Fragmentos del diario. Marie Bashkirtseff
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Habiendo emigrado al nuevo taller Julian en la calle Vivienne, perdí de vista a Marie Bashkirtseff durante algún tiempo, y cuando regresé en 1881 al Pasaje de Panoramas, ya no estaba. Me dijeron que viajaba por España. Un día el señor Julian entró al taller con el rostro desolado: “Señoras, la señorita Bashkirtseff se muere”. Me quedé y miramos algunos bosquejos. Entre ellos, estaba el de un condenado a muerte, en su celda, ocho días antes de su ejecución.
Marie no tuvo el tiempo para trabajar una obra para el Salon de 1882, pero ese año –a pesar de su fragilidad, o quizás por ella– trabaja muchísimo. Ya tiene la certeza de que no hay apelación posible ante su enfermedad. En el Salon de 1883 presenta tres obras: Jean y Jacques, Una parisina y Retrato de Dina. Su padre muere en Rusia de tuberculosis. En el Salon de 1884 presenta la pintura Un mitin y la escultura Dolor de Nausicaa. Se está muriendo. Pintar le cuesta demasiado esfuerzo. Piensa que si bien sus obras tienen éxito y los periódicos ya hablan de ella, no le basta. Emprende la búsqueda de un escritor famoso que acepte ayudarla a editar su diario. Su amistad con Jules Bastien-Lepage, también moribundo por el cáncer de estómago, la sostiene, tanto como le provoca desesperanza y angustia, ese espejo de la degradación del cuerpo y de la muerte próxima. En su último año visita una exposición de Édouard Manet: “Es conmovedor... infantil y grandioso.” Nos enteramos por el Diario de Julie, la hija de Manet: “Papá no creía, como el señor Degas, que Marie era una mujer como para azotarla en la plaza pública, la admiraba”. Marie muere el 31 de octubre de 1884.
Cuando no logró vender los cuadros de Marie a un museo ruso, la señora Bashkirtseff decidió –en 1908– donar más de cien obras al hoy museo de San Petersburgo. Las obras que fueron trasladadas a Ucrania desaparecieron durante la segunda Guerra Mundial. Sin embargo, una parte de su obra está en algunos de los más importantes museos del mundo y podemos acercarnos a su trabajo mediante las páginas de internet. Entre ellas, me conmueven particularmente: Mujer joven con ramo de lilas y Señorita con sombrero. Quizá, porque están hechas de nostalgia.
En 1887, la señora Bashkirtseff, con el apoyo del escritor André Theuriet, publicó la primera versión del Diario. Se convirtió en un best seller, traducido muy pronto al inglés. La madre sostuvo el engaño con respecto a la edad de su hi-ja. Marie comenzó su diario a los 14 años y no –como afirma ella misma en su prefacio– a los 12. Antes de morir, la señora Bashkirtseff donó los manuscritos del diario a la Bibioteca Nacional de Francia, con una cláusula: no podían ser abiertos sino diez años después de su muerte.
Concedámosle a la madre, ante sus furiosos detractores (a quienes no les faltan razones), que por lo menos tuvo ese último gesto de honestidad: entregar los originales en versión completa. No los destruyó, después de la primera edición con los textos seleccionados por ella, de tan arbitraria y puritana manera. La madre de Marie murió en 1923, a los 87 años. Mientras la hija escribía comprometiéndose con sus futuras/os lectoras/es: “si este libro no es la exacta, la absoluta, la estricta verdad, no tiene razón de ser”, la madre leyó los cuadernos (dudo mucho que una madre tan intrusiva no los haya leído a lo largo del tiempo), excluyó y disimuló todo aquello que atentaba contra la imagen de la femineidad más deseable para su medio y su época, así como lo que pudiera dañar los blasones de una familia acompañada por el escándalo: su separación de Konstantin Bashkirtseff, un hermano bebedor y pendenciero en continuos conflictos con la justicia, su inclinación y la de su hermana Nadine por los casinos, un elevado tren de vida sostenido por el –dudoso– matrimonio de Nadine con un Romanov, y la viudez de Nadine, a la que siguió un interminable juicio por la herencia.
Pasó también a la zona fantasma lo que más podía afectarle a la madre: el enojo de Marie contra ella. Su hartazgo ante las exigencias de una madre que “sólo habla de cuestiones domésticas” y que, al mismo tiempo, sueña con ocupar los espacios más deslumbrantes, a través de su hija. Marie con frecuencia la detestaba, pero no podía vivir sin ella. “En lugar de hablarme de su amor, recuerde que usted me asesinó moralmente... Pero dado que no me muero de una enfermedad, ya encontraré otra cosa cuando haya definitivamente perdido la esperanza de largarme de la atroz y abominable vida que usted me inflige.”
Gracias a su Diario, el nombre de Marie se oye “a la manera de un trueno”.
Georges Bernard Shaw: “En 1890, la sensación literaria del día era el Diario de Marie Bashkirtseff”. Maurice Barrès (con su tintecito misógino) se refiere a ella como “nuestra señora nunca satisfecha”. Anatole France lee su diario y escribe:
(Marie) Repite “¡Quiero ser César, Augusto, Marco Aurelio, Nerón, Caracalla, el diablo, el papa!” Las ideas más incoherentes se mezclan en su cabeza... En un extraño caos... Es coqueta, está loca; pero esa cabeza de chorlito está amueblada como la de un viejo bibliotecario. A los diecisiete años, Marie Bashkirtseff ya ha leído a Aristóteles, Platón, Dante y Shakespeare. Los relatos de la historia de Roma de Amédée Thierry la cautivan. Recuerda con placer “ una interesante obra sobre Confucio”. Se sabe de memoria a Horacio, Tibulo y las sentencias de Publio Siro. Es profundamente sensible a la poesía de Homero... Su espíritu es un almacén donde se guardan en desorden la Corinne de Madame de Staël, Hombre-Mujer de Alexandre Dumas hijo, Rolando furioso, las novelas de Zola y las de George Sand.... Descubrió la belleza de los miserables... es un espectáculo impactante cuando la naturaleza, mediante un terrible atajo, nos muestra uno tras otro el amor y la muerte; pero hay en la vida tan corta de Marie Bashkirtseff no sé qué de amargo y de desesperado que encoge el corazón.
En América latina la admiraron Rubén Darío, Amado Nervo, Victoria Ocampo. José Asunción Silva la recrea en su novela De sobremesa. Marina Tsvetaeva se inspira en el Diario de Marie para escribir sus Cuadernos. También la leen Katherine Mansfield, Anaïs Nin y Simone de Beauvoir. Teodoro Adorno la llamó La santa patrona del fin de siglo. En 1964 fueron encontrados en la Biblioteca los manuscritos completos del diario de Marie. La escritora Colette Cosnier, “biógrafa de las mujeres olvidadas”, se encerró en la Biblioteca Nacional hasta leer las 19 000 páginas de los manuscritos y publicó en 1985 una biografía de Marie Bashkirtseff, Un portrait sans retouches (Un retrato sin retoques).
Hojeo el manuscrito del diario... mi emoción se transforma en estupor, en perturbación, en cólera... no escucho sino esa voz que fue asfixiada durante tanto tiempo... se modificó su fecha de nacimiento, se suprimieron las expresiones juzgadas poco contenidas, se censuraron pasajes enteros considerados sin duda como indecentes, se edulcoró lo que significaba revuelta contra los límites impuestos a la condición femenina... Detrás de la heroína de biblioteca rosa aparece una mujer que vive, que ama, que crea; detrás de la criatura angelical y desencarnada, un cuerpo de mujer grita su deseo... Dado que el texto auténtico del Diario es inaccesible para la mayoría, quiero hacer tabla rasa de la leyenda y revivir a la verdadera Marie Bashkirtseff, una mujer mistificada por un destino distraído que la hizo nacer cien años demasiado pronto.
En 1980, la editorial francesa Mazarine publicó una muy bella edición del Diario de Marie Bashkirtseff, con una foto suya –que ya es icónica– en la portada. Vestida de blanco y con los cabellos recogidos, apoya sus codos en una columna, sus manos entrelazadas rozan su mejilla. Mira a la cámara sin sonreír. Como silenciosa e incrédula. Me regaló la biografía de Marie un amigo de Simone de Beauvoir, quien me aseguró que, para ella, había sido una lectura fascinante e imprescindible. De Beauvoir, activista del intimismo y de la escritura autobiográfica, la menciona en varias ocasiones, admirativa y desesperada. Considera que el Diario de Marie es “un modelo en su género” y también que su narcisismo es un exceso. Digamos que sí. Me bebí el Diario, en principio, porque si en esa época me hubieran dicho que de Beauvoir bebía arsénico, lo habría consumido en licuados y paletas. Me conmovió muchísimo.