E-Pack HQN Susan Mallery 2. Susan Mallery

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cometido un delito.

      –Lo sé y te agradezco que te preocupes por mí, pero creo que deberíamos haber encontrado otra solución.

      Con un poco de suerte, habría un mini bar en la habitación, pensó Rafe sombrío. Así no tendría que bajar al bar.

      –Glen está perfectamente.

      –No tienes forma de saberlo. Pienso ir a verle.

      Rafe reconocía aquella cabezonería, principalmente porque él la había heredado de su madre.

      –Dame media hora para ponerme en contacto con la oficina y después te llevaré a la cárcel. Iremos juntos.

      May volvió a sonreír.

      –Gracias.

      Claro que sonreía. Al fin y al cabo, acababa de salirse con la suya. Rafe le prometió volver al cabo de media hora y se dirigió a su habitación, situada al final del pasillo.

      Utilizando la tarjeta, entró en aquel espacio vacío y libre de las iniciativas de su madre. La habitación daba a las montañas. Las cortinas estaban suficientemente abiertas como para permitirle ver las cumbres de Sierra Nevada acariciando el cielo.

      Entró en el dormitorio, dejó la bolsa de viaje sobre la cama y volvió a la zona del salón mientras se quitaba la corbata. En vez de buscar en el mini bar, sacó el teléfono móvil y llamó a la oficina.

      –Despacho del señor Stryker –contestó en tono profesional su asistente al primer timbrazo.

      –Hola, señora Jennings.

      –Señor Stryker, ¿está usted en Fool’s Gold con su madre?

      –Sí, y parece que voy a tener que pasar aquí una buena temporada.

      –Me lo imaginé cuando el señor Jefferson me comentó que iba a reunirse con usted. Es un sitio precioso.

      Rafe arqueó las cejas. La señora Jenning nunca hacía comentarios de carácter personal. Ni siquiera sabía si estaba casada, si era abuela o vivía con un grupo de rock.

      –¿Ha estado usted aquí?

      –Varias veces. Organizan unas fiestas maravillosas.

      Sobre gustos no había nada escrito, pensó Rafe.

      –Tendré que comprobarlo por mí mismo.

      –Puedo enviarle un calendario. Está en la página web del Ayuntamiento, www.FoolsGoldCA.com.

      –Eh, no hace falta, pero gracias por el ofrecimiento. Necesito que me reorganice la agenda. Cancele todo lo que no sea importante y aplace todo lo demás.

      Se produjo una pausa durante la que, Rafe estaba seguro, su asistente estaba tomando notas.

      –De acuerdo –le dijo–. Ahora mismo estoy revisando las dos próximas semanas y creo que podré hacerme cargo de todo. Excepto de su reunión con Nina Blanchard.

      Rafe se hundió en el sofá y reprimió una maldición.

      –La llamaré personalmente.

      –Por supuesto.

      Terminaron la conversación y colgaron el teléfono. Rafe regresó al dormitorio, se cambio rápidamente el traje por unos vaqueros y una camisa de manga larga y se puso la cazadora de cuero.

      No podía evitar a Nina Blanchard eternamente, pensó. Al fin y al cabo, había sido él el que la había contratado. Pero no iba a poder aprovecharse de sus servicios mientras estuviera en Fool’s Gold. Nina tendría que esperar hasta que resolviera los problemas en los que se había metido su madre.

      Después de abandonar Fool’s Gold, Rafe se había prometido experimentar todo lo que el mundo pudiera ofrecerle. Había conseguido una beca para estudiar en Harvard, había viajado por Europa y había hecho amistades entre ricos y poderosos. Pero jamás había estado en una prisión.

      Y aunque estaba seguro de que todas debían de parecerse, tuvo la impresión de que la prisión de Fool’s Gold era uno de los mejores lugares en los que uno podía ser encarcelado.

      Para empezar, en vez de en colores industriales, las paredes estaban pintadas de amarillo y crema. Unos carteles de brillantes colores anunciaban las fiestas que tanto parecían gustar a su asistente. Olía a carne guisada y a pan recién hecho. La mujer que les registró al entrar era una joven de aspecto amable, no el típico funcionario de rostro sombrío que aparecía normalmente en las películas.

      –Esta noche estamos recibiendo muchas visitas –comentó la funcionaria Rodríguez.

      Llevaba su brillante y larga melena recogida en una cola de caballo.

      Rafe estudió su peinado. No le parecía muy buena idea que las fuerzas del orden llevaran una cola de caballo. Al fin y al cabo, eso le daba a los delincuentes algo a lo que agarrarse, les permitía dominar físicamente la situación. ¿Estaría Fool’s Gold tan cerca del nirvana que no tenían que enfrentarse a delitos verdaderamente serios?

      –Glen Simpson es un hombre muy popular –sonrió–. La media de la ciudad está mejorando, pero aun así, sigue habiendo pocas posibilidades para mujeres de cierta edad, y Glen es un hombre encantador.

      May firmó el documento que le tendía.

      –¿Qué media?

      –La media de hombres. Teníamos pocos. El año pasado saltó la noticia y se organizó un auténtico lío. Los medios de comunicación decidieron aprovechar el tema y se organizó hasta un reality show.

      –Sí, creo recordarlo –comentó May pensativa–. El verdadero amor o Fool’s Gold. Creo que tuvieron que quitarlo de antena antes de que terminara.

      –No tenía audiencia, fue una pena. A mí me gustaba. En cualquier caso, sirvió para que se corriera la noticia de que faltaban hombres y no han parado de venir. Desde entonces, mi vida es mucho más interesante –sus ojos castaños chispeaban–. Pero la mayor parte de ellos son jóvenes, así que desde que llegó, Glen ha sido considerado un buen partido. Solo lleva unas cuantas horas en la cárcel y ya ha recibido seis... –miró la tablilla–, siete visitas.

      May parecía incómoda.

      –Le aseguro que no he venido por ningún motivo relacionado con el romanticismo. Solo quería asegurarme de que Glen, eh... el señor Simpson, estaba bien –se inclinó hacia la funcionaria y bajó la voz–. Ha sido mi hijo el que le ha metido en la cárcel.

      –Gracias por darme tu apoyo, mamá.

      –Podríamos haber arreglado las cosas de otra manera.

      –No, si pretendes recuperar tu dinero.

      May tensó la expresión, señal segura de que se había propuesto algo. Alzó las manos.

      –Muy bien, tienes razón. Ahora, vamos a ver cómo está. Es lo único que podemos hacer por él.

      Rafe resistió la tentación de mirar el reloj.

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