Maureen. Angy Skay
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—Adiós, Maureen —susurró.
—Adiós, chico malo. Hasta mañana —me despedí con un rápido beso en los labios y una sonrisa.
—Te espero mañana.
Abrí la puerta decidida para que no volviera a detenerme y salí a la calle. Más o menos era la hora a la que acostumbraba a pasar por allí. Quizá un poco tarde, pero eso daba igual. En casa no me controlaban la hora de entrada si no abusaba de ello.
Mi curiosidad hizo que buscara el coche gris que antes había aparcado allí cerca. Aunque lo que en realidad estaba buscando era la chica que miró a Aidan tan fijamente. Pero no había rastro ni del coche ni de ella.
Intenté actuar con normalidad al llegar a casa y funcionó, nadie se percató de nada. Llevé a Molly a clase de danza, mientras Alison llevaba a Jake a clase de hurling. Pasé todo el entreno de mi hermana pequeña en la cafetería, sola, pensando en la mañana que acababa de pasar y con el móvil a la vista. No sabía si Aidan poseía mi número de teléfono, pero teniendo los contactos que tenía, ni se me ocurrió dudarlo. Fue Dylan quien apareció en la cafetería del gimnasio.
—¿Cómo ha ido hoy? —le pregunté antes de que él se me adelantara.
—Bien, las prácticas me están matando —dramatizó—. Menos mal que me sirven para el próximo año en la universidad. ¿Y tú?
—Nada en especial —mentí—. Por cierto, mañana debo salir más tarde. No tengo clase a primera hora —aquella mentira salió de mi boca sin apenas esfuerzo.
—Vaya suerte la tuya. Podrás dormir una hora más.
—Así es —me alegré y me emocioné solo de pensar lo que me esperaba al día siguiente.
Me sentía culpable por no poder contarle a mi mejor amigo lo que acababa de sucederme, pero sabía que estaba haciendo bien. Aidan no era una persona… que causara demasiada simpatía en los demás. Lo sabía por experiencia. Pero sabía también que Dylan buscaría la mínima cosa para buscarle algún defecto o intentar que dejara de verlo. En ocasiones podía resultar bastante absorbente y me quería solo para él. Aunque también sabía que, si le decía que acababa de perder mi virginidad aquella misma mañana, se moriría de alegría y me exigiría todos los detalles.
En cuanto vi a John, el estómago me dio un respingo. Me sentía culpable por haber pasado la mañana con su amigo. Sabía que, si se lo contaba, se pondría hecho una fiera y más si mencionaba que nos habíamos acostado. Mejor era evitarlo, el tema, claro. Porque si lo evitaba a él era capaz de sospechar que algo no iba bien. Aunque los años de convivencia juntos me habían hecho conocer su punto débil: las chicas. A contrario de lo que me dijo Aidan, yo no veía a John como un gamberro de barrio, pero sí sabía que, cuando se encaprichaba de una chica, no paraba hasta conseguirla. Pocas relaciones serias le conocía, pero si pasaban por casa, era porque de verdad le importaban y me constaba que las trataba como todo un caballero. Como pasó con el tema de Aidan, lo había visto meter en su cuarto a más de una chica, y siempre con mi silencio. Quizá eso podría usarlo alguna vez como chantaje.
—¡Maureen, te ha llegado correo! —me chilló mi padre desde detrás de la barra.
—¡Vale! Luego lo miro —le contesté, entrando con Molly a casa.
—Mejor será que lo mires ahora, papá lleva un rato esperándote. En cuanto te fuiste con Molly, vino Luke, el cartero.
—¿Qué es? —le pregunté a mi padre.
—Míralo con tus propios ojos. —Me sonrió mientras me mostraba un sobre—. Pero ábrelo pronto, estamos todos deseando ver lo que pone.
Lo cogí con desconfianza. No estaba acostumbrada a recibir correo postal, aparte de las cartas que mi tía Matilde me mandaba desde España. Los correos de mis amigos y familia. Mis ojos se pusieron como platos al ver el escudo del sobre.
—Es… Es… —Estaba emocionándome solo con ver el dibujo.
—Sí. ¡De la escuela Naval! —exclamó mi padre—. ¡Ábrela!
Leí en silencio lo que ponía.
—¡¿Ha llegado ya?! —preguntó mi abuelo entrando entusiasmado al pub.
—¡Chis! —lo hicieron callar todos al unísono—. Está leyendo la carta.
Miré a mi padre con una sonrisa de oreja a oreja. No podía ni imaginarme el contenido de aquella carta.
—Es de uno de los despachos. Me mandan la información que necesito para entrar en la academia.
—Eso quiere decir…
—¡Que han considerado mis calificaciones y los cursos que estuve haciendo en el puerto como voluntaria el verano pasado!
—¡Esa es mi niña! —dijo mi padre contento, abrazándome y alzándome.
Una oleada de júbilo retumbó en el lugar.
—A esta ronda invita la casa —gritó mi tío Brannagh a todos los allí presentes.
No recordaba tanta fiesta desde el día que llegué a aquella casa hacía años. Mi abuelo cogió su pinta y me guiñó un ojo. Me acerqué a él.
—Gracias, abuelo —lo besé en la mejilla.
—Todo el mérito ha sido tuyo.
—No he mencionado que en la carta han tenido en cuenta que vengo de una de las familias de pescadores con más tradición de la ciudad de Cork, y eso no lo dije yo. Así que seguro que tú has tenido algo que ver.
—No tengo tanto poder. Pero de algo tiene que servirte el venir de una familia con tanta fama a este lado del rio.
—Y que tu hermano trabaje en el muelle. —Le sonreí y le guiñé un ojo.
La fiesta duró un par de horas, hasta la cena. Mi familia no cabía en sí de gozo. Bien era cierto que mi padre y mi tío estaban en el pub y su hermana, mi tía Maeve, trabajaba en una consulta de un dentista de la zona. Mis primos habían cursado los estudios primarios, pero ninguno de ellos se había decantado por seguir estudiando. John me dijo que le habría encantado estudiar, pero que no se veía capaz de concentrarse. El tema del pub le gustaba bastante y tampoco tenía intención de dejarlo. Él decía que había encontrado su lugar en el negocio familiar. Después de lo que Aidan me había contado de su madre y de su padrastro, aquella frase logró tener sentido para mí.
7
Taragh
Malahide 09.34 a.m.
Me colgó el teléfono. De nuevo se atrevió a cortarme la llamada. Resoplé y me pasé las manos por el pelo. Ese niñato estaba acabando con mi paciencia y no era capaz de pensar en nada más que en matarlo.
—¡Aaarg! —chillé, dejándome los pulmones.
Frank, sumido en sus pensamientos, soltó los papeles que tenía en la mano para mirarme en profundidad