.

      —No, a la fotografía.

      —Digamos que sí —me respondió mientras miraba por el objetivo enfocando el paisaje.

      Comenzó a hacer una ráfaga de fotos sin decir nada.

      —¿Fotografías algo en especial?

      —No. He aprovechado el día soleado de hoy y he querido venir a tomar fotos de paisajes.

      —¿Y sólo haces paisajes?

      Aquello picó mi curiosidad.

      —También hago reportajes, pero siempre de exterior. —No dejó de mirar la cámara.

      —¿Puedo mirar?

      Me acerqué a él y vi las fotos que había tomado. Para mi sorpresa, no me parecieron nada especiales. Mi cara le sorprendió.

      —¿No era lo que esperabas?

      —¿De verdad? Las primeras son un poco… simples.

      —Un poco bastante simples —repitió por lo bajini—. Pues estas son las que más me valen.

      Siguió tomando más instantáneas, mientras yo intentaba divisar el horizonte.

      —Bueno, aquí ya terminamos, vuelve a ponerte el casco —dijo serio y decidido.

      Obedecí, subí a la moto, siguió por la carretera y llegamos a bordear la costa bastantes kilómetros, hasta que volvió a parar.

      —Si no quieres, no vengas —me advirtió al acercarse al acantilado.

      Aquella era una zona donde no había estado nunca y me apetecía mirar. Me acerqué

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