Competitividad e innovación. Liliana Chacón Jaramillo
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Fundamentos de la innovación
Una invención es el resultado de un proceso de alta creatividad con productos que van más allá del conocimiento actual; así, está constituida por una idea inicial que puede requerir una posterior colaboración, un desarrollo o un análisis para evaluar su potencial verdadero, lo que se convierte en un insumo para crear innovaciones asociadas a un paradigma, como el de la agricultura sostenible (Elkington, 1999; Leeuwis et al., 2006; Beddington, 2010). En este sentido, la innovación hace referencia a la entrada en un mercado específico de una nueva ciencia o de un producto basado en la tecnología.
La transición de la invención a la innovación es en extremo compleja; además, está poco documentada y poco estudiada. Su distribución geográfica se concentra en regiones donde la inversión en investigación y desarrollo tecnológico es alta, y existen redes con capital de riesgo, una infraestructura complementaria y fuertes enlaces estratégicos universidad-industria (Schot y Geels, 2008).
Por lo general, estos procesos se inspiran en una política estatal, local y regional, soportada con la creación de las redes y un ambiente adecuado para el éxito de los emprendimientos. El flujo de recursos financieros a determinados mercados y áreas geográficas lo definen los retornos económicos proyectados para estas inversiones. Al respecto, Arrow (1988) plantea que, por definición, las innovaciones son uno de los componentes que, como mínimo, se deben analizar en una economía, por el hecho de que constituyen el factor más importante de contribución al crecimiento per cápita local, de una región o un país. Las inversiones en investigación básica y aplicada no solo aportan al desarrollo de invenciones basadas en la ciencia, sino también a la promoción del talento para el emprendimiento, prerrequisito fundamental para converger en una innovación comercial.
Entonces, la innovación se concibe a modo de una nueva forma de hacer las cosas, de saber cómo se comercializa una invención o cómo las ideas se convierten en dinero en efectivo con profundos cambios incrementales y mejoramientos en la producción, pero considerando aspectos ambientales y sociales (Porter, 1998). En particular, la vinculación de factores ambientales y sociales requiere de una nueva visión en materia de diseño, evaluación y posicionamiento de la innovación, es decir, si bien debe contribuir a generar dinero en efectivo, también se debe enmarcar en una eficiencia ambiental y de justicia social (Elkington, 1999).
Con frecuencia, la innovación se reconoce por su papel central en la creación de valor y en el sostenimiento de una ventaja competitiva. Zahra y Covin (1994) la describen como la “sangre” de la sobrevivencia y el crecimiento corporativo; para Thompson (1965), es la generación, aceptación e implementación de nuevos procesos, ideas, productos o servicios.
La innovación hace referencia a la aplicación práctica y la comercialización de ideas o invenciones. La ecuación de la innovación tiene tres componentes: concepción teórica, invención técnica y explotación comercial (Trott, 2008). Así, la innovación ha sido definida de modo simple como nuevas ideas para el trabajo (Mungan, 2015). Con esta última definición surge la innovación social, entendida como nuevas ideas para el trabajo orientado hacia alcanzar metas sociales, con lo que se convierte en el vehículo que crea cambios sociales relacionados con una mejor calidad de vida y el desarrollo de soluciones y enfoques para varios problemas de la sociedad.
Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE, 2010), la innovación social no se define por la introducción de nuevos tipos de producción ni por la explotación de los mercados, sino que incluye nuevas necesidades cubiertas por los mercados tradicionales, la creación de mercados y la concepción de formas más satisfactorias de darle a la gente un lugar o papel en la cadena de producción.
La prosperidad económica, la calidad del ambiente y la justicia social deben ir de la mano en cualquier proceso de innovación; sin embargo, por lo general, la métrica de cada uno de sus componentes y su integración revela que se encuentran en un proceso de continua evolución en términos del control social, de los indicadores de comportamiento, de la auditoría tecnológica y de la evaluación de su eficiencia, mediante procesos de benchmarking. Elkington (1999) plantea cuatro escenarios para la integración:
1 Estable: la sociedad depende de la economía y esta, a su vez, del ecosistema global, donde la salud es el fin esencial y primario del proceso, es decir, el resultado final.
2 No estable: existen flujos de materia y energía inconstantes, debido a presiones, ciclos y conflictos sociales, políticos, económicos, ambientales.
3 De placa continental: los movimientos se realizan de modo independiente. La gente olvida su dependencia de la creación de riqueza y la mayoría de los actores ignora el papel de su impacto sobre el resultado final.
4 Las placas se mueven una por encima o por debajo de otra o contra otra u otras: surgen varias estructuras emergentes discontinuas, en las cuales lo social, lo económico y lo ecológico equivalen a la presencia de temblores y terremotos en el planeta.
En la zona de confluencia de lo económico y lo ambiental se promociona la ecoeficiencia, con grandes retos relacionados con la economía ambiental el control social, los precios sombra de los insumos y los productos, y las reformas tributarias de carácter ecológico. Por otro lado, en la zona de confluencia de lo social y lo ambiental los negocios de la agricultura trabajan sobre el denominado alfabetismo ambiental y el entrenamiento y aprendizaje de las empresas, pero con nuevos desafíos enmarcados en problemáticas de justicia ambiental, refugiados ambientales y equidad intergeneracional.
Innovación en agrociencias: cambiar para mejorar
La innovación en agricultura comenzó con la revolución verde (entre 1960 y 1980), en la cual el modelo lineal se diseñó y desarrolló en el contexto de una innovación abierta, sin derechos de propiedad intelectual, es decir, disponible para cualquier persona y fundamentada en la creación de variedades de cereales e híbridos comerciales que demandaban un alto uso de fertilizantes y pesticidas (Borlaugh, 2000). Este modelo de oferta se caracterizó por la carencia de un proceso de retroalimentación e influencia social para su consolidación.
En la actualidad, en la agricultura coexisten las dos tipologías de innovación: abierta y cerrada. La primera se basa en el privilegio de los productores por poseer un material genético (vegetal y animal) con importantes rasgos y características naturales, que tienen una expresión estratégica en contextos específicos de producción y no demandan inversiones costosas para su diseño y desarrollo. La segunda está restringida por la baja disponibilidad de material genético libre con variaciones basadas fundamentalmente en la modificación genética, la cual prevé procesos de desaceleración hacia la obtención de variedades óptimas para contextos específicos.
La coexistencia de ambas tipologías ha producido un efecto negativo en relación con el desarrollo sostenible de la agricultura y la seguridad alimentaria en el ámbito mundial. Al respecto, Jacobsen y Schouten (2009) plantean la necesidad de encontrar un camino satisfactorio que permita consolidar los aspectos benéficos de ambas tipologías, partiendo de un compromiso de protección, bajo las condiciones y el razonable licenciamiento del material genético por parte de los productores.
En este contexto, la innovación en agrociencias es un proceso complejo que se lleva a cabo con productos específicos, escala de negocios y sectores de la producción; en este, se combinan elementos de carácter técnico, social y económico. Leeuwis et al. (2006) exponen que la innovación debe estar constituida por diferentes elementos lógicos (ware): hardware, relacionado con el material de innovación; software,