Una reunión familiar. Robyn Carr
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Dakota entonces recordó que ella dejaba los fines de semana al otro barman y la camarera, porque había mucho ajetreo. Le agradó saber eso, porque a él tampoco le gustaban los bares llenos y ruidosos. Pero tendría que esperar hasta el lunes para volver a verla. Podía probar el domingo, pero estaba casi seguro de que le había dicho que su horario habitual era de lunes a jueves.
Pasó el fin de semana con su familia. Cal y Maggie ofrecieron una gran cena el sábado por la noche en su casa porque Connie no trabajaba y estaban todos libres. Era finales de marzo. La tienda del camping todavía cerraba temprano y solo había una pareja de intrépidos campistas. A Sully le gustaba acostarse antes de las nueve, así que se marchó pronto, pero los demás jugaron al póquer hasta medianoche.
Y por fin llegó el lunes. Dakota hizo sus cálculos y se presentó en el bar entre el almuerzo y la hora feliz. Se sentó en su sitio de siempre. El lugar estaba desierto. Esperó a que apareciera Sid por la puerta giratoria de la cocina. Le sonrió. Y ella le devolvió la sonrisa de un modo inconfundible y le puso una servilleta delante.
—¿Y qué vas a tomar hoy? —preguntó.
—Una cerveza —contestó él—. ¿Cómo te ha ido?
—¿A mí? Bien —ella estiró el cuello para mirar por las ventanas—. ¿Esperas compañía hoy?
—No. He aparcado detrás del café y he venido andando. Estoy de infiltrado.
Eso la hizo reír. Le llenó un vaso de cerveza.
—No sé por qué te rebelas. Alyssa es simpática. Y la otra es muy guapa y está dispuesta a invitarte a cenar. Y supongo que a otras cosas.
—Ya te lo expliqué —dijo él—. Problemas. Y Alyssa parece muy joven.
—No es tan joven —contestó Sid—. Piénsalo bien. ¿Y tú qué? ¿Cómo te ha ido?
—Bien. Creo que podríamos celebrar mi nuevo empleo.
A ella se le iluminó el rostro.
—Felicidades. ¿Y qué vas a hacer?
Él levantó su cerveza y tomó un trago.
—Recoger la basura.
Sid se echó a reír, y a Dakota le pareció un sonido maravilloso.
—Justo lo que planeabas.
—Pagan bien. Primero tengo que pasar un programa de entrenamiento. Al parecer hay que aprender cosas sobre la basura. Espero que me dejen conducir ese camión grande.
Ella se apoyó en la barra.
—Eso probablemente sea para un puesto más alto.
—Tengo experiencia. He conducido MRAP enormes. Son esos vehículos militares gigantescos resistentes a las minas y a las balas que transportan tropas por el desierto. Seguro que puedo aparcar un camión de la basura en paralelo.
Sid volvió a reír. Dakota podía hacerla reír. Eso era un comienzo.
—Puede que acabe siendo su camionero estrella.
—Después del entrenamiento —le recordó ella.
—Apuesto a que soy el primero de la clase —él sonrió—. No creo que haya que tener una beca Rhodes para pasarlo.
Ella pareció ponerse alerta.
—¿Por qué dices eso? —preguntó.
—Era una broma. Y tú has tenido una reacción extraña.
—¿Qué es una beca Rhodes exactamente?
—Es una beca que incluye un par de años en Oxford —contestó él. Miró la cara de ella y se echó a reír—. ¡Eh!, que sea barrendero no…
—¡Ah! —ella limpió la barra—. El Ejército ha debido de educarte muy bien.
—En cierto modo sí. Tienen programas educativos para soldados. Cuando estaba en Estados Unidos, los aprovechaba.
Sid tardó un momento en hablar.
—Me parece que estás demasiado cualificado para recoger basura.
Él enarcó una ceja.
—¿Y tú? ¿Fuiste a la universidad?
Ella sonrió.
—¿Para qué? Me encanta este trabajo —dijo—. En serio, puede que sea el mejor trabajo que he tenido nunca. Excepto una vez que trabajé de canguro para una pareja rica que se llevó a la familia a Francia y me llevaron con ellos para cuidar de los niños. Eso estuvo muy bien.
—¿Cuándo sales de trabajar? —preguntó él.
—¿Por qué?
—Porque me gustaría invitarte a una copa, un café o algo. Porque no me interesan Alyssa ni Neely con su cena en Hank’s o en Henry’s o como se llame, pero creo que me gustaría conocerte mejor.
Alyssa miró a su alrededor.
—Pues mientras haya poca gente y termino mis tareas detrás de la barra, podemos conocernos. Yo no tengo citas. Y, sobre todo, no salgo con clientes.
—No tenemos por qué considerarlo una cita.
—Me caes bien, Dakota, pero no. La respuesta es no. No me interesa salir con nadie. Ni siquiera a tomar un café.
—Podría contarte todas las veces que me metí en líos en el Ejército. Y tú me contarías tus historias de canguro. Podrías hablarme del pueblo y yo a ti de la basura.
—En serio —insistió ella—. ¿Voy a tener que llamar a mi hermano mayor?
Él se dio un puñetazo en el pecho.
—¡Dios mío! ¡El hermano mayor no!
—No seas listillo.
Dakota soltó una risita.
—Está bien. ¿Me pones una Juicy Lucy con jalapeños?
—¿En su punto?
—Sí, por favor.
—Eso está mejor. Disfruta de la cerveza y no me causes problemas.
—No se me ocurriría. ¿Qué has hecho el fin de semana? Tus días libres.
Sid no contestó, sino que tecleó el pedido. Dakota notó que no estaba segura de que fuera buena idea hablar de cosas personales. Luego ella regresó.
—Hice la colada, llevé a los chicos a la tienda a comprar material deportivo, fuimos a caminar, preparé su cena de sábado favorita, vi dos películas y leí un libro.
—¿Un