Fragmentos del diario. Marie Bashkirtseff
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Fragmentos del Diario
colección
Pequeños Grandes Ensayos
Universidad Nacional Autónoma de México
Coordinación de Difusión Cultural
Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial
Contenido
Los cuadernos de Marie Bashkirtseff
Prefacio
Cronología de Marie Barshkirtseff
Los cuadernos de marie bashkirtseff
“Pero, si no soy nada, si no debo ser nada, ¿por qué esos sueños de gloria desde que pienso?
Llegará un día en que por toda la tierra mi nombre se oirá a la manera de un trueno.”
Su nombre como un trueno. Heme aquí, más de un siglo después, pensando en Marie. Invitándolas/os a pensar en ella. Imaginando a una Marie del siglo xxi, con una lata de aerosol en la mano, grafiteando muros. Una Marie sin corsé. Dando la pelea en la plaza pública. La escritura de Marie, su vida breve, su ruego repetido por no ser olvidada. La rebeldía. Su cuerpo adolescente condenado a la muerte. La herstory está escrita –también– en los diarios íntimos, entre tantos miedos, tantas represiones, tantas revueltas silenciadas. Hay voces femeninas, sin embargo, que atraviesan los siglos. Nostalgia y gratitud por ellas. Esas mujeres que hicieron la travesía, como escribe Colette Cosnier: “De la aguja a la pluma”. Marie dio la pelea en ese ambiente suyo de encajes, gestos retenidos y samovares de plata. Con su escritura y con su pintura. A pesar de sus contradicciones, por momentos, abismales. Rodeada –hasta la asfixia– por una familia conservadora, extensa y codependiente. Tan sobreprotegida y tan sola. Entre las fiebres del alma y las fiebres del cuerpo. Entre Baden Baden, el barrio elegante de París y los barrios populares hacia donde salía a buscar sus modelos.
Los vaivenes de Marie. La presión familiar y su propio deseo de casarse con un noble millonario. Sus largas jornadas de trabajo ante sus lienzos. La tuberculosis a edad muy temprana. A los 14 años comenzó su diario. Murió tres semanas antes de cumplir los 26. Para entonces, ya había escrito los 105 cuadernos con las 19 000 páginas de su diario. La niña de la “pequeña” nobleza rusa que baila y se encarna en Petipa, la célebre bailarina del Ballet Bolshoi, y congrega a la familia para que la admire mientras baila. La joven que se disfraza de distintos personajes para recibir a sus visitas y jugar a los “cuadros vivientes” se encanta con los modistos más exclusivos de París, toca el piano, el arpa, la mandolina, se desvela para leer a los clásicos, a los autores de su época, lee como una desaforada. Se interesa en la ciencia. La apasionan la literatura, las artes, la filosofía. La muchacha que propuso en su academia de pintura proyectos para pintar desnudos; le ordenaron concentrarse en las naturalezas muertas. No lo hizo.
Una vidente leyó el futuro de su madre y le dijo que tendría dos hijos: su hijo sería un hombre “común”, pero su hija sería “una estrella”. La madre lo creyó a pie juntillas y ella y la familia se dedicaron a adorar a Marie como a un ser de excepción. Y lo fue, sin duda. Pero hay mucho de especulación en esa “adoración” de la madre por la hija. La señora Bashkirtseff, a la que Marie amaba y detestaba y de la que tenía una gran dependencia, miró siempre más a la “estrella” que a la hija. Separada de su esposo después de dos años de matrimonio, entregada al ocio de una nobleza adinerada, la madre convirtió a la hija en su proyecto de vida. Para bien y para mal. Quizás fueron esta exigencia y este mandato los que provocaron ese narcisismo tan intenso en Marie. Tan desesperante. Marie arma escenas. Es temperamental, demandante, egoísta. Eclipsa bien consciente y bien gozosa a su hermano Paul y aun a su prima Dina que vivió siempre con ella y quien fue la más leal de sus acompañantes, su paciente modelo en el taller, su guardiana, aunque Marie no la haya considerado su interlocutora.
¿A quién sí consideraba un interlocutor? La breve correspondencia de Marie con Guy de Maupassant es una delicia de inteligencia, profundidad, desparpajo y coquetería. Sabiéndose ya condenada por la tuberculosis, buscaba un editor para su diario. Le escribe a su autor admirado con el seudónimo de Miss Hastings. Esa Marie libre y lúdica, ante la solicitud del escritor de revelarle su verdadera identidad, ¿es gor-da?, ¿es delgada?, ¿es una anciana?, ¿es joven?, en algún momento le responde: ¿y si fuera yo un hombre?, y agrega a la epístola dibujos de un señor regordete. La que se atreve a responderle al maestro: “Usted no es el hombre que yo busco. Yo no busco a nadie, señor. Estimo que los hombres no deben ser sino accesorios, para las mujeres fuertes.” Se le habrá caído el bigote a Maupassant.
En muchas ocasiones, Marie describe su contrariedad por no ser hombre, rabia que se traduce más bien en su rebeldía ante la suerte de las mujeres. Las más simples libertades de la vida cotidiana: tomar el sol sin chaperona en una banca en el Jardín de Luxemburgo, visitar sola el Louvre y detenerse ante una pintura el tiempo que quisiera, internarse en el Coliseo en silencio. Considera disfrazarse de hombre, hacerse lo más fea posible para no correr riesgos. “No tengo de mujer más que el envoltorio y ese envoltorio es terriblemente femenino. Con respecto al resto, es terriblemente otra cosa.”
Marie reivindica la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres y al mismo tiempo afirma que nunca podrán ser iguales dos seres tan diferentes. Quizás ahora podríamos decir