En la encrucijada. Мишель Смарт

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En la encrucijada - Мишель Смарт Miniserie Bianca

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respuesta meditada? Estaba dispuesto a acabar con su carrera profesional y la de sus compañeros y amigos y ¿quería una respuesta meditada?

      La caldera se desbordó, la abrasó por dentro y se levantó para ponerse a su lado. La diferencia física era evidente aunque ella estuviese de pie y él sentado. El miedo y la rabia hicieron que lo agarrara del brazo como si su fuerza de voluntad pudiera arrastrarlo fuera de su casa.

      –¡He dicho que se marche! –gritó ella tirando de su brazo aunque fuera tan inamovible como un peñasco–. ¡Me da igual que sea un ridículo príncipe y su inmunidad diplomática! ¡Márchese!

      Talos, con unos reflejos que harían palidecer de envidia a un gato, le agarró las dos muñecas con una de sus inmensas manos.

      –Vaya, de modo que hay fuego debajo de esa piel tan blanca –murmuró él–. Estaba preguntándomelo.

      –Suélteme inmediatamente.

      El pánico se adueñaba de ella y aumentó más todavía cuando él le dio un giro y la sentó en sus rodillas sin soltarle las muñecas. Amalie, instintivamente, levantó una pierna y le dio una patada. El talón de su pie descalzo conectó con su espinilla… y sintió un dolor lacerante.

      Para Talos, ella podría haber sido como un mosquito. No se inmutó lo más mínimo, se limitó a rodearle la cintura con el brazo que le quedaba libre para sujetarla mejor.

      –Me parece que te ha hecho más daño a ti que a mí –él le levantó las manos para mirárselas–. Qué dedos tan elegantes… ¿Serás una niña buena y te portarás bien si te suelto?

      –Si vuelve a llamarme niña buena…

      –¿Qué? ¿Me darás otra patada?

      Ella se revolvió, pero fue inútil. Era como si sus brazos fueran unas tenazas de acero.

      Sin embargo, no era acero, era un hombre y sus dedos se hundían en su cintura… y no era nada desagradable.

      –Está asustándome.

      Era verdad en parte. Había algo que la asustaba, que la aterraba.

      –Lo sé y te pido disculpas. Te soltaré cuando me asegures que te has serenado y que no volverás a atacarme.

      Asombrosamente, su voz grave tuvo el efecto deseado. La calmó lo bastante como para que dejara de resistirse. Apretó los labios y tomó aire, e inhaló un olor viril y sombrío, el olor de él.

      Tragó la saliva que le había llenado la boca cuando notó la calidez de su aliento en el pelo. Todos sus sentidos se habían avivado y no podía volver a tomar aire. El corazón le latía con tanta fuerza que podía oír su eco. En medio de silencio que se hizo, notó que él también se ponía rígido, desde los poderosos muslos en los que estaba sentada a las inmensas manos que la agarraban.

      Ya no podía ni sentir el aliento de él, solo podía oír el zumbido de la sangre en los oídos.

      Entonces, se soltó las manos, se levantó de un salto y fue hasta el extremo opuesto de la cocina con las piernas temblorosas.

      Ya podía respirar, pero tenía la respiración entrecortada y le dolía el pecho por el esfuerzo.

      Talos, por su parte, se puso tranquilamente el abrigo, se rodeó el cuello con una bufanda azul marino y tomó el maletín.

      –Seis horas, despinis. Respetaré tu decisión, pero tienes que saber que si tu respuesta sigue siendo negativa, las consecuencias serán inmediatas.

      El teléfono de Amalie vibró.

      –Mamá…

      –Chérie, he averiguado algunas cosas.

      Eso era típico de su madre, iba directamente al grano. No existía el más mínimo silencio que no pudiera llenar su madre.

      –No he podido hablar directamente con Pierre.

      Parecía indignada, como si Pierre Gaskin hubiese tenido que estar pegado al teléfono por si Colette Barthez, la cantante clásica más famosa del mundo, se dignara a llamarlo.

      –Sin embargo, he hablado con su encantadora secretaria y me ha contado que esta mañana había llegado tarde a la oficina, que les había dado un billete de quinientos euros a cada empleado y que les había dicho que iba a tomarse libre el mes que viene. Lo último que se supo de él es que estaba dirigiéndose al Charles de Gaulle –añadió su madre.

      –Entonces, parece que sí lo ha vendido –murmuró Amalie.

      Solo hacía dos meses, Pierre Gaskin, el propietario del Théâtre de la Musique o, mejor dicho, su antiguo propietario, había tenido problemas para pagar la calefacción.

      –Eso parece, chérie, pero ¿por qué lo ha comprado el príncipe Talos? No sabía que fuera mecenas de las artes.

      –No tengo ni idea –contestó Amalie.

      Notó un cosquilleo al oír su nombre y frunció el ceño al darse cuenta de que debía de ser la décima mentira del fin de semana.

      Era un jaleo.

      No le había contado a su madre lo que había pasado ese fin de semana, no había tenido fuerzas para aguantar su reacción además de todo lo demás, y solo le había pedido que utilizara todos sus contactos para saber si era verdad que el príncipe Talos Kalliakis había comprado el teatro.

      Ya sabía la respuesta.

      Talos no se había tirado un farol y, en realidad, ella tampoco había creído que lo hubiera hecho. Había acudido a su madre por la sensación de que tenía que hacer algo, no porque tuviera alguna esperanza.

      –Conocí a su padre, el príncipe Lelantos…

      La voz de su madre adoptó un tono soñador. Era un sonido que Amalie conocía porque había sido la confidente de su madre desde que tenía doce años.

      –Canté una vez para él, era… –su madre buscó la palabra adecuada–. Todo un hombre.

      –Mamá, tengo que dejarte…

      –Claro, chérie. Si vuelves a ver al príncipe Talos, dale recuerdos.

      –Lo haré.

      Amalie apagó el teléfono, lo dejó en la mesa y se llevó las manos a la cara. Solo podía hacer una cosa más, iba a tener que contarle la verdad a Talos Kalliakis.

      Capítulo 3

      CUANDO Talos llamó al timbre de la puerta, sabía que Amalie tenía que estar esperándolo. Ella la abrió casi antes de que él pudiera retirar la mano y lo miró sin inmutarse, como si no hubiera pasado nada entre ellos, como si ella no hubiera perdido la calma.

      La siguió hasta la cocina sin haberse cruzado ni dos palabras.

      Vio una bandeja de pastas y dos platos en la mesa, y olía a café recién hecho.

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